Elogio a la adulación
Quiero confesar que soy un firme defensor de la siempre vilipendiada adulación. Creo que los que la critican con tanta saña no son más que unos fracasados envidiosos. Por eso han denigrado de los aduladores con tantos sinónimos injuriantes: jala mecate (entre otras cosas), lame suelas, sigüi y tantos otros insultos que hablan peor del ofensor que de su víctima. No hacen otra cosa que mostrar su envidia, porque hay que reconocer que adular es una de las habilidades humanas más difíciles y más reconfortantes ¿Usted ha visto a algún adulador pasando necesidades? ¡Imposible! El adulador siempre sale adelante, siempre está en la cresta de la ola.
Aquí surge la primera reflexión: No adula el que quiere sino el que puede. Y de allí la dificultad del oficio. No es fácil elogiar al poderoso con el equilibrio preciso que evite que te consideren un arrastrado. Hay que tener presente que el poderoso no es un pendejo, ¡Por algo llegó allí! Por eso es tan complicado mantener la mesura, encontrar la frase exacta, el adjetivo correcto, escoger con prudencia la oportunidad. Hay que entender también que todo un esfuerzo adulador se puede ir a pique en un solo segundo de exageración, de inmodestia, en cualquier elogio que resulte grotesco. La destreza del adulador es algo encomiable. El buen adulador nace, no se hace. Requiere una cualidad que yo llamaría genética, que sólo otorga la providencia a unos pocos superdotados.
Esa admiración es la que motiva mi confesión. Debo reconocer que soy un adulador frustrado, un pobre infeliz que ha gastado su vida tratando de encontrar la mejor forma de acercarse a los ilustres sin lograrlo. Con cada jefe que me tocó en la vida hice mi mayor esfuerzo, siempre fui un felicitador insigne, traté de escudriñar sus cualidades para sublimarlas, pero en cada caso fracasé por diversas razones. A veces me pasaba de maraca y quedaba en evidencia ante el jefe y todos mis compañeros, lo que me sometía al escarnio público. Otras veces me quedaba corto y mis elogios resultaban insuficientes. Estos fracasos no han hecho otra cosa que aumentar mi respeto y admiración por los verdaderos profesionales de la lisonja hasta elevarlos a un sitial de honor en el Olimpo de mis héroes.
Por eso me siento tan complacido y extasiado al contemplar la revolución bolivariana. Hay que destacar que el prodigio de habilidades que muestran nuestros revolucionarios es digno de encomio y es algo difícil de encontrar en cualquier tiempo y lugar. Estoy convencido de que los hallazgos que muestran nuestros socialistas convencidos pasarán a la historia entre los más excelsos prodigios de adulación que nunca se hayan logrado ¡Y que conste que en nuestro caso es extremadamente difícil ante la proverbial modestia y humildad de nuestro Líder! ¡Pocos prohombres son tan duros de seducir como nuestro Adalid, identificado con el pueblo y de costumbres sencillas!
El espectro es tan amplio que no me atrevo a individualizar. No me alcanza la dimensión de este artículo y correría el riesgo de dejar fuera mucha gente. Pero no puedo dejar pasar la capacidad de los militares, nos han dado un ejemplo de virtud en el arte del elogio. No cabe duda de que la seguridad de la patria está en buenas manos. Es lo mismo que se siente al escuchar a los intelectuales marxistas ¡Oh cuanta claridad de pensamiento!
Pero cuando observo al pueblo llano, a un humilde joropero improvisando un galerón en honor a nuestro Comandante, o a un pequeño niño recitando extasiado sus loas al nuevo Padre de la Patria, no puedo menos que emocionarme. No hay duda de que el futuro de la patria es promisorio. Aunque haya muchos escépticos de nuestras capacidades, yo estoy convencido de que los venezolanos hemos encontrado nuestra ventaja competitiva. Sin duda en adulación somos líderes mundiales.