Escuela y comisaría política
Comprometidos a revisar la novísima ley que rige la materia, según lo recomienda en su más reciente artículo Leopoldo Puchi, a objeto de ponderar sus virtudes (aunque bien se ha dicho que la moneda falsa circula gracias a la verdadera), deseamos colocar el acento en el cambio de representación social que atañe al docente. Vale decir, lo que cree, creemos y nos hace creer el poder establecido, en torno a su misión y desempeño, es materia modificar.
Breve digresión, ya se observa en relación al científico profesional, pues, quien tiene por oficio la investigación, tiende a superar el consabido estereotipo del que habló en una ocasión Rafael Rangel Aldao (por ejemplo, Economía Hoy/Caracas, 07/11/94), para adentrarse en el territorio de la comisaría política, suficientemente denunciada por Jaime Requena. Y es que, al (ultra) partidizar las especializaciones, en nombre de los lineamientos que dicen monopolizar la verdad sobre la realidad, una e inconmovible, generando los intereses burocráticos del caso, ya no se entiende como un curioso por libre vocación que demanda mejores condiciones de trabajo, en un cuadro de excelencia académica, acaso candidato a un premio como el de la Fundación Polar, sino un cumplidor exacto del deber impuesto para alcanzar la soberanía tecnológica del país, dejando de lado la más pura ciencia, encaminado a alguna condecoración del Estado que le conceda el visado y la confianza necesaria para cursar en una universidad del extranjero.
Simplificando las etapas, ha quedado atrás la imagen del antiguo maestro de escuela, cuyo apostolado, vida ejemplar y afecto incomparable borra los castigos corporales en los que pudo incurrir. Y también la del presupuestívoro y temible activista gremial, un privilegiado en medio de la generalizada crisis económica, por cierto, disociado de toda innovación pedagógica por entenderse como ajeno al cientificismo y experimentalismo, según colegimos de trabajos como el de Tulio Ramírez (vid. E. Casado y S. Calonge, “Conocimiento social y sentido común”, UCV, Caracas, 2001).
Inevitable, ahora lo comprendemos como otro superviviente que ha de depender cada vez más del Estado, reducidas las posibilidades en el sector privado, más provisorio que titular de su cargo, en medio – esta vez – de una aguda y generalizada conflictividad política, percibida como la mayor amenaza a su inmediata estabilidad y desarrollo profesional. De modo que, en lugar del conductor de juventudes, canalizador de instintos, orientador para una vida útil, convierte sus propias angustias y vicisitudes personales en el mejor pasaporte para integrarse al partido que dice monopolizar el gobierno, acatar las instrucciones ahora legales para tratar y atender a las comunidades según los intereses del poder central, depender de los funcionarios estatales y para-estatales que le dan un sentido a la comisaría encomendada, convertido en un sobresaturado agente político y acróbata social en el intento de administrar y sólo administrar los inmensos problemas que el propio Estado se niega a solventar, transfiriéndoselos.
Células alternas del partido de gobierno, por muy avanzadas que se digan las metas, objetivos y empeños didácticos de la inconsulta legislación (porque la teatralidad del llamado “parlamentarismo social de calle” u otro eufemismo en boga, no es en realidad participación e integración), la escuela y el liceo tendrán a sendos y comprometidos dirigentes políticos, satisfechos por salvar el salario regular. La percepción, representación o imaginario vinculado a la actividad docente ganará en heroísmo, desprendimiento, patriotismo y toda aquella ejemplificación moral deseada y la efectividad política lograda, así no tenga correspondencia alguna con los más altos sectores dirigentes del Estado, y mientras el malestar económico, las angustias personales, la desesperada situación de las comunidades u hogares atendidos, sigan su diabólico curso atenazador.
Cada escuela y liceo, sede de la comisaría política del chantaje económico y social, de obvia y amplia resonancia al compararlo con la comunidad de científicos, como no han logrado hacerlo con las comunidades obreras echadas a la suerte el sicariato. De un lado, no es casual que los sectores más especializados de la legítima burocracia del Estado, como el de los docentes y militares, sean prisioneros de quienes no los creen al servicio del pueblo, del país o de la nación venezolana; y, del otro, que sobrevenga una superlativa exaltación propagandística y publicitaria del maestro y profesor, como piezas indispensables de un proceso que se hace llamar revolución.
Sabemos que los actuales elencos de poder, no gozan del convencimiento y de la eficacia que pudo caracterizar a los bolcheviques o los veteranos de Sierra Maestra, a fin de concretar el esquema. Importantes recursos materiales por delante, continuará la simulación revolucionaria, tras la resistencia de la ciudadanía y el fracaso de la dirigencia oficialista, pero quedarán las cuñas publicitarias flotando en el inmenso espacio de las creencias colectivas.