El ser de buena voluntad
Si bien es cierto que la política deja más amarguras que satisfacciones,
también resulta que en medio de esta lucha se forjan virtudes, creencias y
valores. Las amarguras emergen del ser, por estar consustanciadas con la
pasión humana. La hipocresía y la mentira, por ejemplo, son expresiones del
torrente pasional derivados del pragmatismo corruptor. Por su parte, la
lealtad y la honestidad son virtudes sostenidas por quienes luchan como
consecuencia de su búsqueda inspirada en el bien común. El ser humano
virtuoso, practicante del amor al prójimo, sostiene su lucha con base en
ideales y principios morales. De éstos, la lealtad destaca como la más
significativa de las virtudes que blinda la moral de los individuos
auténticos Cuando el ser humano leal mantiene su camino ajustado a la verdad
se hace muy difícil que su práctica sea alterada por la intromisión de
odios, rencores, envidias y demás factores destructores de la integridad
humana. Contrariamente, quienes atentan contra la manifestación de la ética
y la moral son los que desvirtúan las grandes brechas que han logrado abrir
los audaces con sus retos por alcanzar las metas del bienestar colectivo.
El ser de buena voluntad no puede engañar. Su luz es la verdad. Y aunque
ésta a veces duele, se convierte en la fuente que inspira la acción de las
obras imperecederas. Hay que creer en los seres que se ejercitan en la ruta
de la buena voluntad. El ser virtuoso que sostiene su lucha de manera
incorruptible, tiene que saber mirar y perfeccionar el arte de escuchar. El
hombre íntegro no lleva temores ocultos en su alma, por lo que fácilmente se
le puede descubrir sus intenciones a través de la mirada y de la
transparencia de sus ojos. He allí un buen indicativo para comprobar la
lealtad. Además, el hombre leal tiene una característica particular que le
permite diferenciarse de los otros: el hombre leal no se marchita. Su
frescura le hace trascender lo superfluo y circunstancial, para ubicarse en
el sitio privilegiado de la verdad. Frescura que se manifiesta por la
claridad de sus ideas, su disposición al trabajo, su voluntad para seguir en
la lucha por muy poderoso que sea el adversario y, principalmente, porque
mantiene el amor en su más profunda intensidad. La frescura del hombre leal
refleja la felicidad interior que le produce estar en paz consigo mismo.
Los criterios, opiniones o conceptos de los hombres leales tienen que ser
escuchados y meditados cuando el entorno está viciado, lleno de hojas de
otoño. Las virtudes humanas y la fortaleza ideológica se conjugan para hacer
destacar a los hombres sinceros prestos a brindar una amistad verdadera.
Esos son los leales. El apoyo que nos potencia e imprime energía a la fuerza
espiritual radica en la palabra de aliento del ser verdadero, solidario y
luchador empedernido. Sin esto la soledad invadirá nuestra vida, haciéndonos
desdichados y sumamente infeliz. La soledad nos lleva a perder la vitalidad
necesaria para responder a los actores que nos adversan.
El ser que lucha inspirado en ideales no se deja seducir por la mentira del
pragmático, ni por la fascinación del poder y, mucho menos, por la ceguera
de la superioridad. Por lo tanto, no corrompe sus principios ni entrega su
alma al vicio lujurioso del placer material. Sus metas van más allá del
disfrute que produce la fuerza del poder. Integridad y dignidad son las
armas que emplea para batir la tentación del oro, la ostentación vanidosa y
la droga de la adulación