El raspaíto
El anuncio hecho por Godgiven Hair (Diosdado Cabello) en nombre del comando
Maisanta, de una rifa multimillonaria que permitirá sufragar la campaña de
su Comandante; ha provocado reacciones de diferente tenor. Con mucho olfato
político, Teodoro Petkoff -en un editorial de Tal Cual- la ha calificado
como un intento del oficialismo por encubrir el uso delictivo de inmensos
recursos del Estado, para promocionar la permanencia en el poder del actual
Presidente. Otros, especialmente los humoristas, han preferido el camino de
la burla. Cuesta trabajo admitir que ese invento ha sido un gol de los
chavistas en lo único que hasta ahora han demostrado ser eficientes: en
amasar fortunas con pasmosa velocidad.
Inventar algo así requiere, no solo de una falta absoluta de escrúpulos,
sino de una picardía muy especial: la que solo poseen los estafadores. El
estafador no es un es un simple ladrón y califica muchos puntos por encima
del delincuente que utiliza un arma para despojar a otros de sus bienes. El
estafador debe tener conocimientos básicos de la psicología de sus víctimas.
Convencido de que a nadie le amarga un dulce y que la mayoría quisiera
obtener ganancias fáciles, inventa trucos que van desde la manipulación
verbal a la rapidez manual para engañar incautos; el llamado paquete
chileno es la más primitiva (pero no por ello menos inteligente) versión de
esa habilidad. En una columna de chismes políticos leímos recientemente,
sobre la estafa de siete millones de dólares realizada por un remake de
aquel jeque que hace años embaucó a lo más granado de la sociedad y del
empresariado venezolanos. Cuando se conocen los nombres de algunos de esos
nuevos estafados uno se queda boquiabierto: cayeron en la trampa muchos
vivos, ignorantes del sabio refrán que enseña como la avaricia rompe el saco
Los estrategas del Comando Maisanta partieron del siguiente postulado: este
es un país donde el envite y el azar tienen su reino; incontables loterías,
kinos, terminales, triples, rifas y muchos etcéteras legales e ilegales,
recaban diariamente no menos incontables millardos de bolívares. Decenas de
miles de venezolanos y extranjeros residentes en la patria bolivariana, no
solo se quitan el pan de la boca para apostar sino que destinan muchas horas
hábiles a la improductiva tarea de explicarse y de explicar, porque el dato
que les dieron no funcionó y cómo fue que la vecina o el compadre se ganaron
unos reales y ellos no. ¿Cómo no va a cuajar el raspaíto oficialista en un
ambiente tan proclive no solo a las apuestas sino al autoengaño? Nadie se ha
preguntado cómo es que el diputado Juan Barreto puede donar una camioneta
para esa rifa; aún cuando la dieta de los diputados está muy por encima del
sueldo promedio de un profesional universitario, es evidente que no alcanza
para gestos filantrópicos de ese monto. ¿Y el apartamento quién lo donó?
El raspaíto oficialista me ha hecho recordar un suceso del que fui testigo
de excepción durante la campaña de Luis Piñerúa: un rico empresario pasaba
horas enteras de cada día, instalado en el Comando de Campaña; como quiera
que no tenia acceso al candidato, destinaba ese tiempo a halagar, complacer
y obsequiar a los más inmediatos colaboradores del aspirante presidencial y
ofrecerles su avión para cualquier traslado al Interior. En cada uno de
ellos veía un ministro en ciernes. Uno de esos colaboradores comentó en su
presencia que necesitaba una caja de champaña para los quince años de su
hija, ¡te voy a regalar diez! brincó el empresario. Cuando el dadivoso se
retiró del sitio, alguien que había presenciado la escena sentenció: trata
de que te las mande antes de las elecciones porque si perdemos no te da nada
Pero el tipo cumplió y a los pocos días llegaron las diez cajas de la más
fina y costosa champaña. Dos semanas después de la derrota electoral, ese
mismo regalado -quien además había sido beneficiado muchas veces por el
avión del adulante- necesitó trasladarse de urgencia a Maracaibo por la
gravedad de un familiar y se le ocurrió pedirle el avión. Después de muchas
evasivas la respuesta fue que debía pagar el costo de la gasolina, del
piloto y del copiloto.
Los potenciales compradores del raspaíto deberían ser informados, si es que no lo están suficientemente, sobre el maulismo de este gobierno que no le paga ni a los proveedores de las Misiones, su mejor bandera publicitaria. Y si el raspaíto, como todo lo hace presumir, es Chávez
¿a quién le van a reclamar los ganadores sus premios?