Ética socialista y espíritu destructivo
En la Ética protestante y el espíritu del capitalismo ese pensador universal llamado Max Weber explica en gran medida el surgimiento del capitalismo, a partir del conjunto de valores promovidos por la Reforma Protestante que inicia Martín Lutero y continúa Juan Calvino dentro de un esquema aún más rígido y piadoso. De ese cuerpo el sociólogo alemán destaca el ascetismo, es decir, la austeridad y moderación que caracteriza la vida de esos grupos cristianos que se separan del catolicismo y de todo el dispendio, pompa y boato que rodeaba a la alta jerarquía eclesiástica liderada por el Vaticano. El ascetismo protestante cuenta entre sus soportes clave con un arraigado principio del trabajo y el ahorro, al igual que la inversión y creación abundante de bienes materiales. El éxito del esfuerzo humano en este campo denotaba un vínculo cercano con el Creador, y constituía una señal anticipada e inequívoca de la garantía del Paraíso cuando el Señor decidiera provocar el último suspiro.
Sobriedad, amor por el trabajo y esfuerzo permanente constituyen los pilares sobre los que se asienta la prosperidad de las sociedades de Europa que acogen el credo protestante, y también sirven de plataforma para que luego surja y se expanda la economía de mercado, la Revolución Industrial y la radical transformación que permite el tránsito del feudalismo al capitalismo. Los primeros capitalistas, por lo tanto, son hombres disciplinados, laboriosos y frugales, con una profunda mística religiosa, y buscan de forma consciente el éxito económico para entablar un nexo cercano con Dios. La ética protestante sienta las bases de instituciones firmes en las que predominan la confianza, la estabilidad y la certidumbre. En sociedades se respetan la propiedad privada y los contratos. Se instaura el imperio de la norma, se reduce al mínimo la discrecionalidad de los funcionarios y se consagra la igualdad de los ciudadanos ante la Ley.
Weber elabora esta explicación del origen y expansión del capitalismo como respuesta al materialismo mecanicista de Marx, quien ubica el surgimiento de ese sistema como resultado de las modificaciones que tienen lugar en la base material de la sociedad (estructura); esto es, en sus relaciones de producción y en sus fuerzas productivas. Para el padre del socialismo científico, los valores constituyen parte de la superestructura y se definen a partir de los hechos que ocurren en la estructura social. Desde este enfoque, no considera relevante la moral de los protestantes en la aparición y consolidación del capitalismo.
Si comparamos la ética protestante de la cual habla Max Weber con la moral del socialismo del siglo XXI, habría que concluir que los principios de los revolucionarios tropicales se encuentran en las antípodas de los valores que mueven a los pioneros del capitalismo. El signo de los últimos años, especialmente los que arrancan con el aumento sostenido de los precios internacionales del petróleo en 2003, se sintetiza en el derroche obsceno de los recursos suministrados por el crudo. La ética socialista, al contrario de la practicada por los fundadores del capitalismo en los siglos XVI y XVII, se basa en la dilapidación de los dineros públicos.
En Venezuela existen varios presupuestos que se ejecutan simultáneamente sin que ninguna institución del Estado ejerza control sobre ellos. La Asamblea Nacional cumple con la formalidad de aprobar un presupuesto bienal. Aparte de este existen los que ejecuta PDVSA y el FONDEN. Más allá el que caprichosamente decide Hugo Chávez. El desorden las finanzas públicas y el gasto indiscriminado en rubros sobre los que no existen los mínimos controles, han determinado que las reservas internacionales se hayan desplomado 33% desde finales del año pasado hasta el presente. Este dato hay que combinarlo con el hecho de que la deuda interna ha crecido como una metástasis, al punto que es casi de la misma magnitud que el pasivo externo. La idea de la austeridad y el ahorro, tan apreciada por los antiguos protestantes, no aparece en los registros de los bolivarianos. Los recursos de los venezolanos van a aparar en manos de Fidel Castro, Evo Morales, Daniel Ortega y compañía.
En la esfera del trabajo, el esfuerzo sostenido, la inversión y la creación de riqueza, el socialismo del siglo XXI practica todo o contrario de lo que hacían los viejos protestantes. Chávez ha llevado el reparto populista hasta el paroxismo. El régimen fomenta la consolidación de la mentalidad antiempresarial y antilaboral. Ya esta cultura existía desde la década de los años 70 del siglo XX, sin embargo, ahora se ha exacerbado. El Gobierno diseña y aplica controles cada vez más severos y asfixiantes sobre la empresa privada. El trabajo aparece como una condena bíblica peor que la registrada en las Sagradas Escrituras. Todo lo que parezca éxito basado en la disciplina, los méritos y el esfuerzo sostenido, es satanizado. Esta visión tan perniciosa conduce al fracaso de las cooperativas, las empresas de autogestión y cogestión, y a que el nivel de productividad de la economía sea cada vez más precario. Venezuela aparece en los últimos lugares de productividad en el planeta. Allí está PDVSA como lamentable ejemplo de lo que es la ineficiencia bolivariana: de ser la principal empresa petrolera estatal del mundo ha pasado a estar entre las de peor desempeño.
Este modelo basado en la incapacidad e ineptitud ahora quieren imponerlo en la educación superior. La reforma educativa busca acabar con la meritocracia universitaria y con la excelencia académica. El democratismo demagógico que los chavistas proclaman trata de igualar a la comunidad universitaria, no a partir de los raseros de excelencia intrínsecamente ligados a la institución, sino a partir del facilismo, el relajamiento de la disciplina y desinterés por el saber científico.
El socialismo del siglo XXI es la encarnación de la ética de la destrucción institucional, la inestabilidad económica y la incertidumbre política. Estamos de retorno a la barbarie.