Opinión Nacional

El Teniente coronel no tiene quien le hable

Apartando las consideraciones sobre la salud mental de Chávez y su desproporcionada reacción destructora de cuadros (¿Hasta cuando seguirá dañando el patrimonio artístico de la Nación?) y demás enseres en Fuerte Tiuna, su tragedia consiste en no tener interlocutores.

Alguna vez fue Luis Miquilena, quien lo hizo abandonar la senda abstencionista y lo convenció de participar en las elecciones de 1998, el consejero. Este anciano político y empresario podía hablar con Chávez como igual, junto con José Vicente Rangel, antes de caer ambos en desgracia. Rangel continúa cercano al chavismo, pero ya su papel es deprimente: es apenas un adulante buscando regresar a palacio.

El asesor ignorante

Si el único interlocutor verdadero de Chávez es Fidel Castro, el teniente coronel se encuentra totalmente desprotegido. No sólo por las condiciones físicas de Castro, que hablan de alguien disminuido y no ajeno a ciertos desvaríos, sino que en la democracia electoral (aunque a veces no haya sido competitiva como en el referendo de 2004) que aún pervive en Venezuela, las instrucciones de Castro no tienen valor alguno.

Y es que Fidel Castro, que cree saber de todo, de elecciones no conoce nada. Y Chávez acaba de perder unas elecciones. El pueblo ha rechazado de forma inequívoca su propuesta de nueva Constitución. Castro conoce de elecciones de tercer grado para ungirlo a él como rey vitalicio de un sistema de economía miserable en un Estado policíaco.

Que un Castro balbuciente, que ya no puede ni vestir su uniforme verde oliva ni los trajes cortados en París, sea el asesor electoral de Chávez, muestra -hasta que logra conmovernos- la admiración y la erotización, (como lo explicara brillantemente el psiquiatra José Luis Uzcátegui en su libro editado por El Nacional) que siente Chávez por la figura del matusalénico dictador cubano.

Castro, en aquellos días de 1959, después de entrar triunfante en La Habana gritó: “¿Elecciones para qué?”. Pues bien, desde entonces, no ha habido elecciones democráticas en Cuba. No se permite otro partido que el Comunista Cubano. No hay libertad de prensa. No hay debate público. No se reconoce a la oposición como factor político que pudiera llegar a formar gobierno. En las votaciones del nivel más bajo se escoge entre tres o cuatro militantes del PCC. La Asamblea Nacional cubana siempre ha elegido a Castro como líder, aunque a veces cambie el título oficial.

¿Ese es el asesor de Chávez? Castro sabrá de guerrillas y de cómo destruir la economía de un país para esclavizar un pueblo. También puede enseñar sobre cómo manipular en la diplomacia (Castro jamás protagonizó estupideces como las cometidas por Chávez en las últimas cumbres a las que ha asistido). Pero de elecciones competitivas o semicompetitivas, donde la oposición tenga la posibilidad de triunfar, Castro, repito, no sabe nada.

Esos viajes a La Habana, tan onerosos para el bolsillo de todos los venezolanos, son inútiles para establecer una estrategia electoral. Son un despilfarro de tiempo y dinero. Una altísima factura que pagó Chávez por su estruendosa derrota del 2-D.

Hablando con el espejo

Como Chávez se ha ido quedando solo en cuanto a cuadros de dirigentes, no tiene con quien hablar de tú a tú. En su gabinete no hay nadie que haya llegado allí por méritos profesionales o políticos. Ni siquiera el “brujo” Giordani, responsable directo de la mayor inflación del Hemisferio Occidental y del complicado y castrante control de cambios. En el BCV, después de la salida de Maza Zavala, sólo quedan eunucos económicos que sólo esperan por su jugosa jubilación.

La Asamblea Nacional merece un párrafo aparte, porque, como escribiera Heinz Dieterich -el hasta ayer asesor alemán-mexicano que está previendo el final de las revoluciones chavistas en América del Sur-, los diputados no tienen ninguna autonomía y son mandados por tres capataces. Por cierto, el pastiche que hicieron agregando 36 artículos a la ya confusa y pirata “reforma” de Chávez hizo mucho por hundirla en el rechazo del electorado. Las falsas jornadas de discusión (parlamentarismo de “Cállate”) lograron el efecto contrario al buscado: hacer evidente el servilismo intelectual a los deseos del caudillo.

En la cuarta había partidos

En los denostados tiempos de la democracia representativa (1958-1998), los presidentes contaban con un poder inmenso, pero había contrapoderes, que hacían balancear la influencia presidencial. En primer lugar, el Congreso no era esta caterva de ignorantes y adulantes que antes de pedir la palabra hacen una reverencia al jefe único. Pero más importante aún, si se quiere, era el papel del partido de gobierno. Las reuniones entre el Presidente de turno y el Comité Nacional del partido en el poder no eran un torneo de jaladera al mandamás, como ahora (cuando se reúnen).

Es más, el gobierno, en muchas ocasiones, perdió las elecciones de directiva partidista. Cuando la primera Presidencia de Carlos Andrés Pérez, Alejandro Izaguirre no era un muchacho de mandados del inquilino de Miraflores. Siendo Presidente Luis Herrera, la corriente adversa (Caldera y Eduardo Fernández) fue la que obtuvo la victoria interna. Cuando la segunda presidencia de CAP, su adversario interno, Alfaro, le ganó a su pupilo Héctor Alonso López. Luego, en tiempos de Lusinchi, éste y su gobierno recibieron una contundente derrota al ser electo candidato presidencial CAP.

No olvidemos el papel de un estadista como Gonzalo Barrios que hasta una provecta edad sirvió como Presidente de Acción Democrática y constituyó un freno a las pretensiones imperiales de los gobernantes adecos. ¿Quién podría soñar, dentro del chavismo en declive, con ejercer un rol parecido?

Tener adversarios (y reconocerlos) o gente pensante en el propio partido, obligaba al Presidente a buscar acuerdos y trabajar para convencer y buscar el consenso entre sus compañeros. Y, después, con mayor fuerza, presentar sus proposiciones al resto del arco parlamentario.

Jugar solo aburre y hasta enloquece

No sólo es contraproducente jugar solo en política, sin tener al lado quien discuta las decisiones o proponga alternativas, porque casi siempre se tendrá una visión muy falsa de la realidad, sino que también es aburrido. Chávéz hace como el niño solitario que dibuja mapas de países de fantasía o traza canales, oleoductos, ferrocarriles y autopistas en el aire. Solo, en un juego onanista que lo llevó al fracaso del domingo 2D, aniversario del golpe de Pérez Jiménez de 1952.

El ministro de propaganda del régimen ha dicho que hay que agradecer a Chávez por haber hecho con la palabra “mierda” lo que hizo Uslar Pietri con la palabra “pendejo”. Habría que hacer la acotación, después de subrayar la sideral distancia intelectual entre los personajes, que Uslar se incluyó como pendejo porque no era corrupto y Chávez no ha dicho que se considera estiércol.

Para mostrar Willian Lara la pertinencia de la frase escatológica de su jefe (“El triunfo del NO es una victoria de mierda”), ha citado la última línea de “El coronel no tiene quien le escriba”. García Márquez bien pudiera escribir una sabrosa crónica, tan veraz como la del periodista de El Nacional Hernán Lugo Galicia, y titularla como esta nota.

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