Opinión Nacional

Éramos felices y no lo sabíamos

‘Éramos felices y no lo sabíamos’. ¡Cuántas veces hemos pronunciado esa frase con un suspiro de lamento! Más aún cuando observamos que el gobierno que hoy padecemos es consecuencia en gran medida de la insatisfacción que invadió a gran parte de la población durante ‘aquéllos 40 años’. Para muchos, un golpista solucionaría los problemas de esa democracia que percibimos incompleta, defectuosa, y que repudiamos especialmente los últimos diez años antes de su arribo al poder.

El ex militar indultado fue recibido como el mesías que prometía mano dura contra la corrupción. Su discurso dirigido especialmente a los estratos más bajos de la poblada, lo encumbraría con la anuencia de algunos que ostentaban el poder económico y cuyos beneficios mermaron especialmente durante los segundos gobiernos de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. Los murmullos en reuniones de todo tipo acerca de la imperiosa aparición de un ‘gendarme necesario’ eran frecuentes. Se llegó incluso a aplaudir un desafortunado intento de golpe de estado en vista de que un militar sería el encomendado para poner orden en un país de negocios torcidos y acostumbrado desde antiguo al taconeo de las botas. Así llegó el hombre sin cachucha, cargado de esa especie de enfermedad cuartelaria, que impone, que manda, que ataca a todo el que se le oponga, dentro y fuera de lo que pueda considerar para sus efectos de dominio, su fortín.

Lamentablemente, como suele suceder en los humanos, desechamos lo bueno y pareciera que únicamente recordamos lo malo de los años que le antecedieron. Olvidamos los tiempos felices y nos detenemos en la infelicidad. Y nos dejamos llevar por alguien que remeda al gato con botas en sus alocuciones. Sonríe y clava la estaca, conversa y amenaza, abraza y anuda la soga al cuello.Tarde empezamos a darnos cuenta que la elección fue errada, que las imperfecciones de antaño fueron hazañas gestadas durante años y que aquella democracia que atacamos incansablemente nos permitía mejorarla por medio de luchas sociales, políticas y sindicales.

Los cincuenta años de vida democrática fueron el resultado de un sinnúmero de acontecimientos a través de dos siglos de historia. Y todo se echó por la borda por la inmediatez, muy característica del venezolano, por el afán de arreglarnos la vida en un instante. Los logros obtenidos a lo largo de esos años que hoy parecen lejanos fueron muchos. Habría que escribir un libro para apenas enumerar los avances derivados de la entrada de Venezuela en el abanico de naciones democráticas en todos los ámbitos de la vida nacional. Ciertamente hubo errores, abusos, corrupción y, sobre todo indiferencia. Indolencia y apatía no solamente de los gobernantes sino también de quienes los elegimos frente a problemas que nos han aquejado desde siempre como lo es la pobreza. Pero olvidamos que todo ello requería de la voluntad conjunta para perfeccionar la democracia de tuvimos.

Porque la democracia siempre es perfectible, siempre es dinámica y siempre es plural. Es perfectible porque las leyes deben ajustarse a la evolución de los tiempos tomando en cuenta la historia de sus pueblos, es dinámica asimismo porque lo lógico es que los países evolucionen y se desarrollen hacia adelante, hacia el futuro. Y es plural, porque los seres humanos poseemos una gama infinita de ideas y de pensamientos y, por tanto, la democracia da cabida a múltiples maneras de pensar y expresarse.

Así pues, reconocida la responsabilidad y purgada la culpa, se hace imperativo para la vida del país revisar y evocar los logros de ‘aquellos cuarenta años’. Examinarse sobre qué puede aportar cada quien para cambiar el rumbo de las cosas y regresar a la democracia perdida para perfeccionarla. Y dejar de lamentarnos porque éramos felices y no lo sabíamos.

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