Entre estupores
En estos tiempos de revolución bolivariana, en Venezuela ocurren a diario situaciones sorprendentes. Y son tantas y tan continuas que podemos decir que vivimos de sorpresa en sorpresa, entre estupores.
Hace unos días tuve que ir en dos ocasiones a la sede de Cadivi para solventar un inconveniente y solicitar las divisas que necesito para viajar. La atención que me dispensaron fue buena, no amable, pero sí es justo reconocer que quien me atendió fue diligente y precisa en lo que yo necesitaba.
Quienes iban llegando tomaban un número y siguiendo ese orden, éramos llamados y atendidos. Así, en un breve lapso de tiempo, las señoritas que atendían al público aclaraban dudas y solucionaban interrogantes de los usuarios.
En la primera oportunidad que estuve allí, se presentó una pareja de raza negra que no lograba comunicar a la asistente qué es lo que necesitaba. Eran venezolanos, pude ver que así lo certificaba su cédula laminada con fondo blanco como la mía. Lo primero que debe hacerse al ser llamados, es mostrar la cédula de identidad y ser ubicados en el sistema computarizado de Cadivi. Por lo que percibimos gracias a la conversación que sostenían las dos señoritas que estaban allí para atendernos, ambos aparecían en el sistema pero no podían hacerse entender porque no hablaban español. Un caballero que esperaba junto con otros quince o veinte más, se ofreció para servir de traductor y se dirigió a ellos en inglés. La pareja, agradecida y aliviada, logra aparentemente resolver lo que les llevó allí.
La cara de quienes presenciamos aquello fue la misma. Era de estupor puesto que, si aquellas personas eran venezolanas, ¿Cómo era posible que no pudiesen hacerse entender en nuestro idioma? ¿Cuánto tiempo haría que estaban en Venezuela y no hablaban español? En fin, era un caso más que contar en la historia de las ocurrencias venezolanas, si no fuera porque la segunda vez ocurrió algo parecido con una pareja que a todas luces parecía de origen chino. La situación de impotencia de la señorita sentada frente al computador era evidente. Aunque le repetía una y otra vez que debían venir con alguien que hablara español para comunicarse, la pareja no se movía del sitio. Una persona, de seguridad probablemente, les pidió dejar el acceso libre para otro usuario porque estaban retrasando la cola y les escoltó a la salida.
Nuevamente el público estaba sorprendido pero, esta vez, además, había una especie de irritación colectiva. No con las personas que acababan de retirar por verse imposibilitadas de hacerse entender, sino por la situación de ver que hay nuevos venezolanos que ni siquiera hablan el idioma, y que, seguramente, no puede aportar nada productivo al país. ¿En qué área se encuentran trabajando y en qué beneficia al estado venezolano la adhesión de estos ciudadanos a la nacionalidad venezolana?
No se trata de xenofobia. ¡Dios nos libre! Mis orígenes, como los de tantísimos hijos de Venezuela, también provienen de otras latitudes. Pero hay una diferencia significativa entre adquirir una nacionalidad por convicción e identificación de objetivos y otra muy distinta cuando lo que priva es la conveniencia de las autoridades para otorgar un documento de identificación con ciudadanía venezolana, a objeto de sumar adeptos entre los seguidores de su proceso.
En cambio, a personas que han creado empresas, generado empleo, invertido en Venezuela durante treinta o cuarenta años se les amenaza con quitarles la nacionalidad venezolana por oponerse manifiestamente a la gestión de este gobierno. ¡Por favor! Sí, definitivamente, vivimos de sorpresa en sorpresa. Son tiempos de revolución y de vivir entre estupores.