El subsidio televisivo
Las recientes denuncias de Esteban Trapiello sobre el manejo dinerario de TVS, sintonizan con una de las características más marcadas del régimen. Además de la corrupción y corruptelas que un día dijo acabar por su sola existencia, la incapacidad e ineficacia es el signo que tipifica a los elencos revolucionarios o, que dicen serlo, de esta hora.
La Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión, absolutamente inaplicable a las emisoras del Estado, aún cuando la emplean como fiera bayoneta para las privadas, contempla un sistema de registro y financiamiento de los productores independientes que se hizo harto sospechoso desde el principio, además de lesionar las básicas y necesarias libertades para el disenso responsable. Acuñada por un parlamento dependiente y con una pésima técnica legislativa, políticamente interesada pero también reveladora de la incompetencia de sus integrantes, hizo posible que el Estado subsidiara no sólo a los productores y artistas necesitados de espacios y oportunidades, sino a las agrupaciones debidamente disfrazadas y prestas a la defensa del régimen, siempre de manera desinteresada, desprendida o altruista.
Discurso ideológico aparte, por siempre enlatada la planta, bastaba con democratizar el financiamiento y esperar que, a la vuelta de un año, se vieran los frutos de nuestro talento, pero una de tres: vivimos una terrible crisis de imaginación, engañados por productores y artistas que no son tales; hay más de crisis gerencial al no acertar con la promoción y selección de los creativos, convertida la ineficiencia en la mejor bandera; o – simplemente – se robaron los reales. Y ésta presunción no se refiere a la literal sustracción, malversación o peculado de los dineros públicos, cuyas pistas ha ofrecido Trapiello para que se luzca el Ministerio Público, sino al subsidio de la televisora para las actividades proselitistas y que – aceptémoslo – con anterioridad a Chávez Frías, hubiese sido motivo suficiente para una investigación responsable de la oposición parlamentaria y, por si fuera poco, con las consecuencias muy serias que acarrearon importantes denuncias en los ochenta y noventa ¡sin la más mínima equivalencia con el decenio en curso!.
Siendo insuficiente el subsidio abusivo y permanente de toda la programación del Estado, e inscribiéndose en una modalidad que no puede enmascararse con la venta de una obra pictórica o las rifas y bonos que hicieron el hábito, quizá tardaremos en reconstruir el financiamiento incontrolado e imperceptible que el Estado ha hecho de las actividades partidistas de su máximo conductor también a través de las plantas televisivas y radiales. A éstas pocos las ven, porque- aún juntándolas a todas – no constituyen un fenómeno de altísima sintonía que diga algo de la fuerte inversión (además, por algo hay que encadenar,¿no?), pero al parecer se dejan sentir en los bolsillo más recónditos de un proceso inédito en el continente.