Euforia
De las distintas definiciones que da el diccionario del término euforia, voy a elegir “estado de ánimo propenso al optimismo”. ¿Es ese el sentimiento que se manifiesta en estos momentos en la mayor parte de la oposición venezolana? Podríamos responder afirmativamente sin temor a equivocarnos: la
salida al ruedo de la candidatura unitaria de Manuel Rosales ha provocado un vuelco visible y palpable en las actitudes de los adversarios del gobierno chapista . Supongo que las encuestas posteriores a ese hecho revelarán,
además, un descenso apreciable en el número de indecisos con respecto a
votar el 3 de diciembre próximo, e igualmente en el de los abstencionistas.
Quienes lo son, caso de la dirección nacional de Acción Democrática,
continúan encerrados en el argumento de la inexistencia de condiciones para
lograr una elección pulcra cuyos resultados sean respetados por el gobierno.
Y hasta pareciera desprenderse de las declaraciones de sus directivos, que
éstos cruzan los dedos para que se produzca la derrota de Rosales, así
podrían enarbolar la bandera del “se los dije”. La soberbia de algunos los
hace preferir la victoria de su peor enemigo, antes que admitir que
incurrieron en una equivocación. Pero, más allá de estas oposiciones dentro
de la oposición, lo cierto es que se respiran aires distintos a los de estos
dos últimos años.
Manuel Rosales ha dicho que él no permitirá que sea el gobierno o el
oficialismo quienes le diseñen su agenda, esto a raíz de las críticas que
recibió por un viaje a los Estados Unidos. Por primera vez en los ocho años
de pesadilla sufrida por la Venezuela no chavista, un dirigente político
comprende la necesidad de plantear -como temas- el fracaso rotundo del
gobierno y la manera de rescatar lo que queda de esta Venezuela arrasada, en
vez de limitarse a reaccionar ante cada acción oficialista. El chavismo ha
sido exitoso -apenas- en lograr que la oposición (medios de comunicación
incluidos) se haya movido siempre en la dirección que el gobierno ha querido
Han sido expertos en maniobras distraccionistas y los opositores hemos
pisado el peine reiteradamente. Ninguna de esas maniobras fue más brillante
que haber llamado golpe a lo ocurrido el 11 de abril de 2002 y haber
arrastrado a la oposición a hablar ese lenguaje. Como resultado del mismo se
pretende, cuatro años después, que Manuel Rosales es golpista porque estampó
su firma en el decreto del efímero Pedro Carmona; pero no lo es Chávez quien
insurgió con las armas, muertos y heridos incluidos, contra un presidente
constitucional elegido democráticamente.
Como consecuencia de esos hechos, muchos en la oposición se han hecho la
idea de que estamos enfrentados a unos genios invencibles, a unos magos de
la política que se las saben todas y contra quienes es inútil emprender
alguna acción exitosa. Por ejemplo, no faltan quienes creen que el
escatológico show del alcalde mayor Juan Barreto contra los alcaldes
Leopoldo López y Henrique Capriles y su casi inmediato decreto de
expropiación del Country Club de Caracas y del Valle Arriba Golf Club, en el
Estado Miranda, son parte de una estrategia bien diseñada en los
laboratorios situacionales del gobierno. Se produce el comunicado de la
vicepresidencia de la República desautorizando a Barreto, y eso también
forma parte, según ellos, de un siniestro plan para desestabilizar a la
oposición e impedir el triunfo de su candidato Rosales.
A este pesimismo o derrotismo debemos el desánimo y el estado depresivo que ha manifestado la oposición, después del fracaso del referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004. A la embriaguez colectiva que vivíamos, en el convencimiento de que Chávez sería revocado y se iría con despedida de mariachis o “Alma Llanera”, siguió por supuesto la resaca moral que ha durado hasta la aparición de Rosales en la escena electoral. Lo peor que podemos hacer es repetir la experiencia previa al RR y durante el desarrollo del mismo. Ni derrotar a Chávez es pan comido ni tampoco lo será cobrar el triunfo en caso de que se produzca.
El primer reto es convencer a quienes aún tienen dudas sobre la importancia
del voto el 3 de diciembre, de que es preferible salir a protestar por
nuestros votos robados en un fraude que quedarnos en nuestras casas sin
tener nada que reclamar. Lo segundo es defender, de verdad, nuestros votos.
¿Cómo? No lo sé, pero al equipo de Rosales le corresponde diseñar la
estrategia que nunca pasó por la mente de la Coordinadora Democrática, en
relación con el referéndum revocatorio de agosto 2004: reclamar con la gente
en la calle.
El otro reto que ya no es solo de Rosales sino de toda la dirigencia
opositora, es plantearse la situación posterior al 3 de diciembre en caso de
que Chávez gane la elección. El secretario general de Acción Democrática ha vaticinado que Rosales correrá la misma suerte de Henrique Salas Römer, después de su derrota en 1998, y de Francisco Arias Cárdenas en 2000. Los dos compitieron
contra Chávez en un escenario de absoluta polarización y ambos quedaron
“quemados”, como se dice en el argot político. Si esa fuera la suerte
obligada de todos aquellos que pierden una elección, ni Richard Nixon en los
EEUU ni Rafael Caldera en Venezuela ni Lula Da Silva en Brasil, habrían sido
jamás presidentes de sus respectivos países. Compitieron una y otra vez
hasta que lograron su aspiración.
Lo importante pues, en caso de que aún en buena lid Rosales no ganara, es que pueda transformarse en ese líder o conductor que la oposición venezolana ha buscado infructuosamente durante ocho años. Ganar la elección del 3 de diciembre y desalojar a Chávez del ejercicio del poder, es por supuesto la máxima aspiración. La que le sigue es impedir, si acaso gana, que pueda seguir destruyendo el país y asfixiando nuestras libertades sin que se deje oír una voz de protesta con respetabilidad nacional e internacional.