Opinión Nacional

Esta catástrofe hay que reconocerla, vivirla, y sólo desde allí se puede afrontar el futuro

Nuestra derrota

La derrota que ha sufrido la oposición democrática es monumental y no puede -ni debe- ser disimulada. Cierto que las victorias están precedidas no por una sino por muchas derrotas, pero aquéllas son posibles si se sacan las consecuencias y se aprende de fallas y errores. Lo que no debería ocurrir es lo que Chávez hizo en Amuay en medio de la tragedia al asegurar que «la función debe seguir».

La dirección opositora no sólo ofreció una victoria sino que el propio día de las elecciones con toda la gestualidad necesaria -porque no se podían verbalizar resultados- se afirmaba un triunfo. No ocurrió.

Para la política y los políticos puede ser una derrota más; sin embargo, para centenas de miles y quizá millones de venezolanos es una catástrofe existencial. No se puede ignorar que mucha gente supeditó su vida, sus decisiones vitales, su destino personal, profesional y familiar a lo que ocurriera el 7-O. Hay un dolor inmenso; muchas lágrimas se han derramado; hay luto. Esta catástrofe hay que reconocerla, vivirla, y sólo desde allí, de ese poso de tristezas se puede alcanzar la necesaria serenidad para afrontar el futuro. Sospecho mucho de los que cronometran el tiempo de sus desolaciones porque hay que levantarse ya y volver a los business as usual. No; la función no debe seguir como si no hubiese pasado lo que pasó.

¿QUIÉN Y CÓMO HA GANADO? La victoria de Chávez no es limpia. Antes de proseguir aclaro de una vez dos cosas: Chávez puede tener los votos para ganar sin trucos y también es posible que los votos pulsados en las máquinas hayan sido contados adecuadamente. Por lo tanto no digo que Chávez perdió, ni digo que cambiaron electrónicamente los resultados. No tengo elementos para hacer esas afirmaciones. Pero, ¿se agota allí lo que constituye un fraude? No; de ninguna manera.

Venezuela asistió a una campaña signada por el ventajismo, el uso inmoderado de los recursos públicos, la intimidación permanente, el uso del Sistema Nacional de Medios al servicio de la campaña oficial, y sobre todo el miedo; miedo inculcado a los empleados públicos, a los que tienen algún beneficio de las misiones, a los que se les amenazó con violencia si el caudillo era derrotado. Este arsenal impide elecciones libres, limpias y auténticas, porque distorsiona la voluntad de una porción del país, cuya cuantía no se puede establecer, pero que existe. Aun si Chávez gana en unas elecciones libres la distorsión de la voluntad de un solo elector por obra de la intimidación oficial, es inaceptable. No es lo mismo ganar por 10% que por, digamos, 2 o 3%.

Por lo tanto, negar las prácticas fraudulentas lo que hace es abrir el campo para que se repitan e incrementen. Ahora vienen las elecciones regionales y locales, ¿acaso no valdría la pena luchar por el cambio de las condiciones electorales? No se afirma aquí que si no se producen todos los cambios deseados se debe llamar a la abstención; lo que se alega es que la lucha por el cambio de esas condiciones aunque sea en un cierto porcentaje entusiasmaría a los electores y una porción de las demandas podría lograrse.

LA CAMPAÑA. Capriles hizo una campaña electoral meritoria. Entusiasmó a millones y sin duda cogió la calle. Este esfuerzo tiene una larga historia que comenzó en 1999 y 2000. Sin esas luchas no habría habido la movilización de este año. Sin embargo, la oferta de una victoria que supuestamente ya se tenía en el bolsillo resultó fallida y un problema crucial fue la estrategia empleada.

Hubo una política de deliberada exclusión de dirigentes y organizaciones. La mayor parte de los precandidatos a las primarias fue excluida de la dirección estratégica de la campaña. La mayoría de los dirigentes de los partidos también. El argumento que me dio un cercano colaborador de Capriles fue que no necesitaban a las direcciones de los partidos porque sus bases ya estaban sumadas a la campaña. A esa posición repliqué con el ejemplo de Acción Democrática; le dije que no era lo mismo que los adecos votaran por el candidato, como seguramente lo harían, a que se activaran con la experiencia de las operaciones «mosca», «galope» y otras. Igual vale para otros partidos. Recuerdo haber dicho que los partidos tradicionales podrían no ganar una elección, pero que sin ellos era difícil hacerlo.

Un error estratégico derivado del anterior es desconocer que muchos chavistas de hoy pertenecieron a AD, a Copei o al MAS. Y aunque fuera por razones utilitarias -si no fuera por convicciones unitarias- se podía haber buscado esa conexión con el chavismo descontento a través de la historia política de sus miembros.

Un tema más profundo que ha asomado con el ratón post electoral es la idea profundamente reaccionaria y equivocada de que los chavistas son unos imbéciles vendidos por tres mil bolívares. No se advierte que la politización de los sectores pobres, la creación de una nueva élite, la existencia incluso de un chavismo de paltó y corbata, constituyen parte de una nueva realidad política y social. Insultar a Nicolás Maduro porque era chofer de Metrobús y luego Canciller es no entender que precisamente una democracia profunda, deseable, es que los choferes de cualquier cosa puedan llegar a las más altas posiciones. Eso fue lo que hizo AD en su tiempo y, por ejemplo, un humilde zapatero como Augusto Malavé Villalba, con limitaciones de expresión, que llegó a ser alto dirigente sindical y político, fue objeto de burlas similares.

Una visión equivocada del chavismo, incluso del descontento, llevó a competir con Chávez en términos de ofertas electorales. Tal aproximación revela que sólo se consideró lo que el régimen ofrece en términos materiales pero en ningún caso lo que proporciona en términos existenciales: sentido de pertenencia, voz, y una narrativa pasional; sin contar con el hecho de que ofrecer mejorar lo de Chávez era reafirmar lo que Chávez ha hecho; mal, pero ha hecho.

¿QUÉ VA A PASAR CON LA DIRECCIÓN OPOSITORA? En otras sociedades y contextos una derrota como ésta lleva a la renovación de la dirección. Tal vez no sea posible o deseable en el caso venezolano, pero lo menos que se puede esperar es una convocatoria amplia para un debate creador sobre las causas de la debacle y sobre las estrategias hacia el futuro. No se le puede pedir a la porción del país que ha dejado el alma en este esfuerzo fallido que ahora sólo se dedique a elegir gobernadores en diciembre sin que se recojan las experiencias, sin que se rectifiquen los yerros y se profundicen las virtudes que, sin duda, también tuvo la campaña con Capriles.

Esta derrota, bien evaluada, puede fundar futuras victorias. Debe resistirse la tentación de callar el pensamiento crítico porque hay otra elección. Con ese argumento siempre se impedirá debatir. Ahora vienen las de diciembre, más adelante las de abril y cuidado si no un referéndum para una Asamblea Constituyente…

 

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