El trasfondo político-social en Doña Bárbara
Algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura
y la barbarie retrocederá vencida. Tal vez nosotros no
alcanzaremos a verlo; pero sangre nuestra palpitará en la
emoción de quien lo vea.
Rómulo Gallegos
Rómulo Gallegos se definía a sí mismo como “un intelectual prestado a la política”. Paradójicamente ese préstamo fue de lo más fructuoso; el escritor desempeñó cargos y posiciones relevantes en el ámbito político, antes de ser elegido Primer Mandatario Nacional. En efecto, Gallegos durante el gobierno del general Eleazar López Contreras desempeñó los cargos de ministro de Instrucción Pública, presidente del Concejo Municipal del Distrito Federal y diputado al Congreso Nacional. Su candidatura simbólica a la Presidencia de la República para competir con la de Medina Angarita, abrió las puertas para la constitución de Acción Democrática y para su elección como Presidente de la República. Mirela Quero de Trinca, en libro inédito de la Fundación Venezuela Positiva, anota: “Finalizando el período de López Contreras y llegado el momento de la sucesión presidencial, desde el estado Apure fue propuesta su “candidatura simbólica” a la Presidencia de la República, candidatura que mes y medio después, el 31 de marzo obtuvo el respaldo del Partido Democrático Nacional (PDN) partido dirigido por Rómulo Betancourt (…) los 13 votos que obtiene este “ensayo de civismo” en la elección de tercer grado efectuada en el Congreso Nacional, no son suficientes para derrotar al candidato oficialista (…) Sin embargo, no todo fue pérdida. La corta pero intensa campaña realizada por Gallegos recorriendo gran parte del territorio nacional y los discursos pronunciados en Barquisimeto, Caracas, Valencia y Maracaibo, presentando un programa modernizador y democrático basado en los lineamientos del PDN, prepararon el camino para la fundación del que habría de ser el mayor partido político de Venezuela. En efecto, desde Valencia, varios ciudadanos miembros del ilegalizado PDN, solicitaron a Gallegos que canalizara en un partido político las numerosas voluntades que habían apoyado su candidatura simbólica. El 11 de mayo de 1941 – seis días después de la juramentación del presidente Medina – Gallegos invitó a su residencia a un grupo de personas, quienes procedieron a formar un Partido. Así nació Acción Democrática un partido para hacer historia, En el mitin inaugural de AD, realizado el 13 de septiembre de 1941 en el Nuevo Circo de Caracas, Betancourt (…) clausuró el acto con un discurso premonitorio en el que anunciaba a Rómulo Gallegos no sólo como el candidato de Acción Democrática en las futuras elecciones de 1946, sino que también presagiaba que Gallegos sería el hombre que “los votos y la decisión del pueblo venezolano llevarán a la Primera Magistratura de la Nación”.
La carrera política del escritor es tributaria de su escritura. Recordemos que fue su novela Doña Bárbara, la génesis de su ingreso a la política nacional. Después de haberla leído, fue tanto el beneplácito de Juan Vicente Gómez que decidió nombrar a Gallegos senador por el Estado Apure – territorio de las andanzas y correrías de Doña Bárbara, la Cacica del Arauca – que muy bien conocía el novelista. Con innato olfato político, Gallegos se sale del entuerto, huyendo al exterior para alejarse de “una comunidad rudimentaria que no puede vivir sino a la sombra del jefe”. Desde Nueva York renuncia a la no deseada senaduría y comienza un largo exilio en España que culminará a la muerte de Gómez, cuando el escritor regrese al país en una motonave que no podía tener otro nombre que el de Virgilio.
Doña Bárbara ha sido con toda razón vista como una novela costumbrista donde la civilización y la barbarie están en permanente conflicto y el llano es el escenario ideal para los personajes que encarnan una, Santos Luzardo y otra, Doña Bárbara. En esta oportunidad, empero, queremos poner el énfasis en el carácter idiosincrásico de esta obra en la que se hace palmariamente presente una manera de entender al país – el de principios del siglo XX y el del XXI, hélas – a sus usanzas políticas, a sus prácticas sociales. Excelente es el ojo analítico del novelista para transmitir la triste realidad de pueblos y gentes de la Venezuela recóndita.
En lo concerniente a los olvidados pueblones que ensombrecen el paisaje venezolano, Gallegos describe: “Escombros entre matorrales, vestigios de una antigua población próspera; ranchos de palma y barro esparcidos por la sabana; otros; más allá, alineados a orillas de una calle sin aceras y sembrada de baches; una plaza, campo de yerbajos rastreros a la sombra de tiñosos samanes centenarios; a un costado de ella, la fábrica inconclusa – que más parecía ruina – de un templo que habría sido demasiado grande para la población actual, y finalmente algunas casas de antigua y sólida construcción, las más de las ellas deshabitadas, algunas sin dueño conocido; una población cuyas principales familias habían desaparecido o emigrado (…) esto era el pueblo cabecera del Distrito”. No menos dramática es la situación de los pobladores que van quedando: “…estos del pueblo llanero eran tristes, melancólicos, aniquilados por la leucemia palúdica. Mujiquita, especialmente, era una verdadera lástima: los bigotes, el cabello, las pupilas, la piel, todo parecía tenerlo empolvado, con aquel polvo amarillo que alfombraba las calles del pueblo (…) No era desaseo, propiamente; era pátina, marchitez palúdica y soflama del alcohol”.
