El rey que rabió
Jamás desde aquella aciaga madrugada del 4 de febrero de 1992 cuando saltara a la palestra pública se había visto al teniente coronel poseído de tales iracundias y furias destructivas. Luce desencajado, histérico, fuera de sí, enardecido, alterado hasta la exasperación. Se lo consume la neurosis y poco falta para que asomen a sus labios los espumarajos propios de un endemoniado poseído por el mal de rabia. No puede con su alma y las emprende contra los suyos, sus aliados y amigos. No se diga de las disidencias de su movimiento o de los francos opositores. Le faltan adjetivos, descalificaciones y groserías para referirse a comunistas y pepetistas, que el resto – dígase la oposición – no cabe en una letrina digna del infierno del Dante.
¿Se puede vivir consumido por tal desasosiego? Desde luego que no. Lo peor para él es que bajo el influjo de tan endemoniada neurosis no se puede hacer política. Y la que se haga será tan atrabiliaria, biliosa y errónea que terminará por hundirlo en los quintos infiernos. Devorado por la furia y la indignación está deshaciendo a patadas lo que logró construir en nueve años de tenaz e incesante faena y preparando el escenario para su caída. Nadie está pensando en golpes de estado y magnicidios, salvo él mismo, su peor enemigo. Repudia a sus mejores aliados y se refugia en sus más siniestros y devoradores adulantes. Se quita de encima con gestos indignos de su magistratura a sus mejores asesores para echarse en brazos de ladrones, cuatreros y asaltantes de la hacienda pública. Prepara su propio cadalso. Cuando le suene la hora, todos esos adulantes se habrán refugiado a la sombra de sus suculentas cuentas bancarias y habrán olvidado como por encanto que algún día estuvieron cerca del dictador en desgracia. No será la primera. Ni la última vez que así suceda.Que se mire en el espejo de Pérez Jiménez.
Hay razones para que su frágil mecanismo psíquico haya saltado en pedazos y se encuentre destripado como un reloj descompuesto en manos de un niño travieso. La primera de tales razones: la mayoría nacional se le ha volteado y todo augura una catástrofe electoral el 23N. Y si en el pasado contó con el G-2, Jorgito Rodríguez y Smartmatic, así como con la inexperiencia de una oposición que se veía de golpe ante una situación inédita, esta vez enfrenta el más grave de sus desafíos ante un enemigo unido y fogueado, preparado para minimizar los riesgos de un fraude ˆ que seguramente se intentará y a gran escala – y cobrar las ganancia. Jorgito se haya desprestigiado y cumpliendo otras funciones: pasó de árbitro a combatiente y teme caer a la lona en los momentos decisivos. Está como muchos de sus más cercanos en otra: buscando acomodarse para un futuro sin Chávez. Y todo hace preveer la irrupción de la oposición en gobernaciones y alcaldías emblemáticas, como Miranda, Carabobo y la Gran Caracas, para solo mencionar las más significativas.
Chávez lo sabe. Pero ni cuenta con un proyecto de convivencia democrática ni está preparado para una lucha de poder a poder, como la que constituirá el escenario principal del post 23N: una dualidad de poder que hará prácticamente inviable, y para siempre, su entronización vitalicia y el establecimiento de una Venezuela totalitaria. A esa situación estrictamente política ˆ su desgaste inevitable tras diez años de promesas incumplidas y el vuelco del escenario nacional ˆ se une la feroz crisis económica, producto del derrumbe de la producción nacional y la aparatosa caída de los precios del petróleo. Se le viene encima a su gobierno el desabastecimiento, la inflación, la devaluación monetaria y el incumplimiento de obligaciones nacionales e internacionales, que pintan un futuro tenebroso.
De allí la ira, la furia, la desesperación y la locura. No se la quitará de encima ni con una tonelada de Sertralina. Le llegó la hora. Dios se apiade y la factura no llegue a los extremos más temibles.Aún es tiempo de frenar la locomotora. Ojalá se ilumine.