En el corazón de las tinieblas
¿Puede un país sufrir tantas calamidades en tan poco tiempo y sus gobernantes mantenerse en sus cargos? ¿Puede un pueblo padecer impávido una de las gestiones gubernamentales mas chapuceras y mediocres en toda la historia política contemporánea reciente? El problema aquí y ahora en nuestra sufriente Venezuela es la persistencia del error. El deambular sin orientación por derroteros con una mínima racionalidad política, o en todo caso, y en esto si hay coherencia, con una máxima aspiración: la acumulación total del Poder en un solo hombre y su reducida camarilla haciendo volar el marco institucional de un Estado de Derecho.
Venezuela y su gente está transitando los tortuosos senderos de una decadencia terrible y las pruebas desmienten cualquier mal entendido ideológico. La verborrea incontinente, vacía y grosera, hiriente y cínica ha sustituido los más elementales actos de una aceptable gestión de gobierno. En manos de estos incapaces el Pueblo es una entelequia a la que se le nombra mil veces y se le desatiende otras tanteas veces. El fracaso estrepitoso de éste “gobierno popular” está precisamente en la legión de pobres, muy pobres, que abundan y han crecido exponencialmente medrando en los bordes de las grandes ciudades.
No basta con ser un observador crítico de nuestra realidad porque de inmediato te endilgan la condición de apátrida o pequeño burgués, pero es que tanto oficialistas como no oficialistas tienen que rendirse a la evidencia. La tragedia reciente de Amuay es producto de la negligencia de quienes la operan bajo criterios políticos/ideológicos y no técnicos y profesionales. Ni siquiera los 300 accidentes previos, ocurridos en la PDVSA “roja rojita”, sirvieron de alerta para evitar lo de Amuay. Y es que hay una tendencia a la improvisación más rampante y retadora.
Lo del deslave de Vargas (1999) fue algo impactante e igual de doloroso, ahí sentimos la presencia de un Gobierno “humanista” volcado a enfrentar a la maligna naturaleza y restituir la calma y el bienestar de las victimas afectadas. Luego de 13 largos años todo resultó un simulacro. Año tras años las lluvias producen más damnificados y el Gobierno no toma las mínimas previsiones para evitar los derrumbes y otras calamidades que esto genera. Ya no es la vil naturaleza la culpable de tanto dolor sino la desidia del gobernante.
Para los griegos antiguos a través de sus filósofos la excelencia debía practicarse como rutina, algo de lo que echamos en falta en éste tránsito colectivo hacia las tinieblas.
DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTORICOS EN LUZ