Opinión Nacional

El Repentino

¡Ahora si es verdad que nos fuñimos!

Antes era previsible su aparición, los domingos toda la tarde y nochecita, una que otra graduación misionera, la intromisión en los latosos programas de opinión en el canal oficial del partido, una que otra alocución impuesta a la hora de ver el béisbol o la telenovela. Pero ahora no podemos prever nada, porque de repente y ¡zas! se nos aparece donde uno menos lo espera. Supongamos:

Uno sale el sábado en la noche a cenar con unos amigos en un restaurant chino de Las Mercedes y, a la hora de pedir el menú, aparece El Repentino trasmutado en mesonero de chaquetilla colorá para sugerirte – motos bolivarianas en puerta – que vayas ya a buscar tu arepa socialista de carne mechaá.

Que estás en Miami de vacaciones con la familia, y se te ocurre ir a un out let para hacer algunas compras de ropa para los muchachos y uno que otro electrodoméstico para ahorrar electricidad, y cuando vas a buscar tu carro con el carrito lleno de compras, en el parking se te aparece El Repentino para enrostrarte que así nos gastan los dólares del pueblo, y que, en consecuencia, tu cupo CADIVI ha sido inmediatamente cancelado.

Que tienes un dolor súbito y vas a la emergencia de una clínica privada, y El Repentino apostado en la Admisión – con  acento cubiche – te remite de inmediato a Barrio Adentro porque tu póliza de HCM  bolivariana no sirve sino en los dispensarios del proceso.

O cuando vas a buscar a tu hijo a la guardería, te encuentras con que El Repentino la ha cerrado por tener en sus paredes personajes capitalistas como Daisy o el Pato Donald, y que de ahora en adelante deberás llevarlo al Simoncito comunal para que aprenda a distinguir  desde pequeño al Che y a Carlitos Marx.

O lo más imprevisible todavía, que en estas fiestas de carnaval asistas a un baile y súbitamente aparezca El Repentino con un mono rojo – rojito, disfrazado de Diablo de Yare, y que delante de todos realice un relámpago como hacían las famosas y liberadas negritas de los 60´s en los celebres carnavales del Hotel Ávila, cuando de repente abrían el cierre del mono negro para dejarse ver por un rato como Dios las parió.

¡Qué Dios se apiade de nosotros!              

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