Opinión Nacional

Estos, Fabio, ay dolor, que ves ahora

Ya ni siquiera el problema crucial que enfrentamos es su segura derrota y nuestra invencible victoria. El grave, el terrible problema al que deberemos hacer frente es saber si cerrará la puerta tras suyo después de arrasar con cuanto vaya quedando a su paso o si de la Venezuela que le entregáramos hace 14 años quedará algo más que añicos y ruinas desoladas. ¿Nos preguntaremos al recibir los despojos de la Patria como hiciera el poeta español Rodrigo Caro al llorar las ruinas de Itálica: “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa.”?

            Hasta ahora, nadie me había puesto en autos de modo más preciso y alarmante para los propósitos reeleccionistas del presidente de la república sobre la catástrofe en que se debate la campaña presidencial que dirige el Comando Carabobo y lo asertivo y exitoso de la campaña del Comando Venezuela que un columnista de Aporrea llamado Javier Biardeau. Fue su calidad reporteril la que me informó de los desastres de las huestes de Jorge Rodríguez y los avances aparentemente incontenibles de la campaña que dirige Armando Briquet. Mientras la brecha entre ambos contendientes se cierra dramáticamente, Capriles avanza a paso de vencedores a lo largo y ancho del país, gracias a un esforzado y minucioso trabajo de zapa que se sustenta en aquellas zonas focales en que la campaña del candidato a la cuarta reelección se ha estancado o retrocede sin capacidad ninguna de evitarlo.

            Lo que Biardeau asoma, pero no termina de corroborar, es que si bien, tal como él lo señala, Capriles ya gana en numerosas parroquias del Municipio Libertador, los acontecimientos de estas dos últimas semanas lo ponen a la cabeza de prácticamente todas ellas. El avance y fortalecimiento de las posiciones de Capriles Radonski en Libertador y Caracas han convertido su eventual victoria en un hecho casi indiscutible. Y con la derrota del chavismo en Caracas y Libertador puede darse prácticamente por descontado el triunfo de la opción del futuro y del progreso en la capital de la República y por ende, de Venezuela entera.

            Otro artículo que ahora leo en Aporrea viene a ratificarme en la certidumbre que me alimentara el anterior arriba señalado. Esta vez se trata del relato de un encuentro de un grupo de militantes del PSUV con Oscar Schemel, el dueño de la empresa de opinión pública Hinterlaces contratada por el gobierno para hacerle seguimiento a la evolución del proceso electoral a favor de su candidatura, en el cual el encuestador aseguraba hace unas semanas que la victoria de Hugo Chávez era un hecho incontrovertible, a menos que ocurriera un grave acontecimiento que precipitara su inesperada derrota. ¿Qué acontecimiento? – preguntó el redactor de la nota. Un grave acontecimiento que impacte negativamente sobre el gobierno del comandante Chávez, replicó el polémico personaje.

            Va de suyo que nuestro redactor da por sentado que ese acontecimiento inesperado, absolutamente aleatorio pero de demoledor efecto sobre el ya fatigado proceso revolucionario, ocurrió la madrugada de este sábado, con la gigantesca explosión de la refinería de Amuay y un saldo pavoroso en vidas, heridos y bienes. En circunstancias que no hacen más que ahondar el desprestigio del candidato, prácticamente ausente de los acontecimientos en sus primeras y más cruciales horas. Cuando salvo él, posiblemente en el mundo entero, nadie ignoraba los luctuosos sucesos.

            La tardía aparición del principal responsable por esas vidas y bienes, considerando que en el hecho mueren docena y media de soldados de la Guardia Nacional y una veintena de trabajadores y vecinos, mientras sus viviendas y las instalaciones castrenses prácticamente desaparecen de la faz de la tierra, no puede menos que afectar gravemente sus pretensiones electorales, como reconoce el columnista de Aporrea. Se habría cumplido así y de manera trágica, la profecía auto cumplida disparada al azar por el Sr. Schemel.

            Según comentarios periodísticos, el presidente de la república habría estado ausente durante las horas cruciales del desastre – el más grave que afecta a la industria petrolera venezolana y el más destructivo ocurrido en el país desde el deslave de Vargas, que también lo encontrara lejos del lugar de los trágicos acontecimientos – profundamente dormido y bajo estricta prohibición de ser despertado. En efecto: sus primeras palabras pasado el mediodía del sábado, 12 horas después de la brutal explosión cuyo estruendo aterrorizara en la isla de Aruba – transmitieron la imagen de un hombre somnoliento y todavía incapaz de tomar plena conciencia del aterrador acontecimiento.

            De todas las anécdotas que he conocido del dictador Adolfo Hitler, la más bochornosa tenía que ver precisamente con sus hábitos noctámbulos y su estricta prohibición de ser despertado, pasara lo que pasara. Cosa que le impidió enterarse a su debido tiempo del desembarco en Normandía, perdiendo las horas cruciales durante las cuales pudo haber hecho frente a su primer gran descalabro estratégico. Nadie tenía en el mundo el derecho de estropearle el sueño al Führer del pueblo germano. Ni Dios ni mucho menos las tropas de Montgomery y Eisenhower.

               Ya ni siquiera el problema crucial que enfrentamos es su segura derrota y nuestra invencible victoria. El grave, el terrible problema al que deberemos hacer frente es saber si cerrará la puerta tras suyo después de arrasar con cuanto vaya quedando a su paso o si de la Venezuela que le entregáramos hace 14 años quedará algo más más que añicos y ruinas desoladas. ¿Nos preguntaremos al recibir los despojos de la Patria como hiciera el poeta español Rodrigo Caro al llorar las ruinas de Itálica famosa: “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa.”?

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