Este cáncer que nos mata
“No dejemos que nos paralicen viejos fantasmas inconsistentes, hábitos y consejas, porque lo que está en juego es muy grande y se llama el destino de Venezuela”
Arturo Uslar Pietri
EL MALEFICIO REVOLUCIONARIO
La tragedia venezolana comienza a encontrar sus propias metáforas: Danilo Anderson, los mártires de la Kennedy, el Viaducto Nº 1, Velásquez Alvaray, la banda de los enanos, Philipo Sindoni, los hermanos Faddoul. El asesinato, la corrupción, la perversión moral y el desmoronamiento de nuestra cultura política irrumpen en nuestra cotidianidad ante el asombro de las mejores conciencias. Venezuela es otra. El secuestro y brutal asesinato de un empresario siciliano y de los tres hijos de una familia de origen libanés, así como del chofer Miguel Rivas y el reportero gráfico Jorge Aguirre caídos en una semana bajo la violencia de estos pistoleros de nuevo cuño – bestiales y desalmados, instalados ahora en los cuerpos policiales a los que acaban de ingresar por la puerta ancha de la revolución – son la muestra palpable, fehaciente, del estercolero moral a que ha descendido la vida pública venezolana. Demuestran el grado de putrefacción de un gobierno que no reconoce otras leyes que las de la lucha de clases, la criminalización de los opositores y la aniquilación física del contrario. La nación parece estar cayendo al abismo de su desintegración. Estamos llegando al llegadero.
Nada de esto es un fenómeno inédito en la historia de nuestro país. Dos siglos de guerras civiles, montoneras, revoluciones y golpes de Estado, de lanzas ensangrentadas y cabezas fritas en aceite parecen reconcentrarse en nuestra más absoluta actualidad y adquirir nueva vida bajo el trasfondo de estos tiempos de disgregación bolivariana. Ahora bajo el signo del chavo-fascismo. En 1893 escribía Luis Level de Goda en su Historia Contemporánea de Venezuela: “Las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desordenes y desafueros, corrupción y una larga y horrenda tiranía, la ruina moral del país y la degradación de un gran número de venezolanos”. Parece una radiografía de nuestra más reciente actualidad. Fue hecha hace 113 años.
Bolívar, usurpado, ha venido a brindar la coartada y la máscara. El socialismo castrista, el maquillaje. De lo que se trata es de la clásica revolución decimonónica de la Venezuela caudillesca, polvorienta y autocrática, dirigida por un agalludo teniente coronel sediento de Poder, inescrupuloso y montaraz. Éste es el resultado: ochenta mil cadáveres, poco más poco menos que los aportados por Zamora y los federales de la Guerra Larga, ese delirio piromaniaco de ese otro pobre diablo poseído por el desafuero y la ambición y sus tropas de oportunistas y bandidos. Entre los que hiciera carrera política el joven Antonio Guzmán Blanco, el futuro “ilustre americano”..
Marx y Engels, Lenin y Trotsky, Carlos Mariátegui, el Ché Guevara y Salvador Allende pueden descansar en paz. Chávez pertenece a otra estirpe. A la del Dr. Francia y Rosas, el mazorquero, a la de Fulgencio Batista y Somoza, a la de Trujillo y Rojas Pinilla. Ni siquiera a la de Perón o Fidel, megalómanos tercermundistas con ínfulas napoleónicas.
Pura república bananera y petróleo a borbotones. C’est tout.
LA METÁSTASIS
“No es con pesimistas ni tampoco con simuladores como se hace la patria”
Arturo Uslar Pietri
Autócratas como el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías difícilmente dejan el escenario de forma civilizada. Se niegan a traspasar los poderes según las consabidas tradiciones democráticas. Antes, por el contrario, resulta perfectamente imaginable verlos despedazados bajos las manos aviesas de uniformados golpistas de sus propios entornos: un Videla, un Pinochet. Si no es lo que desean sus pueblos ni anhelan sus mejores hombres, es lo que la historia suele poner al servicio de las circunstancias para volver las cosas a su sitio. Véase el caso de Musolinni, colgado de un farol y destripado por la furia popular. Véase a Hitler convertido en fogata por su propia mano. Véase a Sadam comido por los piojos. Véase a los sátrapas del Caribe empujados al más allá gracias a un bazookazo, como sucediera con Somoza en Asunción. ¿Qué destino le espera a esta sedicente revolución bolivariana? ¿Qué final a su caudillo?
