Opinión Nacional

El sacrificio de las doncellas

Los sacrificios humanos han sido práctica común en muchas culturas, especialmente en el Mundo Antiguo. Se mataba a las víctimas ritualmente de una forma que pretendía apaciguar a los dioses; inmolaciones que fueron practicados, inicialmente, en las religiones celtas de la edad de bronce y luego en los rituales relacionados con la adoración de los dioses en Escandinavia. También Roma realizó sacrificios humanos hasta 97 a. C. y para los habitantes de la antigua Cartago, el sacrificio de infantes era una manera común y corriente de aplacar a sus dioses. Del mismo modo, los primeros hebreos también practicaron el sacrificio humano, aunque la historia de Abraham y su hijo Isaac sugiere una ruptura definitiva con esa práctica, las oblaciones a Jehová continuaron entre los miembros de la Casa de Israel, pero con animales, hasta que un furibundo Jesús de Nazareth proscribiera ese rito, expulsando a cuerazo limpio a los mercaderes de palomas y de corderos del Templo.

Excavaciones en el palacio de Cnosos, en la actual Grecia, muestran que también los primeros griegos, cuna de la democracia y de la civilización occidental, sacrificaron seres humanos y más reciente en la historia de la humanidad, la investigación antropológica señala que varias culturas de la América prehispánica practicaban una enojosa costumbre en común: el sacrificio de doncellas para aplacar la ira de los dioses, o para la alcanzar un triunfo fulminante sobre sus enemigos, una manía bárbara que los antropólogos creían enterrada en el más recóndito pliegue de la historia de la humanidad, pero como veremos más adelante, la práctica continúa en nuestros días.

Los olmecas sacrificaron a las recién nacidas laxas o flácidas, sobre la enorme piedra labrada que se encuentra en el Altar de La Venta, matanza que graficaron en el monumento de Las Limas. Los teotihuacanos realizaron sacrificios de doncellas en honor a Tlátoc en las Pirámide del Sol y de la Luna, pero fueron los Toltecas quienes asociaron la práctica de sacrificios humanos a la veneración de Tezcatlipoca, un sacrificio que era el recurso humano para salvar al universo de su destrucción, asegurando la supervivencia del sol, y con ello la vida misma.

Hoy, el sacrificio de doncellas ocurre ocasionalmente, especialmente en las áreas rurales de tribus africanas y en el sureste de la India contemporánea, donde todavía se practica el ritual llamado satí, en que la viuda de un difunto tiene que arrojarse a la pira funeraria de aquél. Pero lo que ha llamado la atención de antropólogos, sociólogos y psicólogos sociales es que en pleno Siglo XXI se practique el sacrificio de doncellas en sociedades occidentales, presuntamente más avanzadas que la Hindú y supuestamente emancipadas de esos comportamientos bárbaros.

Ocurre en la Venezuela neo saudita de la revolución bolivariana, aunque en esta subcultura tropical, las mujeres sacrificadas no sean tan doncellas que digamos; a pesar de las notables diferencias de edades entre unas y otras, y para honrar al género femenil las identificaremos así.

El primer sacrificio público de una doncella, ejecutado sobre el altar de la revolución bolivariana, fue el de María Cristina Iglesias en el 2003. Su sacrificio, al frente del Ministerio del Trabajo, consistió en desechar y engavetar las 18.900 solicitudes de calificación de despido, derecho invocado por tal cantidad de trabajadores de la extinta Petróleos de Venezuela SA, quienes fueron separados de sus cargos por el patrono sin la calificación de sus despidos ni la liquidación de sus prestaciones sociales, como tampoco la cancelación de sus haberes; separación involuntaria e írrita por el ‘delito’ de plegarse a un paro nacional, en ejercicio de sus derechos constitucionales, convocado públicamente por la CTV y Fedecámaras.

