Opinión Nacional

¡Esa Facultad de Arquitectura!

En la versión publicada en Tal Cual de mi artículo de dos semanas atrás se filtraron dos errores como los que siempre amenazan en el mundo del periodismo: fue modificado un párrafo hasta hacerlo de torpe redacción; y la fotografía de Jesús Tenreiro, que iba acompañada de una larga leyenda, apareció con una más corta en la que se decía que Venezuela no había reconocido su legado.

La redacción original del párrafo en cuestión era sin duda difícil, pero si se guardaba el ritmo de lectura del texto que lo precedía no tenía porqué requerir modificación. Se refería al silencio interesado y revolucionario (¡redundancia!) del ilustre ministro de la Cultura sobre su experiencia docente en la UCV, en relación con la cual fue para él y para todos nosotros de vital importancia la independencia frente al Poder (aunque fuese en aquel momento el Poder académico) y sobre todo la total libertad de cátedra.

En cuanto a la leyenda de la foto, la versión original, que apareció correctamente en Venezuela Analítica, decía así: “Como en Venezuela se olvida lo que más importa, en la “Memoria” de los 50 años de la fundación de nuestra Facultad de Arquitectura se ignora el legado de Jesús Tenreiro. Pero su labor dejó una huella trascendente que el tiempo rescatará.” No hablaba pues, como dice la versión publicada en el diario, de que Venezuela ignoraba su legado, sino que la culpable de la ignorancia era nuestra Facultad. Son dos cosas muy distintas porque no se le puede pedir a la sociedad venezolana en un sentido amplio, a través de sus instituciones, que conozca de un legado, si la comunidad en la cual éste se forjó es la primera que lo pasa por alto.

Y es por eso que quebranto mi intención de hacer consideraciones sobre un reciente viaje y me ocupo hoy de mi casa de muchos años, la FAU de la UCV.

Cuando la “Memoria” fue publicada, recibí un ejemplar cortesía del Decano, el cual luego de hojearlo decidí devolver al remitente acompañado de una carta en donde expresaba mi decepción, tantas lagunas había encontrado en su contenido. Nunca entregué la carta ni devolví el libro por diversas razones, pero poco después, durante nuestras conversaciones de los sábados, Jesús Tenreiro me habló del tema.

No quiero hablar por él y decir lo que pensaba, pero coincidíamos en asombrarnos por las omisiones de nombres, eventos y debates que fueron parte importantísima de la vida de una institución a la que dedicamos energía, entusiasmo, decepciones y en definitiva una parte importante de la vida de cada uno. Al final, al hilo de su decepción y recurriendo a una actitud que le era característica, Jesús me proponía que hiciéramos entre los dos nuestra personal Memoria. Asentí a su pedido con reservas que no le comuniqué. Sabía que sería una tarea muy alejada de nuestras posibilidades, limitada por la escasez del tiempo no absorbido por la lucha diaria, incluso de nuestras ganas de tomar en serio la tarea.

Y ocurrió que Jesús se fue sin hacer su parte. Y yo me ocupo hoy de hablar sobre aquella idea, ahora, cuando recién se han realizado elecciones y hay un nuevo Decano. Pero no sólo de la idea, sino sobre todo de lo que creo que es el origen de las omisiones que la motivaron.

Uno de ellos es sin duda la burocratización de nuestra universidad, demostrada de manera clara en el hecho de que no puedan ser candidatos a Decanos sino “doctores”, tengan o no tengan una estrecha vinculación con el ejercicio de la arquitectura, o, dicho en un lenguaje más cercano a Jesús, que amen o no a la arquitectura. Eso ya es muy revelador porque me niego a aceptar que sólo sean elegibles para dirigir una Facultad las personas que de una u otra forma hayan hecho ¨carrera” académica. Ese es el mejor camino hacia la rigidez burocrática. Y es ella la responsable de olvidar lo que no es burocrático. Y si hay un ejemplo de rechazo a la burocratización fue la vida de profesor de Jesús Tenreiro, quien teniendo bases culturales e intelectuales que todos reconocemos como excepcionales, nunca pasó de ser Profesor Asistente porque nunca creyó en la forma exigida para los “trabajos de escalafón”. Jesús pensaba, y ocasionalmente sostenía, que el valor arquitectónico de un determinado edificio, o incluso de un proyecto, obra de un profesor, era la mejor prueba de su capacidad académica, sin que creyera en el mito de que un buen profesional no es necesariamente un buen profesor. No, en eso le di y le doy hoy toda la razón: un buen profesional tiene siempre un alto valor patrimonial para una universidad, pero la escalada de largo alcance del mundo de los profesores e investigadores de “carrera” no permite aceptar ese principio. De allí un requisito tan innecesario como el del doctorado.

Y ahora es Decano un Doctor (creo), Guillermo Barrios, y a él me gustaría dirigirme públicamente.

Decirle que es en la valorización de los legados de quienes han pasado y están en sus aulas donde reside el verdadero valor de una institución universitaria. No fue Jesús Tenreiro quien perdió por no estar mencionado sino “al pasar” en una publicación; no, fue la Facultad de Arquitectura. Y no sólo es asombroso ese olvido sino el hecho de que los profesores jubilados visiten sólo esas aulas para firmar un papel diciendo que no están muertos. Los jubilados tenemos mucho que decir en las aulas universitarias y quienes las dirigen deben ser los primeros en saberlo. En estos días hice un ejercicio: de 22 arquitectos miembros del Star System actual, 16 son mayores de 65 años, 3 mayores de sesenta, 2 mayores de 55…y sólo uno de 45 años. Pero aquí en Venezuela la FAU nos considera prescindibles desde los sesenta. Año y medio antes de su muerte Jesús se negó a dar una materia optativa en la FAU, para lo cual había sido invitado…¡porque no había presupuesto para pagarle! Mientras hay profesores “jóvenes de Historia de la Arquitectura que jamás han estado en una pirámide azteca, para no hablar de una catedral gótica.

Concluyo diciendo que la polarización política actual de Venezuela, ha ocultado el hecho de que nuestra máxima casa de estudios exige cambios profundos. Y sobretodo uno que me parece fundamental: no dejar que la burocratización la convierta en una institución sin memoria y sobre todo sin alma.

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La Abadía de Güigüe, parte de nuestro patrimonio edificado y referencia esencial, es obra de un profesor asistente, a tiempo convencional, no elegible para ser Decano

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