Entre el ¡Puf! Y el ¡Puaj!
Ante la pregunta de “¿Qué opinan en tu casa de cómo andan las cosas?, Mafalda le responde a Libertad: “¡Puf!”; luego de un recuadro de silencio mutuo, Libertad replica: “Por lo menos son optimistas, en la mía opinan que ¡Puaj!”. Esa sutil ironía de (%=Link(«http://www.clubcultura.com/clubhumor/quino/espanol/»,»Quino»)%) describe el ánimo de los venezolanos demócratas, arrinconados ante tanto ardid gubernamental y tantas falsas promesas de algunos voceros de oposición.
Luego de la desesperada explosión colectiva (¡Pluf!) en marchas, barricadas y autoencierro, respondida arrogantemente por la Administración Chávez, que finalmente confesó su pasión autoritaria al agredir y apresar a los ciudadanos protestantes como si fuesen hampones comunes; pareciese que a la comunidad democrática venezolana no le queda otra opción que rumiar su descontento hasta digerirlo como escepticismo (¡Puaj!).
Exaspera ese retorno de verdades y mentiras, el cotidiano sufrimiento mediático de una oposición inexperta en los territorios de cinismo aprendido y cultivado por el Ejecutivo y sus aliados. En este boxear incesante, donde las masas (chavistas o demócratas) son los perros azuzados por los políticos con mejor agenda, lentamente se nos evapora el sentido de realidad, en medio de tantos revolucionarios vestidos de cacharel quienes, según el siempre amigo (%=Link(«http://www.literatura.org/Soriano/Soriano.html»,»Osvaldo Soriano»)%), terminan “chapoteando en el barro, mordidos por la carroña, conduciendo una columna de andrajosos que buscan justicia”.
Aunque se dice que el tiempo tiene la solución a todos los males, cabe delatar cierta saña del calendario hacia nuestra felicidad ciudadana, que ya no aspira a comprar electrodomésticos digitales o comer cereales americanos de última generación, sino tan sólo a vivir en libertad, entendida ésta como el derecho a tener un trabajo decente, con un buen colegio para los muchachos y el permiso de las estadísticas para no morir asesinados un sábado en la noche, luego de ver la última película ganadora del Oscar. Esa modesta versión de la vida en común soslaya el escalamiento de la pirámide, que la Venezuela petrolera nos enseñó a disfrutar, más allá del “ta’ barato, dame dos”.
Indiferente a la zozobra de cada individuo, el sistema corretea paradójico, y nos enfrenta a la publicidad de las “misiones” gubernamentales transmitidas en medios juradamente opositores. En similar lujuria, las tiendas lujosas y caprichosas que brotan en los nuevos centros comerciales son testigos silenciosos de la danza de tarjetas de crédito, alabadas por (%=Link(«http://www.cadivi.gov.ve/»,»CADIVI»)%), de la emergente clase pudiente revolucionaria y la tradicional A+ (léase A PLUS) cortejada por los fabricantes de joyas y autos deportivos. La vida es así, un río que fluye relajado en medio de nuestras dudas de insomnio feroz.
“El hombre , en el fondo, es crédulo”, aseguraba (%=Link(«http://www.ortegaygasset.edu/»,»José Ortega y Gasset»)%), para rematar, en su clarificador Ideas y Creencias, que “sería muy cómodo que bastase dudar de algo para que ante nosotros desapareciese como realidad. Pero no acaece tal cosa, sino que la duda nos arroja ante lo dudoso, ante una realidad tan realidad como la fundada en la creencia, pero que es ella ambigua, bicéfala, inestable, frente a la cual no sabemos a qué atenernos ni qué hacer. La duda, en suma, es estar en lo inestable como tal; es la vida en el instante del terremoto, de un terremoto permanente y definitivo”.
Aferrarse a las columnas morales, afectivas e ideológicas no sería una deleznable táctica para contrarrestar el derrumbe que se desliza por cada expectativa burlada y pisoteada. El venezolano común, que teme ya pensar en el futuro, ante la inestabilidad del día a día, tiene que encontrar, por sí mismo y para los suyos, el código que le permita descifrar lo ambiguo de este juego y así dejar de ser una simple ficha en tablero equivocado.