El sueño del jibarito
Contemplar el voluntarismo de nuestros líderes socialistas recuerda los sueños de aquel jibarito, que inmortalizó Rafael Hernández en su Lamento Borincano, cuando iba hacia el mercado llevando en la canasta unos pocos productos. La firma del convenio para la construcción, o tal vez el estudio, de la Refinería del Pacífico, el pasado martes en Ecuador, constituye un buen ejemplo al respecto. Se trata, según dice el locutor del acto en cuestión, de una refinería para procesar 300 mil barriles diarios de crudo entre 22 y 30 grados API que entrará en operación, de acuerdo con los discursos, a finales de 2013.
Hasta aquí todo va bien y ojalá vaya adelante la refinería, y ojalá también sea eficiente y rentable. Pero a partir de dicha refinería nuestros líderes construyen un complejo industrial que terminará convirtiendo a Ecuador en un país desarrollado. Para aprovechar los productos de la refinería se levantará un gran complejo petroquímico. Con los fertilizantes que proveerá dicho conjunto se elevará la producción agrícola a niveles extraordinarios y se logrará la independencia alimentaria, los nuevos empleos elevarán la calidad de vida y acabarán con la pobreza. Todo esto con un derroche de “soberanía” e “independencia” en el manejo de los recursos. En fin, el jibarito se queda corto en sus ambiciones.
Mientras tanto, cuando nuestros próceres miran hacia atrás no ven otra cosa que expoliación y despojo por parte de las potencias mundiales. “En mucho debe España su riqueza a lo que se llevó de nuestros pueblos”, dice el presidente de Ecuador. Sin recordar que España fue un país miserable durante toda la época de su grandeza colonial e inclusive mucho después. Le cuesta apreciar que con la posesión o expoliación de recursos naturales ningún país ha salido de la pobreza. No puede entender que la única forma de salir de la pobreza es produciendo y para ello se requiere libertad económica, reglas claras y estables, un sistema de justicia confiable y respeto al que produce riqueza (yo diría más: admiración). Mucho menos puede entender que la riqueza la producen los ciudadanos desde abajo y no los gobiernos desde arriba.
Para entender estos postulados bastaría con que mirara hacia atrás, sin llegar hasta la época colonial, y evaluara las grandes iniciativas estatales en materia económica. Para ello Venezuela es un ejemplo excelente. Nuestra industria petroquímica va a cumplir 50 años produciendo muchas cosas menos riqueza, al punto que hoy por hoy es deficitaria. Entre esas cosas están los fertilizantes, pero a pesar de ello nuestra agricultura está estancada y tenemos que importar la mayor parte de nuestros alimentos. De igual forma, la explotación de mineral de hierro tiene más de 30 años reservada al estado y los resultados son decepcionantes. No hemos logrado alcanzar los niveles de producción de mineral de hierro que tenían las transnacionales antes de la estatización y nuestra producción de acero sólo levantó cabeza, después del grandioso Plan IV de Sidor, durante el breve lapso que pasó a manos privadas. Del llamado “desarrollo aguas abajo” mejor ni hablar.
Se pueden esgrimir decenas de ejemplos similares que demuestran que no bastan ni la estatización soberana de los recursos naturales ni la participación empresarial del estado. La evidencia es contundente. Mucho más progresista sería iniciar un debate serio sobre las causas de los fracasos del voluntarismo de los gobiernos. Pero claro, ese no es el interés del proyecto socialista ni es algo que pueda incendiar el corazón del pueblo como parece que sí lo logra el discurso vacío y esperanzador. Por ello tengo la impresión de que nuestro futuro será seguir soñando como el jibarito.