Estado y desarrollo
A finales de los ’80 y principios de los ’90, se formó un consenso generalizado entre los economistas, incluyendo los del Banco Mundial (ver el Informe sobre el Desarrollo Mundial 1991), por el cual el desarrollo dependía fundamentalmente de la puesta en acto de políticas económicas “sensatas”, orientadas hacia el mercado, cuyas “reglas del juego” podríamos resumir de la forma siguiente: Los gobiernos deben asegurar un ambiente favorable para la productividad de la economía, esto implica un sistema de precios de competencia, que optimice el uso de los recursos, una economía abierta al comercio internacional, que permita la competencia y el ingreso de nueva tecnología.
Los gobiernos deben abstenerse de financiar gastos a través de dinero”inorgánico”, causa básica de la inflación. Los gobiernos deben invertir en investigación tecnológica, infraestructura, salud y educación. En síntesis, una microeconomía competitiva, una macroeconomía estable, nexos comerciales globales e inversión en tecnología, en infraestructura y en “la gente”.
Sin renegar de estas ideas, el Banco Mundial, en sus informes más recientes, afirma ahora que instituciones estatales efectivas y capaces son tan importantes, para el desarrollo, como políticas económicas sensatas. Estas políticas económicas habían surgido a raíz del estruendoso fracaso de los modelos inspirados en la “Teoría de la Dependencia”y como reacción al que, según los “dependentólogos”, tenía que ser el actor fundamental del desarrollo: el Estado populista. Por tanto, el énfasis de las reformas, basadas en el mercado, se puso en la reducción del papel del Estado.
El nuevo acento del Banco Mundial en la efectividad del Estado no significa un retorno al Estado intervencionista, proveedor directo del crecimiento, como quisieran los nostálgicos del viejo estatismo tercermundista, sino la construcción de un Estado catalizador y facilitador. Para el bienestar social, es fundamental reforzar la capacidad del Estado, definida como la habilidad de asumir, promover, eficientemente, acciones colectivas. Hay que adaptar el rol del Estado a su capacidad y elevar la capacidad estatal, fortaleciendo las instituciones públicas. Un Estado con instituciones débiles no puede fijarse muchos objetivos pero, entre los necesarios, debe incluir el fortalecimiento institucional. El Estado y el mercado son complementarios y el Estado es fundamental en la creación de las bases institucionales para el adecuado funcionamiento del mercado.
Quisiera concluir subrayando dos objetivos que considero esenciales en América Latina. Hay que construir un verdadero Estado de derecho; sin seguridad jurídica y sin un Poder Judicial autónomo e independiente se reduce la inversión, sin la cual no hay creación de riqueza. Finalmente, no hay instituciones eficientes y capaces sin funcionarios eficientes, capaces y honestos, lo cual se logra a través de una verdadera carrera administrativa que reconozca el mérito, provea seguridad en el cargo y mejores sueldos (If you pay peanuts, you get monkeys, dicen los anglosajones). Necesitamos menos, pero mejores servidores públicos.