El sacrificio político de María Cristina (que el país se lo tiene pendiente ‘por cobrar’ en el Libro de Cuentas de la historia) le permitió al Innombrable entrar a saco en la principal industria del país para deformarla y llevarla de ser la segunda empresa a nivel mundial en productividad y la quinta petrolera del mundo, a lo que es hoy: La más menesterosa de las corporaciones parias, que exponen impúdicamente sus lacras administrativas en los pasillos de los organismos financieros internacionales para medrar migajas y cambiar nuestro oro negro por baratijas bélicas. Junto a María Cristina, también fueron sacrificadas, simbólicamente, otras doncellas y a esas sí les cabe el término: Las Mises que engalanaban con sus nombres la orgullosa y eficiente flota petrolera venezolana, convertida hoy en transporte de importación de cachivaches para las mansiones de revolucionarios afectos al acelerado rrrrégimen que nos desgobierna.

El segundo sacrificio público de ‘doncella’ del que se tenga memoria en la Quinta República fue el de Tibisay Lucena, una simpática y rolliza dama que la revolución arrojó al ‘cenote’ sagrado cuando ésta se prestó para darle corpus legal desde la Presidencia del CNE a la ‘tramparencia’ con la que su antecesor, el Rector Carrasquero desarrolló el proceso del Referendum Revocatorio al Presidente de la República. La convalidación de las ‘firmas planas’ que se usó para postdatar el evento (un ‘aire político’ que necesitaba Chávez con urgencia) y luego la descarada transformación del referendo en un plebiscito (con la participación del ‘no’) son eventos que junto a las convalidaciones ilegales de votantes y la existencia de ‘dobles cedulados’ en el padrón electoral, la estigmatizan para siempre en la memoria de los venezolanos.

El tercer sacrificio es doble y es reciente: se cometió con las no tan doncellas Luisa Ortega y Lina Ron, ofrendadas ambas al escarnio de la opinión pública nacional e internacional, para que el mandón pudiera desplazar hacia ellas el epicentro de los múltiples ataques que recibe a diario y para convertidas ahora en ‘mártires’ de una exótica y hasta ahora desconocida ‘jihad’ bolivariana. A Luisa le propuso lanzar, a título propio, la canallada de un proyecto de Ley contra Delitos Mediáticos, exigiéndole el ‘sacrificio’ de presentarlo con todo y artículos, aún a sabiendas que la Constitución de la República no la faculta para ello, y que en todo caso, los proyectos son ‘eso’, proyectos, no una propuesta de Ley articulada. Así la quemó en la pira votiva, y mientras la opinión pública y los medios la ‘descosían’ por los cuatro costados, el héroe disfrutó de un respiro en los ataques a su régimen. Había encontrado una ‘chiva expiatoria’ de sus pecados.

Pero no fue la única. También sacrificó a una de sus más leales ‘alfiles’, la más dura de sus jugadoras en el escabroso ajedrez de la política boliburguesa: La oxigenada Lina Ron. A esta le solicitó el sacrificio máximo, su libertad, al pedirle que atacara la sede de Globovisión (canal de televisión independiente, opuesto a las tropelías del régimen), orden que la inefable muchachota de ojitos encapotados y rozagantes cachetes cumplió al pie de la letra encomendada, con armas cortas y bombas lacrimógenas, pero sobre todo, con la conveniente exposición de su rostro y el de sus seguidores (todos uniformados y ‘embanderados’) ante las previamente identificadas cámaras de seguridad del canal, como para que no hubiera dudas de quién comandó ‘la toma popular’.

El ‘sacrificio de las doncellas’ es, pues, una práctica común y corriente dentro de la cultura robolucionaria. Con ella se pone en funcionamiento operativo la más bellaca de las maniobras distraccionistas con las que el rrrrégimen suele obtener cuotas de oxígeno político, pero el verdadero sacrificio, el más doloroso, el que desnuda toda la crudeza de esa práctica, está cruelmente expresado en las más de 45.000 ‘doncellas’ que la violencia descontrolada se ha llevado por los cachos. Son más de 45.000 mujeres, jóvenes y niñas, ‘doncellas de sacrificio’ vilmente asesinadas durante estos diez años por una inseguridad ciudadana desatada y en ocasiones cómplice del gobierno ‘mesmo’. Ese es el verdadero sacrificio.

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