¿Es posible que Venezuela se cubanice?
El giro autoritario dado por el Gobierno desde que se suspendió el paro cívico, el control de cambio, la discusión de la ley mordaza, la posibilidad de aumentar el número de integrantes del (%=Link(«http://www.tsj.gov.ve»,»TSJ»)%), la destrucción de (%=Link(«http://www.pdvsa.com.ve»,»PDVSA»)%), la bancarrota económica y social, el control de Chávez sobre las Fuerzas Armadas y, para no seguir flagelándonos, la falta de un acuerdo en la Mesa de Negociación que anuncie una salida electoral a la crisis, preocupan tanto a los venezolanos que muchos piensan que navegamos a todo vapor hacia ese mar de felicidad que es Cuba. Esos compatriotas se ven con tarjetas de racionamiento, haciendo largas colas para conseguir un kilo de carne o comprar un par de zapatos, y dominados por un aparato de seguridad que reprime y esclaviza al pueblo, como en la isla antillana.
Es cierto que la situación del país se agrava con el paso de los días. El odio de Chávez por la nación es tan grande que no existen barreras que no pueda traspasar. Su plan consiste en gobernar incluso sobre una tierra arrasada, tal como Fidel, Gadaffi y Hussein. Sin embargo, pensar que el golpista puede imponer en Venezuela un régimen como el que Castro implantó en Cuba, es algo muy diferente. Entre la Cuba de 1959 y la Venezuela de 2003 existen notables diferencias. Además, la forma como Castro y Chávez llegan al poder son completamente distintas. Cuba a finales de los años 50 se mantiene sobre la base de una economía basada en el monocultivo, la caña de azúcar, que proporciona, junto al turismo, la gran mayoría de las divisas de la isla. Las dictaduras que se habían turnado en el poder mantenían en ruina a esa pequeña nación, y no habían permitido que se desarrollara una sociedad civil plural y compleja. La experiencia democrática se había reducido, en medio de grandes limitaciones y problemas derivados de la corrupción, al corto período que va de 1940 a 1952, cuando Fulgencio Batista da el golpe de Estado que lo coloca de nuevo en el poder. No existían medios de comunicación fuertes, ni impresos ni radioeléctricos, que sirvieran de contrapeso al Estado. Tampoco había una dirigencia política, ni partidos a los que el pueblo les reconociera autoridad. En medio de este cuadro triunfa Castro al frente del Ejército Rebelde. De Sierra Maestra baja comandando una fuerza guerrillera ante la cual capitula el ejercito regular fiel a Batista. Esta rendición incondicional le permite a Fidel someter sin restricciones a las Fuerzas Armadas y sustituirla por los jefes guerrilleros y milicianos que lo habían acompañado en sus días de combate. Completa la labor de demolición del antiguo orden y de control sobre el que surge después que se declara comunista y se alinea con la Unión Soviética, con la creación de la temible policía de seguridad conocida como G-2. Milicianos y esbirros integran el aparato represivo que mantiene en el poder al déspota más longevo del planeta.
La situación de Venezuela y de Chávez es diferente. En el país, a pesar del predominio de la actividad petrolera y del ciclo recesivo que se inicia hace dos décadas, existe una capacidad industrial instalada muy superior a la de Cuba en 1959. Aquí el modelo económico mixto hace posible la aparición de una clase empresarial extendida a lo largo y ancho de del país. Existe una sociedad civil diversa y compleja que cataliza el surgimiento de una nueva ciudadanía que se expresa a través de una intensa y permanente movilización. El ciudadano que emerge a raíz de la confrontación con Chávez demuestra no estar dispuesto a transferirle el poder que tiene en sus manos a un dictador. La CTV y Fedecámaras son organizaciones gremiales con un amplio apoyo de sus bases sociales. Aquí existen unos medios de comunicación y una tradición de libertad de expresión, que el Gobierno no podrá aplastar, a pesar de las restricciones que contempla la Ley de Contenidos. No obstante la decadencia de las grandes organizaciones tradicionales, hay una dirigencia civil de oposición y unos partidos que son ampliamente reconocidos por el país que discrepa de Chávez. El régimen no puede montar un aparato de seguridad ni remotamente parecido al G-2. Las Fuerzas Armadas, a pesar de los planes de control y destrucción instrumentados por el régimen, y que han producido engendros como Acosta Carles, no han claudicado ante Chávez. Las FAN siguen siendo una institución profesional, de la que puede esperarse que se pronuncie en defensa de la democracia y el pueblo, cuando el caudillo de Sabaneta decida quitarse la máscara y erigirse en dictador, que en todo caso no será comunista, pues a diferencia de 1959, ahora no hay Guerra Fría, no existe la Unión Soviética y el comunismo quedó como un anacronismo.
Todas éstas diferencias objetivas entre Cuba y Venezuela y entre Fidel y Chávez, reducen las posibilidades de que pueda repetirse en nuestro país un fenómeno como el de la isla caribeña. Sin embargo, para que la nación se asegure de que tal despropósito no se materialice, ni siquiera en una versión moderada, es indispensable que la movilización y las protestas populares se mantengan e, incluso, eleven su tono. Chávez trata de proyectar una imagen de normalidad que en realidad no existe. La verdad es que Venezuela padece la peor calamidad de toda su historia. El desempleo, la pobreza, el cierre de empresas, la inseguridad, el acoso a la libertad, la violencia de los grupos terroristas y la destrucción de las instituciones, han alcanzado niveles nunca vistos. Esta “esencia” de la realidad tiene que ser mostrada para que el mundo sepa quién es Chávez y qué lo que pretende imponer en Venezuela.