Enmienda, sin propósitos de..
La campaña a favor del “Sí” quiso hacer creer que la no reelección de Chávez pondría en peligro las misiones y otras conquistas sociales del régimen, al permitir un eventual triunfo de la oposición en las elecciones presidenciales de 2012. Tal expectativa generaría zozobra y atentaría contra la paz social: la tranquilidad de los venezolanos pasaba, entonces, por que se le permitiese al primer mandatario postularse de nuevo. Una vez despejado el panorama con el referendo del 15 de febrero, algunos ilusos pensaban que, ahora sí, se abriría un compás de diálogo con la oposición con miras a aunar esfuerzos para enfrentar la crisis que se le viene encima al país. Es decir, que Chávez se iba a dedicar a gobernar. Pero no hubo diálogo ni entendimiento, ni lo va a haber nunca mientras esté en el poder. ¿Se equivocó el comandante con relación al verdadero significado de su forzado triunfo el 15-F, como ocurrió con su apabullante reelección en diciembre del 2006, que desembocó al año –luego de sus intentos de radicalizar su “revolución”- en su primera derrota? No lo creo.
El verdadero sentido de la Revolución Bolivariana de Chávez es, en realidad, gestar su propia epopeya. Todo lo demás pierde significación frente al propósito central de preparar la gloriosa batalla decisiva que lo consagrará ante la Historia (con mayúscula). De ahí que no importa cómo se defina al “socialismo del siglo XXI”, ni tampoco la inviabilidad de las repuestas estatistas ante el panorama económico que se avecina. Es menester afianzar el control sobre el país e identificar a quien culpabilizar. De ahí la presente andanada contra la empresa privada, poco menos que suicida cuando la disminución en los ingresos petroleros impedirá la importación de alimentos necesarios para compensar la caída en la producción local. “No importa que pasemos hambre, no importa que andemos desnudos. Aquí de lo que se trata es salvar la revolución”. Y la “revolución”, como ya se sabe, es el propio Chávez.
Por ende, se pisa el acelerador en una insensata huida hacia delante. Al presidente Obama se le manda a “lavarse el paltó”, se le enrostra a los trabajadores de Guayana la quiebra de las empresas básicas, sobrevenidas por los negociados y la incompetencia de la gerencia bolivariana corrupta, se acusa a la dirigencia sindical que exige discutir los contratos colectivos de desestabilizar y se expropian los productores de alimentos porque son un “oligopolio”. Desaparece el juego político ante la única respuesta admisible, la militar, y la Guardia Nacional ocupa fábricas y sabotea iniciativas de los gobernadores o alcaldes de oposición recién electos, incluyendo aquellas que, por priorizar el bien común ante los derechos individuales –caso “Pico y Placa”- deberían contar con las simpatías de quienes se declaran “socialistas”. .
En el fondo, la “revolución” y el “socialismo” no son más que imposturas, pretextos para justificar la concentración del poder, la militarización del país y la sumisión del individuo al Estado –“El Estado soy yo”- en nombre de la suerte de los pobres. No en balde, Chávez tiene el mejor maestro en eso de hacer creer que condenar al pueblo a pasar hambre y negarle sus derechos políticos básicos es “revolucionario”: Fidel Castro. Recordemos que tan nefasto personaje ofreció “inmolar a Cuba” –su aniquilación nuclear- para no ceder ante las demandas de Kennedy cuando la crisis de los cohetes, en nombre de los intereses supremos de la revolución mundial. Algo similar le exigió Hitler al pueblo alemán –su inmolación- cuando ya era evidente su derrota, en las fases finales de la Guerra. Es esa la naturaleza del fascismo, tensar cada vez más la cuerda para forzar la obediencia ciega, el sacrificio incondicional, ante la esperada conflagración final: ¡Patria, socialismo o muerte! No importa el costo social o humano.
Lo asombroso es encontrar todavía quienes intentan justificar esta barbarie en nombre de los ideales de progreso y justicia que una vez inspiraron a la izquierda.
*Economista, profesor de la UCV.