El rey de los mendigos
Primero la barriga, luego la moral – le hace decir el gran dramaturgo alemán Bertolt Brecht a su célebre personaje Mister Peachum, el rey de los mendigos londinenses de la Opera de Tres Centavos. Fidel Castro, el Mister Peachum del Caribe, se acaba de zampar otra torta de miles de millones de dólares que solícito le sirviera a su mesa su hijo putativo, Hugo Chávez. El mismo que dispone de nuestros bienes como si se los hubiera ganado en una lotería. Cuando se trata del petróleo de 25 millones de venezolanos, bien perecedero del que él que dispone a su antojo con el mismo desenfado con que mister Peachum regala las monedas que le quita a sus mendigos. Finalmente, cuando haya que pagar la pesada factura por tanto regalo estéril y arbitrario, no será él quien la pague: la pagaremos todos. Con más hambre, con más miseria, con más insalubridad y más crimen.
¿Alguno de ustedes, queridos lectores, fue consultado por el Señor Chávez para regalarle esos mil quinientos millones de dólares anuales a Fidel Castro? ¿Saben ustedes cuántos hospitales y cuántas escuelas se podrían haber construido con esos tres mil millones de dólares ya regalados al tirano a cambio de médicos chimbos y alfabetizadores de pacotilla? ¿Cambiaría usted hospitales de lujo y escuelas equipadas como Dios manda, para satisfacer las demandas de los sectores populares, por unos enfermeros que recomiendan aspirinas para curar las diarreas y alfabetizadores que quieren convencernos de las bondades de la revolución cubana?
Y mientras Chávez y Castro se conjuran a vista y paciencia del mundo entero, clama el presidente contra la intervención norteamericana. Mil quinientos millones de dólares anuales y Venezuela invadida por agentes de inteligencia y oficiales cubanos contra una imaginaria señora tomando fotografías al Fuerte Tiuna. Cree que los venezolanos somos una recua de imbéciles. Aunque a juzgar por el poder que aún le asiste, no pareciera estar muy equivocado.
Si existiera un mínimo atisbo de auténtica oposición, en vez de ésta patética fila de mendicantes en busca de la limosna electoral que le permita el autócrata, ya sabríamos cuántos hospitales y cuántas escuelas se podrían construir con lo que Chávez, malversando nuestros bienes y burlándose de nuestros derechos, le regala al tirano cubano. Tendríamos conciencia del desastre económico en que nos hundimos, el festín de Baltasar disfrutado en La Habana a costa de nuestras espaldas, los siniestros planes con que Castro, el malvado Quijote del Caribe seduce a nuestro sabanero Sancho Panza.
Así, gota a gota, comienza a colmarse el vaso. Tanta iniquidad no cae en saco roto. Si Chávez y el chavismo creen que disfrutarán para siempre de esta oposición partidaria miserable, se equivocan. Crece una nueva oposición. Pues como dijera Carlos Marx, de quien habrán oído hablar en sus delirios, la historia sólo se plantea problemas que puede resolver. El problema venezolano encontrará su solución: una oposición decente, libre de las lacras del pasado, lúcida, valiente y a la altura de las circunstancias.
¿O cree que somos mancos?