Tendríamos que estar ciegos para no advertir el grado de desintegración en que se debate el régimen. La metástasis del cáncer terminal que lo aqueja. Ni siquiera por la acción disolvente o atrevida de una oposición prácticamente inexistente, sea dicho sin segundas intenciones, sino como resultado de la propia dinámica caótica y disgregadora del régimen mismo. Chávez ha perdido toda capacidad de gobierno. Sus ejecutorias se limitan a una logorrea homérica: habla y habla y habla interminablemente, reproduciendo su voz y su imagen en una infinita cadena de espejos, ante cualquier circunstancia y en cualquier momento. Sin atender en ninguna de ellas a los problemas cruciales a los que su incuria, su desidia y su estupidez ha hundido a los venezolanos: la inseguridad, el hampa, el desempleo, el hambre, el abandono, el saqueo, la miseria.
Cuentan quienes conocen sus vísceras, que el chavismo es una auténtica matazón de todos contra todos. Los grupos de intereses salvajes que Chávez y el chavismo han engendrado, convertidos en mafias super poderosas dispuestas a llegar hasta sus últimos extremos por la conquista del suculento botín, se enfrentan a cuchilladas por mantener los privilegios y seguir engrosando sus cuentas corrientes en moneda dura. Petroleros contra financistas, financistas contra militares, militares contra contratistas, contratistas contra yuppies, yuppies contra narcotraficantes y así hasta el infinito.
El gobierno de una nación que fuera asilo contra la opresión y orgullo de las democracias occidentales cuando en el continente reinaba el gorilaje se encuentra despedazado por los mordiscos de cleptócratas y empresarios de nuevo cuño, nacidos al calor de la desintegración del Estado y el asalto a mano armada de hambrientos y zarrapastrosos bandoleros consuetudinarios. Quienes ayer se movían en carritos por puesto lucen hoy el último grito 4×4 de la prepotencia bélica yanqui, convertidos en rústicos de super lujo – valga la contradicción – o desplazándose en naves de carrera dignas de herederos de familias reales. Cuentan con avionetas supersónicas y helicópteros privados. El verdadero reino de las mil y una noches de la corrupción. Y todo en nombre del pueblo.
Se ha vuelto a cumplir el ancestral maleficio: “las revoluciones no han producido en Venezuela sino el caudillaje más vulgar, gobiernos personales y de caciques, grandes desordenes y desafueros, corrupción y una larga y horrenda tiranía, etc., etc., etc…”
¿QUO VADIS?
“El país está deseoso de que se le señale un nuevo rumbo, aunque tenga un precio de sacrificios, que no van a faltar voluntades para tarea tan digna, que hay más soldados dispuestos para el buen combate de fortalecer la democracia, impulsar la economía, hacer efectivo su pleno sentido de justicia social y abrir los caminos al futuro”
Arturo Uslar Pietri
El caos disolutivo del chavismo no debiera provocar otra reacción que no sea un profundo deseo de renovación, de apuntar exactamente a la meta contraria a la que ha aspirado esta faena de zapa, desintegración y aniquilamiento llevado a cabo por esta revolución pretendidamente socialista y pretendidamente de izquierdas. Un deseo de acabar con el pasado – incluido estos siete años de desastres y pesadillas – para dar vuelta la página y construir el futuro. En el aborrecible espejo de sus desastres, Chávez ha contribuido a perfilar la Venezuela que aspira a lo mejor: ser moderna, progresista, democrática, joven y decente. Ser, de una vez por todas y luego de doscientos años de independencia, una nueva Venezuela.
