¿Estamos esperando al muerto?
Esta pregunta retumba por muchas partes: ¿Será verdad que está en estado agónico y que Venezuela comenzará a ser otra cuando eso termine?
Es frecuente escuchar a mucha gente contraria al ‘proceso’ decir, en medio de tanta confusión, desinformación y testimonios cruzados, que no se le desea la muerte. Pero se agrega: hay que aceptar la voluntad de Dios. ¡Él sabe lo que hace!
Y de producirse ese desenlace es porque el señor ha decidido enviarnos de su seno otro representante colmado de luz y poder para conducirnos por las sendas del bien.
Para sus feligreses, este Salvador vino a defender los pobres de quienes los agreden y pisotean para llevarlos de su mano misionera y revolucionaria al pan y la paz. Y por eso hoy existe la disposición de dar la vida por él si eso hiciera falta.
En ambos casos hay un elemento común: buscan al individuo que, poderes celestiales en mano, proporcione el bienestar del colectivo. Es el personaje enviado por Dios para que se encargue de la solución de nuestros grandes problemas.
¿Pero es verdad que en plena era global se sigue creyendo en estos antiguos postulados? El culto al héroe es una expresión directa de esta conducta. Y esto no se limita a lo nacional. Al nivel internacional prosigue la veneración al individuo capaz de regir los destinos de cualquiera de los países por complejo que sea.
En este contexto hay que situarse para entender lo que ocurre hoy en este expaís con la falta absoluta no declarada del golpista presidente (GP) reelecto. A la fecha no se ha juramentado ni tiene posesión real del cargo para el nuevo período. El TSJ declaró una tal continuidad administrativa que colocó al régimen en una situación de facto.
¿Y hasta dónde llegará esta situación? A esta hora no vale la pena proseguir en el jueguito del escondite y la mentira sobre su verdadero estado de salud. Preferimos detenernos en el escenario de su ausencia absoluta, algo que el propio enfermo puso en discusión el 08/12/12 cuando señaló que su sucesor sería el señor Nicolás Maduro.
¿Pero es verdad que si ocurre su desaparición se van a producir cambios de fondo en la situación venezolana y que este expaís será uno antes y después de ese acontecer?
Con ese desenlace, que no calificamos de inminente y menos de deseable, estaríamos ante la liquidación del tantas veces nombrado ‘caudillismo tradicional’. Pensamos que el GP es la última expresión, la propia síntesis de un tiempo ocupado por la figura del caudillo como autoridad mayor en todos los aspectos del acontecer nacional.
Un caudillo, además, que fue conducido en el contexto de Venecuba y con el apoyo de su capital petrolero a una figuración internacional que le convierte en puntal de los esfuerzos por lograr la pervivencia o reestablecimiento del proyecto socialista en el mundo. Desde entonces el socialismo petrolero e internacional bolivariano.
A estas alturas estamos ante un caso poco comprensible y lleno de contradicciones. Difícil entender cómo se puede impulsar un tal socialismo cuando a nivel mundial se produjo no sólo su caída sino la propia devolución hacia el capitalismo, al cual se le coloca ahora motes como el de ‘humanístico, nuevo o solidario’. Nadie se atreve sin embargo a señalar que la explotación sigue de pie, registrando cada una de sus hazañas.
Y conste que ante el cuadro de la enfermedad, los beneficiarios de este socialismo de la renta petrolera, y en particular la alta dirigencia de Venecuba encabezada por los hermanos Castro, ha cuidado de arreglar el problema de la sucesión caudillista.
Ante la constatación de que no existe ningún otro líder que posea ni remotamente los rasgos o cualidades del GP, se ha procedido a instrumentar mecanismos hasta ahora ajenos y distantes para poner el peso de la conducción de la llamada revolución en un tal liderazgo colectivo con visión horizontal.
Este modelo, que sirve para esconder el conocido verticalismo leninista, se ha puesto a andar, unido a un plan de exacerbación del culto heroico-mesiánico, que se expresa en la consigna ‘Todos somos Chávez’.
Es así como se procede a una supuesta juramentación colectiva del presidente, en la manifestación del 10E en el centro de Caracas. Esta es una expresión de lo que ellos llaman ‘poder popular’, una fuerza dispuesta a cumplir los lineamientos de una superioridad que tiene plena conciencia de que conduce un colectivo atrapado por un culto-fanatismo que paga los mejores dividendos.
Estamos así ante una fortaleza, no en el orden ideológico y político, sino en el del culto-fanatismo que no debe ser ignorada ni subestimada. Esto apunta hacia lo que algunos críticos han considerado como una necesidad: conocer la naturaleza, contenido y alcance de los presupuestos chavistas.
Subestimar este poder, que no depende exclusivamente del caudillo, implica una gran prepotencia de unos opositores que, como ellos mismos han declarado, no terminan de comprender esta realidad.
Se ha creado una Escuela Chavista, programada y consciente, que cuenta, además de los elementos propios del fanatismo, con la concentración y dominio de poderes, de capital. Y lo que es crucial, con el apoyo irrestricto de unas oposiciones cuya realidad no va más allá de la denominación y que constituyen la base y fundamento sobre los cuales se despliega el llamado proyecto bolivariano.
Por ello, no puede extrañarnos el triste espectáculo que conforman tanto este ‘proceso’ como las oposiciones que desarrollan su acción con una sola mira: Esperar la Muerte del Caudillo a ver si pasa algo.
Después de 27 años de dominio, prosiguió el gomecismo sin Gómez. ¿Qué pudiera impedir la continuación del chavismo sin Chávez, cada vez más reforzado con renta petrolera, una plataforma neoliberal recubierta de socialismo y un inmenso y creciente culto-fanatismo?
¿Quién puede sostener con fundamento que es fácil decirle adiós a esta llamada revolución del atrasado esquema neoliberal-rentista y socialista del “héroe inmortal” de todos los tiempos? ¿Cómo negar que, de lado y lado, la acción se limita aquí a la espera del muerto, signo y norte de una política forjada desde los designios del flamante marxismo-positivista? ¡Qué historia amigos!