Opinión Nacional

El principio y el fin

Un valse peruano muy popular hace bastante años, decía “…mi vida comenzó
cuando naciste tú, porque antes en mi vida hay puros desengaños, mentiras y
fracasos…..” etcétera. Claro, el valsecito se refería a desilusiones
amorosas pero esa estrofa bien podría aplicarse a la exposición “Quiénes
somos” que el historiador del régimen, Mario Sanoja, ha montado en el Museo
de Ciencias de Caracas, para que venezolanos y extranjeros de todas las
edades y orígenes, sepan qué significa ser venezolano. Tal como lo narra el
periodista Ernesto Campo, quien hace el reportaje (Siete Días, El Nacional,
domingo 20 de mayo) los visitantes no solo podrán conocer lo malvados que
fueron los españoles al conquistar estas tierras y lo poco que tenemos que
agradecerles, sino también quiénes fueron los verdaderos próceres de nuestra
gesta independentista. Por ejemplo Simón Bolívar, el motivo de los desvelos
del Comandante en Jefe, recibe apenas dos menciones mientras Ezequiel Zamora
ese precursor del socialismo del siglo XXI nacido en el XIX, se roba el
show. Suponemos que ni se menciona al bicho ese de José Antonio Páez quien
se vendió al imperialismo yanqui, como lo comprobó el mismísimo presidente
Chávez al saber de su fastuoso recibimiento, con honores militares, en
Washington -después de haber sido expulsado de Venezuela- y luego por haber
elegido para morirse la ciudad de Nueva York.

Si de la historia de la independencia se eligen los nombres que, en opinión
del tenientecoronelcomandantenejefepresidente son los genuinamente
revolucionarios, nada debería extrañarnos que al llegar al siglo XX las
obras del dictador militar Marcos Pérez Jiménez, se lleven en los cachos
todo lo que hicieron en cuarenta años los presidentes civiles y democráticos
El periodista Campo y la historiadora Lucía Raynero, profesora de la UCAB,
quedan estupefactos ante ese hueco gigantesco, una especie Triángulo de las
Bermudas que ha engullido a Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Rafael Caldera,
Luis Herrera Campins, Jaime Lusinchi y por partida doble a Carlos Andrés
Pérez y a Rafael Caldera, además de Ramón J. Velásquez. Del “coronel Marcos
Pérez Jiménez, presidente constitucional, elegido por el pueblo con orgullo
nacional”, como decía el porro colombiano que debíamos oír repetidamente en
todas las radios del país, se salta con garrocha hasta la gloriosa aparición
en la escena nacional del hijo ilustre de Sabaneta. Allí si es verdad que el
profesor Mario Sanoja hace gala de su genio historiográfico al dedicarle el
resto de la exposición al más grande venezolano de todos los tiempos, perdón
me equivoqué quise decir, al más grande latinoamericano desde antes y hasta
después de la genocida gesta descubridora de Cristóbal Colón. Y no le digo
hispanoamericano para no ofenderlo.

Cuando el periodista le pregunta a Sanoja por qué ignora a los presidentes
democráticos que gobernaron entre 1959 y 1998, la respuesta es que todo el
mundo los conoce. ¿Y entonces a Chávez nadie lo conoce? -repregunta Campo,
-por supuesto, pero lo que pasa es que él está creando un hombre nuevo, una
sociedad nueva, un mundo nuevo. Y no sigamos porque el universo entero
podría quedar renovado mediante la ley habilitante que el máximo hace crecer
día a día con amenazas también nuevas. En otras palabras: él, el Ùnico, es
el principio y el fin de nuestra historia.

El martes 22 los lectores de Tal Cual y todos quienes vivimos pegados a una
computadora con tal de no ver a Chávez ni a ninguna de sus marionetas en
televisión, quedamos consternados al conocer por denuncia de Teodoro Petkoff
la canallada cometida por el gobierno de la revolución bolivariana, y de
“ahora Venezuela es otra”, contra una venezolana ciega por causa de un
cáncer, necesitada de viajar a los Estados Unidos para seguir su tratamiento
médico pero con su pasaporte vencido. Esa compatriota es una hija del ex
presidente Carlos Andrés Pérez y por ese motivo ella y su mamá, Blanca de
Pérez, una primera dama digna y respetable, fueron sometidas a la
humillación de una espera de nueve horas en la antesala del canciller
Nicolás Maduro, para saber después que éste no firmaría ese documento.

¿Hay alguna relación entre los dos hechos que narro? Pues claro que sí,
Maduro, con su salto de chofer de autobús que nunca trabajó (reposero
profesional por ser dirigente sindical) a diputado y luego a ministro de
relaciones exteriores, representa al nuevo hombre de esta revolución bonita:
es el mezquino, el resentido social, el escaso de cerebro y el enano de alma
Es el que sabe odiar pero no conoce la piedad, ni la solidaridad, ni tiene
la más remota idea de lo que significa realmente la caridad. Y porque
estamos seguros de que jamás se habría atrevido a comportarse de manera tan
inhumana sin la anuencia de su amo, podemos asegurar que eso es lo que el
amo les ha inculcado a él y a todos sus secuaces. Al enemigo ni agua, pero
tampoco a sus hijos y quizá tampoco a sus nietos.

Marcos Pérez Jiménez es un candidato a la santidad comparado con estos
dictadores de la nueva ola. Aquel encarcelaba, torturaba, exiliaba y hasta
asesinaba a sus opositores, pero tuvo respeto por sus esposas e hijos. Y si
Nicolás Maduro o el mismo Hugo Chávez hubiesen enfermado gravemente en
tiempos de la Cuarta República, seguro que el gobierno adeco o copeyano del
momento los habría enviado con gastos cubiertos, a la mejor clínica del
exterior si hubiese sido necesario para salvarles la vida. José Vicente
Rangel es uno que puede dar fe de ello.

Aquellos tiempos no volverán, eso lo repiten una y otra vez estos
herederos de la bondad estaliniana y unos cuantos que, sin ser chavistas,
creen que denigrando del pasado se aseguran un puesto importante en el futuro.

Con todos sus errores y vicios, aquellos fueron tiempos de venezolanidad genuina,
de esa que le echaba un brazo por la espalda al adversario porque aunque pensara distinto no era su enemigo. Claro que no volverán mientras Chávez esté en el poder, eso podemos jurarlo.

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