El país quiere liberarse de esa visión malsana, enfermiza y neurótica de su pasado. Basta de tanta estatolatría retrógrada y farisaica. Ninguna de sus figuras emblemáticas, ni Bolívar ni Sucre, ni Páez ni Soublette, ni Monagas ni Guzmán Blanco, ni Crespo, Castro o Gómez sirven de referencia alguna para el futuro a que aspira la decencia nacional. Luego de abrir la caja de Pandora de nuestros más ominosos secretos, mediante la felonía del 4 de Febrero y la complicidad del establecimiento político de la decadente cuarta república, llevados al paroxismo durante estos siete años de oprobio y vergüenza, el país reacciona y comienza a sentir los efectos de una lavativa espiritual. Basta de tanta chatarra decimonónica, basta de tanta buhonería de próceres, mitos y condecoraciones. Llegó la hora de quitarse las costras y lavar la casa.
¿Qué queremos? ¿Adónde vamos? Una revolución modernizadora. Un sacudimiento espiritual que deseche las polillas y cucarachas de este subdesarrollo congénito. Abrir las ventanas del país y aspirar el aire renovador de las nuevas corrientes de la historia. Integrarnos a la globalización, propiciar la prosperidad y el crecimiento económico, ponernos a crear con todas nuestras fuerzas un nuevo espíritu nacional. Convertirnos en una nación del primer mundo, competitiva, avanzada, tecnológicamente al día, culturalmente a la vanguardia.
No se trata, como en la tragicómica parábola del caballo de nuestro escudo, de voltear la cabeza a la izquierda o a la derecha. De seguir comulgando con las ruedas de carreta de viejas ideologías o referencias trasnochadas. Llegó la hora del siglo XXI. Hay que echar a un lado todo cuanto estorba nuestro camino. Que las élites de la decadencia abran paso a los nuevos liderazgos. La nueva Venezuela espera por nosotros.
EN RECUADRO
TOCAN A DEGÜELLO
Mientras el presidente de la república recibía con fastos de jefe de Estado a Su Eminencia, el cardenal Urosa Sabino en la rampa 4 de Maiquetía, Juan Barreto ordenaba a sus zarrapastrosos grupos de choques apostarse al costado de la catedral y caerles a pedradas e insultos a los obispos en pleno y a todos los invitados de la oposición que asistían a la misa en honor del nuevo príncipe de nuestra iglesia. Al vicepresidente Rangel se le contó no menos de una docena de espalderos armados hasta los dientes. Sabía el terreno que pisaba. La catedral y la Plaza Bolívar, ya lo sabemos, es zona roja. Y la revolución no respeta autoridades. Está a punto de comenzar a devorar a sus mejores hijos, como dicta la experiencia.
Tampoco respeta cámaras fotográficas. Lo vino a saber Jorge Aguirre cuando disparaba la última instantánea de su vida agonizando sobre el pavimento frente a la casa que vencía a las sombras. En exclusividad para un medio de una cadena que ni siquiera es opositora. El sicariato no distingue matices ideológicos. Medio es medio, reportero es reportero: merecen ser asesinados a sangre fría, como perros.
Está comprobada la participación de efectivos policiales en los sucesos que culminaran en la sangrienta y espantosa ejecución del empresario Sindoni. Amigo personal del gobernador Didalco Bolívar y del presidente de la república. Como parecen estarlo en las torturas y el asesinato de los hermanos Faddoul y el chofer Miguel Rivas.
Venezuela comienza a vivir la dinámica de un fenómeno inédito en nuestra historia: el pistolerismo político y el gangsterismo policial que suelen acompañar la putrefacción de los regímenes fascistas y antecedieran a la revolución cubana. Aquellos tiempos durante los cuales el joven Fidel Castro asesinara al joven Leonel Gómez de dos tiros en el estómago para congraciarse con Manolo Castro, el líder estudiantil del momento, que lo aborrecía. Luego asesinaría al propio Manolo Castro, en respuesta a su rechazo. El comienzo de una larga serie de asesinatos dignos del Chicago de la ley seca. Hasta que se hizo con el Poder, con el que morirá aferrado a sus manos.
Sólo nos faltan las blancas palomas de la paz en el hombro del caudillo. Provoca recordar una canción de la genial Violeta Parra:
“Qué dirá el Santo Padre/que vive en Roma/que le están degollando/ a su paloma”.