Opinión Nacional

Falsificar el pasado

Con notable frecuencia los gobiernos caen en la tentación de falsear la historia, sobre todo minimizando la obra de sus predecesores para magnificar la propia. Pero esa tentación se convierte en práctica habitual en las autocracias y dictaduras, habiendo alcanzado tal vez su cénit en la URSS donde se llegó al extremo de borrar no sólo la obra sino la existencia misma de casi todos los protagonistas de la revolución.

                Esa práctica ha sido reproducida con fidelidad por la autocracia que hoy pesa sobre Venezuela, empeñada sobre todo en negar la obra de los 40 años de la república civil que la precedieron, período que, con abundancia de argumentos, Manuel Caballero ha calificado como el más brillante y fructífero de la historia venezolana.

                Dentro de semejante tónica se pretende ahora atribuir a ese período todos los males que hoy padece Caracas, olvidando que fue en él que se concretaron, entre otras, dos de las estructuras fundamentales de la ciudad y sin las cuales no sería concebible su existencia: los sistemas Tuy del acueducto, una obra que por su tamaño y complejidad bien puede calificarse de ciclópea, y el Metro, inaugurado en 1983 siendo nuestra capital la sexta de la región en contar con un sistema como ese y que hoy, pese al descuido, es el cuarto que más pasajeros transporta. De entonces quedaron, en materia urbanística, carencias importantes entre las cuales cabe destacar la incapacidad para afrontar la cuestión de los barrios informales y la vergüenza del transporte público superficial. Pero no se debe olvidar que durante esos 40 años la ciudad creció a un promedio de 49.100 habitantes por año, cuatro veces más que el promedio registrado en estos primeros 13 años de Socialismo del siglo XXI, que, pese a la abundancia de recursos con que ha contado, una continuidad de gestión sin precedentes en los últimos 60 años y el control absoluto de las instituciones fundamentales del Estado, ha sido incapaz no ya de igualar los logros de sus predecesores, sino incluso de atender las carencias que dejaron; el improvisado esfuerzo de la Gran Misión Vivienda comienza a mostrar las costuras y pronto se comprobará cómo conspira contra la noción misma de ciudad. Se entiende entonces la necesidad de minimizar al rival para aparentar la grandeza que no se tiene.

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