Elecciones:El día que la oposición fue gobierno
Los resultados electorales ameritan de un análisis sosegado y certero, más allá de las impresiones iniciales. Empero, no queremos dejar pasar por alto lo ocurrido horas antes de la instalación de las mesas, ilustrativo de la situación del país.
Habituados a los diarios golpes de lluvia, no adivinamos que la calamidad anegaría de nuevo toda la ciudad rompiendo la noche. Las prolongadas y fortísimas precipitaciones levantaron la angustiosa sospecha de muchos que recordaban a Macondo desde sus portales digitales, como Maruja Tarre, por cierto, de quien recordamos un artículo de los noventa, referido a una de las tantas emergencias capitalinas del lodazal.
En las vecindades de los comicios regionales, volvió a la urbe atormentada aquella tragedia inolvidable de Vargas con la confianza en las autoridades públicas que – siempre presumimos – en constante estado de alerta. Las mismas que dijeron ocuparse de aquella situación tan nefasta, pero lo único que hicieron fue atajar – precisamente, a toda costa – el inmenso, espontáneo y admirable esfuerzo de solidaridad de la ciudadanía, incluyendo el control y la administración de las donaciones tan generosas que se recibieron por largo tiempo.
Callaron esas autoridades en momentos que se requería de una exacta información y orientación, implementando las medidas que – siempre presumimos – indispensables para un fenómeno más o menos avisado. Todos quedamos prisioneros del azar, en medio del caudal que venía de arriba, pero también del que fluía enérgicamente abajo, pues, consabido, el deterioro infinito de la vialidad y demás servicios urbanos tiene por insignia el colapso que jamás debemos acostumbrarnos.
Los medios privados de comunicación hicieron un intenso esfuerzo por informar y orientar a los extraviados y sorprendidos transeúntes de la ciudad, atrapados en los otros confines del lodo. Algo más que la movilización del tráfico automotor, suscitó inquietud la suerte de las personas y de comunidades enteras arrojadas a la desidia oficial. Sin embargo, esparcidos en diferentes lugares de la república, además de los suburbios de la capital y de las zonas aledañas, tan desesperadamente ausentes las autoridades, fueron los candidatos de la oposición los que se movilizaron y transmitieron las vicisitudes que afrontaba la población, tratando de organizar algunas tareas de urgencia y de llamar a la serenidad, solicitando el aporte ciudadano a través de entidades como la Cruz Roja, por ejemplo.
Ese día, la unidad democrática de la oposición fue gobierno, como lo comentaría con acierto Rafael Mourad en el cruce permanente de la mensajería de texto, porque su dirigencia abandonó la lidia electoral y, sensibilizada y presta, trató de hacer todo lo posible por aliviar la situación. Absolutamente irrebatible, mientras caía la tormenta en una Caracas a la deriva, el Presidente de la República encadenaba todas las emisoras radiales y televisivas para celebrar la visita del dignatario vietnamita en Miraflores, a quien no le haría mucha gracia las reiteradas consignas del venezolano, con el verbo arrojado o precipitado de su indiferencia ante lo que realmente ocurría fuera de palacio.
Nadie dio cuenta del paradero de los alcaldes mayor y menor de Caracas, ni del gobernador de Vargas, todos en ejercicio y sin pretensiones o posibilidades de reelegirse, aunque el mandatario no menos en ejercicio de Miranda, intentaba seleccionar el medio al que finalmente declararía, pues – política y humedad – las más atroces o difíciles circunstancias siempre lo conducen para gobernar a la capilla, a la parcela y no ha todos los mirandinos o venezolanos. Horas después, al novel ministro Sesto no se le ocurre otra cosa que – humedad y política – inculpar a la llamada IV república, como si él no representara al “más anterior” de todos los gobiernos luego de diez años en el poder.
Insatisfechos aún con los recientes resultados electorales, no deseamos comentarlos por lo pronto, sino acentuar que el liderazgo hoy de oposición al enfermizo poder central exhibe mejores credenciales que las revestidas de autoridad pública. Y ya lo vimos, por pocas horas, cuando ejercitó cabalmente sus responsabilidades cívicas.