Opinión Nacional

“Especialismo” versus “Enciclopedismo” o el falso dilema de la civilización occidental

La técnica como expresión de una dupla indisoluble: el capitalismo y la ciencia experimental.

Nos dice Ortega que sólo la técnica moderna en tanto que resultado de la Modernidad, expresión del maquinismo y la revolución industrial es esencialmente científica. Las demás técnicas que antecedieron a la técnica moderna no eran dueñas de un estatuto de cientificidad. Ni la mesopotámica, ni la griega, ni la romana, ni la oriental eran científicas.

Advierte Ortega y Gassett que la democracia liberal y el imperio de la técnica ha engendrado una poderosa “casta europea” que ha constituido un grupo social superior, una aristocracia del espíritu, hija  a su vez de la burguesía triunfante en las revoluciones que hicieron posible el surgimiento de los Estados europeos a partir de 1840 en adelante.

Se pregunta el filósofo y ensayista español: ¿Quién ejerce el poder social y quién impone la estructura de su espíritu en la época? Sin duda, la burguesía, se responde.

El técnico, el ingeniero, el médico, el farmaceuta, el profesor forman la élite ilustrada privilegiada de mayor altitud y pureza y el hombre de ciencia representa, a decir de Ortega, la cima, la más alta expresión de esa aristocracia del intelecto y del espíritu de una época caracterizada por el predominio de la racionalidad tecnocientífica.

Un ejemplo basta para ilustrar la importancia que la cultura europea le asigna a los hombres de ciencia. Si la civilización se viere compelida a ser juzgada por el tipo de hombres que la habitan; sin dudas, dice Ortega, no dudaría en responder que serían “sus hombres de ciencia”. El científico es para el orgullo europeo el non plus ultra de la cultura occidental.

Paradójicamente, la ciencia misma en su desarrollo demencial ha ido logrando convertir al hombre de ciencia en un auténtico “hombre-masa”. Lo denomina con justa calificación Ortega, “un primitivo”, “un bárbaro moderno”, valga la contradicción terminológica.

Desde Galileo, pasando por Newton hasta finales del siglo XVIII la conciencia europea ha hecho esfuerzos de unificación bajo el nombre de la física. La ciencia no necesariamente tiene que ser especialista pero la técnica que la hace posible en su despliegue la convierte irremisiblemente en un saber experimental especializado. No obstante, -dice Ortega- la praxis científica a través de los últimos siglos se ha ido recluyendo en campos de ocupación intelectual cada vez más estrechos y compartimentados. De allí que el científico por necesidad inevitable de tener que reducir su ámbito de estudio y de investigación ha visto reducir sus vínculos y zonas de contacto con las demás partes de la ciencia perdiendo la posibilidad de una interpretación integral del universo y de la realidad. Ortega toma partido por una visión integral de la ciencia y postula este rasgo distintivo como una característica que debería definir la cultura y civilización europea.

La especialización comienza paradójicamente en una época que el hombre civilizado denomina la “cultura enciclopédica”. Criaturas que viven enceguecidas por las luces del enciclopedismo pero atrapados por una praxis científico-técnica especializada. El especialismo y la especialización disciplinar va expulsando del mundo europeo y del hombre de ciencia la “cultura integral”. Hacia finales del siglo XIX, 1890 ya el hombre de ciencia es aquél que conoce sólo una disciplina determinada y, más allá, únicamente un reducido pedazo de esa disciplina en la que el científico se ha especializado. Surge así una dicotomía: el científico versus el dilettante, o sea, el curioso por conocer el conjunto del saber universal.

Dice Ortega que “la ciencia experimental ha progresado en buena parte merced al trabajo de hombres fabulosamente mediocres. Esto crea una casta de hombres sobremanera extraños.” El especialista sabe asaz bien todo sobre su mínimo espacio de investigación pero ignora escandalosamente de raíz todo el resto. Ha surgido un “extraño hombre nuevo”, el hombre de ciencia, “un sabio-ignorante”. Ese que se comporta no como un ignorante sino como un petulante que aparenta saber.

Al especializarlo la sociedad lo vuelve hermético y satisfecho al hombre cualificado pero al mismo tiempo lo reconcilia con su estupidez de hombre-masa. El especialista se envanece en su presunción disciplinar instaurando el imperio actual de las masas. Es terminante la conclusión de Ortega: el primitivismo y barbarie del especialismo es causa de una desmoralización del hombre europeo. El resultado es evidente; a mayor proliferación de “hombres de ciencia” menos “hombres cultos”.

El hombre vive la crisis más honda de su historia y sólo podrá salvarlo una nueva enciclopedia más sistemática que la primera.

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