El escritor se adentra en la realidad del latifundio, esa abominable institución que ha caracterizado a Venezuela desde sus inicios como nación. Latifundio y terrofagia desvelan un país de terratenientes inmorales que no desperdician ningún artilugio jurídico para incrementar los límites de sus interminables haciendas. Los linderos en el llano se mueven de acuerdo con la voluntad del latifundista, El Miedo de Doña Bárbara crece y crece a expensas de los hatos aledaños, en especial, con las tierras de Altamira, la cada vez más reducida hacienda de Luzardo. Doña Bárbara ironiza: “pero si yo no soy tan ambiciosa como me pintan. Yo me conformo con un pedacito de tierra nada más: el necesario para estar siempre en el centro de mis posesiones, donde quiera que me encuentre”.
De allí que la primera acción civilizadora que contempla el progresista Luzardo es la construcción de una cerca para diferenciar la propiedad de cada quien: “por ella empezaría la civilización de la llanura; la cerca sería el derecho contra la acción todopoderosa de la fuerza, la necesaria limitación para el hombre ante los principios”. Iniciativa inaudita en una sociedad que se alimenta del contrabando, el abigeato y la cimarronería, en la que cachapear (hacer desaparecer el hierro original de una res para venderla como propia) reses ajenas, es una actividad considerada normal y por lo demás lucrativa, y lo que menos desea son vallas impelidoras. Luzardo se empeñó, sin embargo, en levantar la palizada que se convirtió en asaz motivo para la venganza y la muerte.
Porque es que en el llano impera sólo la “Ley de doña Bárbara”, hecha a su medida de acuerdo con sus pasiones e intereses. Para hacerla cumplir están los matones a sueldo, los sicarios oportunos, los círculos armados que acompañan al poder, los Mondragones, Melquíades El Brujeador. Gallegos recoge esa violenta realidad de sangre y balas, de machetazos y cicatrices, donde los derechos se defienden con la fiera ley de la barbarie: la bravura armada.
Comarcas sin justicia – “porque reclamar derechos no es tan fácil como aparece en los libros” – en las que además, por si no fuera poco, se confunde el poder civil con el militar. Ño Pernalete, es el vivo retrato de esa manera de gobernar que aún debemos soportar los venezolanos, esta perniciosa alianza cívico – militar: “Se parecía a casi todos los de su oficio, como un toro a otro del mismo pelo, pues no poseía ni más ni menos que lo necesario para ser Jefe Civil de pueblos como aquél: una ignorancia absoluta, un temperamento despótico y un grado adquirido de correrías militares”, lo que llevó a Ño Pernalete, el Coronel de utilería, a estallar en cólera: “¡Esto no se queda así! Alguno va a pagar la altanería del doctorcito ese. ¿Venir a hablarme a mí de leyes!”
Gallegos denuncia el maridaje perpetuo existente en Venezuela entre el poder político y el económico. Doña Bárbara es intocable, a su casa no llegan circulares gubernamentales, ni citaciones judiciales, ni avisos oficiales de ningún cuño. De ser el caso, todo será amañado, negociado, cambiado según el interés de la Doña, a fuerza de dinero, regalos y agasajos, porque ninguna ley es más poderosa que la voluntad del potentado.
El novelista subraya también la ausencia de iniciativa económica del venezolano, la enfermedad holandesa que lo carcome, el rentismo que se anidó para siempre en la conciencia ciudadana: “Duro es decirlo, pero el llanero no ha hecho nada para mejorar su industria. Su ideal es convertir en oro todo el dinero que le caiga en las manos, meterlo en una múcura y esconderlo bajo tierra: Así hicieron mis antepasados y así haré yo también, porque esta tierra es un mollejón que le embota el filo a la voluntad más templada”.
Sin embargo, el gran tema que plantea Gallegos en Doña Bárbara es el del caciquismo, el del caudillaje permanentemente anclado en nuestra idiosincrasia, en nuestro imaginario: esa imperiosa necesidad de contar con seres indispensables que todo lo saben y todo lo pueden. Santos Luzardo tiene plena conciencia de que su lucha civilizadora es contra las aspiraciones del Hegemón, contra el HíperLíder del llano, contra el Caudillo de turno, contra el Cacique sacrosanto. Es imperioso entonces, según Gallegos: “combatir las justificaciones de la indolencia del indio. Por todo eso, precisamente es necesario civilizar la llanura, acabar con el empírico y con el cacique, ponerle término al cruzarse de brazos ante la naturaleza y el hombre.”