Opinión Nacional

El socialismo del siglo XXI tendría que ser democrático

Heinz Dieterich y Norberto Ceresole, interpretando un guión originalmente elaborado por Fidel Castro, convencieron a Hugo Chávez y a su élite boliburgesa nacional, de que el “nuevo” socialismo para el presente siglo, debería ser, más o menos, similar, al fraguado ideológico de Lenin (leer “¿El Qué hacer?” de 1908), quien, como se comprobó posteriormente, renunció a la sociedad comunista, prevista por los primeros teóricos del “marxismo” y la sujetó a un Estado prepotente, con poderes autoritarios y con la dictadura asumida, ya no por un proletariado insurgente, sino por una cúpula privilegiada, integrante del Comité Central del mal llamado Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Es decir, al no concebirse la unidad comunitaria (la Comuna) como centro de decisiones para el ejercicio de un gobierno directo, integrado por el pueblo, en participación protagónica, la ilusión igualitarista del comunismo desaparece y es sustituida por las pavorosas dictaduras “populares” del mundo soviético, en el Siglo XX, a las que se sumaron, en su carácter autocrático y totalitario, los experimentos morbosos del “nacional-socialismo” alemán (Adolfo Hitler) y el fascismo italiano de Benito Mussolini.

Efectivamente, en 1959, para Cuba, Fidel Castro ideó un guión histórico-político, más inspirado en Lenin que en Marx, en el supuesto de que un Estado (un gobierno central en mas claras palabras) super-poderoso debía asumir el control, pleno y total del país y de su gente, para orientar, sin perturbaciones, el proceso de “socialización” de Cuba, hasta el “Fin de la Historia”, ambiciosa meta de los más destacados estrategas del fracasado socialismo del siglo pasado. Dieterich y Ceresole, entre otros, metieron en la cabeza de nuestro “Comandante”, que mediante ese esquema de Poder –el guión de Fidel– podría gobernar a su antojo a un país petrolero, como Venezuela, con unos partidos políticos, una opinión enferma y anquilosada, constantemente “amenazado” por la intromisión del capitalismo imperialista de los Estados Unidos. Y que no solo podría gobernarlo para siempre, sino que, además, estaría en condiciones de crear una fuerza superior y milagrosa, como para derrotar, con relativa facilidad, cualquier intento bélico del centro de poder norteamericano.

Toda esta débil falacia del “nuevo” socialismo, ahora investido de la cualidad “bolivariana”, tiene que conducir a Chávez a los mismos errores que terminaron, luego de setenta años de dominación, con el derrumbe del Muro de Berlín, luego del glasnot y la perestroika de Gorbachov, así como, indefectiblemente, tendrá que pasar con la Cuba de Fidel, caricatura ya de lo que debería ser una isla privilegiada por Dios, a la vera del Trópico del Cáncer, colindante con el imponente conglomerado del norte y abierta a las inmensas posibilidades del camino oceánico hacia Europa. Chávez terminará de implantar su dictadura y acabará en Venezuela con la más modesta posibilidad del ejercicio de los derechos humanos, de la libertad, de la justicia, valores intrínsecos de la democracia, único sistema de organización social que se fundamenta en la cualidad humana del ser viviente. Y cuando se transforme en el monstruo y comience a cobrar con vidas la disidencia, cuando intente ahogar a un pueblo que ya aprendió a sacarse a los bárbaros de la cabeza, muy a pesar de su petróleo y de sus milicias revolucionarias, su encantamiento aparente de las masas, Chávez caerá, como cuando la más rotunda, versátil y voluminosa de las naves espaciales, se precipita a tierra, atraída por el fenómeno natural de la gravedad.

Porque el socialismo en sí, como “modo de producción”, como sistema igualitarista de organización social, no se distingue del capitalismo por la negación de los valores del individuo, porque éste esclavice y el otro libere, sino más bien porque procura la inclusión, la participación directa de todos, la racionalidad en el ejercicio de los derechos propios de la persona humana. Porque no “busca” el “Fin de la Historia”, sino su conservación dentro de un proceso de mejoramiento, constante y progresivo, de las condiciones de vida y del ambiente, humano y natural. Porque entiende la pluralidad y combate la discriminación y los privilegios exclusivistas. Ningún socialismo que no sea democrático, puede perdurar, ni puede llamarse tal (socialismo), sin atender más a las ideas centrales del “Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau, que a las del “Capital” de Carlos Marx. Por eso, precisamente, de admitirse un nuevo socialismo en el adelantado Siglo XXI, este Socialismo tendría que ser el más democrático posible y no podría fundamentarse en las experiencias negativas ni de Rusia, ni de Cuba, ni de Alemania, ni de Italia, ni de España tras la caída de la República, ni siquiera de las breves aventuras que vivieron Chile y el Perú (Allende y Velasco Alvarado) en las postrimerías del siglo pasado. El Socialismo del Siglo XXI, para ser admitido por el hombre y por Dios, tendría que ser Democrático.

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