El problema no es el programa: El problema es el poder
A mediados de 1996 se efectuó en una casa de la Alta Florida una trascendental reunión con participación de importantes políticos del amplio espectro opositor al gobierno de Rafael Caldera, entre los cuales aquellos que pretendían ganar las elecciones de 1998 llevando de candidato al teniente coronel retirado Hugo Rafael Chávez Frías. Todos estaban perfectamente conscientes de que el gobierno de Rafael Caldera se encontraba hundido en una crisis aparentemente irreversible, tambaleándose casi al borde del abismo y la opinión generalizada entre los contertulios, reunidos en torno a una suculenta paella encargada por el anfitrión, era que Caldera estaba prácticamente caído.
Razones de elemental discreción me impiden dar a conocer los nombres de los participantes, entre los cuales políticos de la izquierda radical venezolana, periodistas, algún empresario, personalidades de los medios y los dos principales promotores de la candidatura de Chávez Frías: Luis Miquilena y el anfitrión del almuerzo y dueño de casa, José Vicente Rangel. Tema de la reunión: la convocatoria a una asamblea constituyente. Asunto nada nuevo, pues había sido incorporado al programa de la candidatura de Oswaldo Álvarez Paz tres años antes e incluso el mismo Rafael Caldera lo había asomado como medida procedente para carenar el forado dejado en el establecimiento político venezolano por el defenestramiento de Carlos Andrés Pérez. Sin que hasta entonces hubiera adelantado la realización de un proyecto que se consideraba esencial para sortear la crisis. Ante un liderazgo democrático absolutamente desnortado y confundido.
Lo traigo a colación por diversas razones: la primera de las cuales es la similitud de escenarios: un gobierno que 15 años después y tras 12 de ejercicio se tambalea, al borde del abismo. Sin haber logrado resolver la grave crisis estructural que estallara entonces y que ha alcanzado al día de hoy dimensiones apocalípticas. La segunda es porque de todos los participantes de aquella crucial reunión, salvo el teniente coronel, todos o han saltado la talanquera y son próceres de la oposición democrática venezolana, o guardan una equidistante distancia frente al quemante problema del Poder. No faltan, entre ellos, los que quisieran verse encargados de resolver esta otra crisis, infinitamente más grave y compleja que aquella.
La tercera y muy importante es resaltar que faltando dos años del asalto al Poder, la élite que llevaría a Chávez a Miraflores tenía un programa: la Constituyente y, a su través, la refundación de Venezuela. La cuarta es igualmente importante: ese grupo de operadores políticos ya disponía del mascarón de proa de la embestida contra la institucionalidad democrática, el teniente coronel Hugo Chávez. Pero la quinta es la determinante: ese personaje era, de todos los contertulios, el único político práctico de verdad verdad. Lo demostró a la hora de asumir las tareas y repartir responsabilidades, sobre todo la de iniciar la campaña propagandística por la Constituyente.
Encargado de distribuir esas tareas fue Luis Miquilena, quien al llegarle el turno al esmirriado golpista fracasado – no tenía entonces ninguna figuración en las encuestas – le señaló la tarea de presentarse al día siguiente en un programa de opinión en Venevisión, uno de cuyos ejecutivos se encontraba presente y asumió la coordinación de la tarea. “Yo voy y hablo de la constituyente” – me cuentan que dijo Chávez – “pero bajo una condición: ¡pediré la renuncia de Caldera!”.
Lo recuerdo en este momento leyendo la biografía de Hitler de John Toland , quien cuenta que a comienzo de los años 20 el futuro dictador austro alemán – un recién salido del absoluto anonimato de la bohemia y el vagabundaje muniquense – acompañó al general Ludendorf para cooptar un importante líder bávaro del socialismo duro – Georg Strasser, uno de sus posteriores baluartes – y al incomodarse por la pregunta por el programa de su minúsculo e insignificante Partido de los Trabajadores Alemanes le respondió indignado: “El programa no es la cuestión. La única cuestión es el Poder”.
Chávez lo tuvo siempre claro. Su problema fue, es y será el Poder. Hoy en día, cuando su Poder está más carcomido que nunca y un gran movimiento popular como los del pasado podría resolver la grave interrogante del Poder, ¿lo saben sus opositores? ¿Tienen claro los partidos, tienen claro sus líderes, tiene en claro la MUD que el único y verdadero problema de la Venezuela de hoy es el Poder? De lo que estamos ciertos, y el artículo de Antonio Pasquali de hoy en El Nacional lo reafirma con claridad meridiana, es que crecen y se fortalecen los sectores de la sociedad civil que comienzan a exigirlo: el problema es el Poder.