El primer siglo de Jacinto Convit
Los que habitamos esta tierra de gracia sabemos perfectamen- te que llegar a 100 años no es poca cosa, es mucho el malandro y el gobierno al que hay que sobrevivir. Así que, aunque el Dr. Jacinto Convit no fuese una gloria de la medicina y la investigación científica, la sola circunstancia de vivir un siglo entre nosotros, ya le hace merecedor de todos los reconocimientos nacionales y mundiales.
Jacinto Convit nació en el año en que Juan Vicente Gómez informa a los venezolanos que se está preparando un ensayo de golpe castrista (de Cipriano) para perturbar la paz pública y se declara en campaña, dejando al Dr. Gil Fortoul encargado de la presidencia hasta agosto de 1914. En otras palabras, el Dr. Convit técnicamente no nació en la tiranía de Gómez sino en uno de esos breves interregnos en que se cumplía la guasa tan en boga en esos tiempos de: «aquí vive el presidente y el que manda vive enfrente». Juan Vicente Gómez muere, el 17 de diciembre de 1935, hecho que, por cierto, motivó la copla popular que decía: Por coincidencia de la historia murieron un mismo día el que libró a Venezuela y el que la tuvo fuñía.
Contaba Jacinto Convit con 22 años, ya estaba estudiando medicina en la Universidad Central de Venezuela. Le tocó vivir el tránsito de la Venezuela agraria a la petrolera de la que dependemos todos los venezolanos y que nos ha enseñado que más que trabajar, en nuestra tierra es negocio que lo pongan a uno «donde haiga» para vivir a expensas del Estado. Sin embargo, él prefirió el camino del trabajo. Y vino López, Medina y el golpe contra Medina, Gallegos y el golpe contra Gallegos y el magnicidio de Chalbaud, Pérez Jiménez, Larrazábal, Rómulo y Leoni, Caldera, Carlos Andrés, Luis Herrera, Lusinchi y Carlos Andrés otra vez, Ramón Jota y Caldera nuevamente, Hugo Chávez (el equivalente a tres de antes) y Maduro. ¿Qué cantidad de absurdos y cosas buenas de esta historia nuestra no habrá presenciado Jacinto Convit? ¿Cuántos momentos de desesperanza le habrán asaltado en 100 años? ¿En qué cantidad de oportunidades le habrá tocado vivir esa sensación que a veces se apodera de nosotros de que nuestra patria no tiene futuro, de que esto es, como lo sentenció Miranda, puro bochinche, bochinche y nada más que bochinche? Sin embargo, sorprendentemente, este ilustre científico, con un siglo a cuestas sigue trabajando, con la mayor humildad, sin esperar glorias ni reconocimientos.
Si Jacinto Convit no fuese venezolano, sino noruego, por decir algo, estoy seguro de que ese país entero se habría puesto en pie para rendirle el merecido homenaje por su contribución a la ciencia, al avance de la humanidad. Seguro aparecería en un billete, el rey Haroldo V lo habría recibido en una gala en el Palacio Real de Oslo y seguro habría pronunciado un hermoso discurso diciendo: «Os lo dije y os lo repito, sois un gran científico, orgullo de Noruega». Pero como es criollito, la cosa pasa por debajo de la mesa. Con razón decía alguien alguna vez que la gran tragedia de nuestras representaciones de la Semana Santa es que nadie se toma en serio a Cristo, porque es representado por uno de los nuestros. Uno a Robert Powell le cree porque es inglés, pero a Carlos Mata no.
Jacinto Convit encontró en 1987 la vacuna contra la lepra, una enfermedad que desde los tiempos más remotos era una suerte de maldición para el paciente que quedaba excluido de la vida social por el temor al contagio. Había trabajado durante toda su vida en los leprocomios, tratando de darles a los pacientes un trato humano. Recibió el premio Príncipe de Asturias de investigación científica y técnica en 1987, que es el galardón más importante que se entrega en España y reconoce una contribución relevante para el progreso de la humanidad.
Jacinto Convit ha hecho muchas cosas por Venezuela en el terreno de la ciencia y la investigación, pero sin duda su contribución mayor es a la esperanza, a que valemos la pena, a que somos capaces de producir gente inteligente, íntegra, decente y trabajadora, a que también podemos sentirnos orgullosos de ser venezolanos.
Dr. Jacinto Convit, aunque no tengo nada que darle, ni siquiera una medallita de la Virgen de Coromoto, en nombre de ninguna autoridad y por el derecho que no me faculta ninguna ley, le entrego a usted la espada de El Libertador, de la que todos somos un poco herederos, como reconocimiento a su lucha sostenida por la Venezuela que Bolívar soñó, a la patria que, sin duda, nos merecemos.
Muchas gracias por su aguante. Que Dios y la patria os lo premien.