Opinión Nacional

En Venezuela la ambición personal impide a políticos manejar la realidad

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRALE), define ambición como: “Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama.” y en inglés es definida como: “Intenso deseo por algún tipo de logro o distinción; como poder, honor, fama o riqueza, y la voluntad para luchar por lograrlo”—la versión inglesa deja ver que existen algunas ambiciones legítimas y dignas, mientras que la española expresa una connotación eminentemente negativa que podría ser sinónimo de un exacerbated egoísmo. [exacerbate significa en inglés incrementar la severidad, la furia o la violencia de algo; significado que es aún más fuerte que el de la palabra española exagerado].

Los venezolanos al ser herederos de cultura española claramente podemos definir a la ambición de nuestros políticos en sus propios términos; aunque yo creo que haciendo una retrospectiva de lo que ha estado ocurriendo en nuestro país en las últimas cinco décadas, debemos agregarle el calificativo inglés de exacerbated al egoísmo de nuestros políticos; a quienes aparentemente nunca les ha importado un pito nuestra nación—sólo sus ambiciones personales.

La realidad es que Venezuela es un país altamente privilegiado por la naturaleza por su ubicación geográfica, su clima y sus recursos naturales; pero desde que llegaron a éste los colonizadores europeos, el saqueo indiscriminado ha sido la conducta humana predominante en ella; aún después del fin de la colonización y continúa hasta nuestros días.

No puede negarse que han existido islas de buenas y de hasta de magníficas acciones en pro del bienestar de nuestro país por parte de algunos de sus ciudadanos y en casi todas las actividades humanas; pero Venezuela, parece que al fallecer Bolívar, perdió al último de sus estadistas y hemos estado sobreviviendo en una desordenada carrera por una montaña rusa estrechamente ligada a la explotación simple de nuestras materias primas y conducida por todo tipo de caudillos y politiqueros megalomaníacos—lo que incluye a los representantes de la monarquía absolutista del Vaticano en nuestro país.

Desde 1830 hemos sido incapaces de consolidar partidos políticos e instituciones que se dediquen a administrar sabiamente los bienes comunes a todos y a proporcionar las adecuadas y suficientes oportunidades para que los ciudadanos se conviertan en emprendedores exitosos.

Tanto los partidos políticos como las instituciones han sido secuestrados por los indebidamente inflados egos de caudillos y politiqueros, que han deliberadamente impedido la formación de verdaderos líderes de relevo y ni pensar de verdaderos estadistas—y todavía seguimos tratando de seguir el mal ejemplo de Europa y de mantenernos de espaldas al buen ejemplo de los Estados Unidos de América.

De la misma manera en que los comunistas chinos transformaron a su eminentemente atrasada y agropecuaria república en una innegable potencia económica mundial e incrementado vigorosamente el bienestar de centenares y centenares de millones de sus ciudadanos—nosotros también podemos hacerlo: sólo tenemos que echar al cesto de la basura las supercherías “económicas” marxistas y al populismo cristiano católico y dedicarnos a manejar eficientemente nuestra realidad fortaleciendo la democracia representativa y el libre mercado.

 Eso no es fácil y nos tomará décadas, pero si queremos seguir existiendo como nación debemos sepultar a los dogmas y a las ideologías y guiar nuestros pasos por el conocimiento científico desarrollado tanto en el campo de las artes, como en el de las humanidades y las propias ciencias.

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