Opinión Nacional

El populismo en la tierra de fuego y de Bolívar

Que quede claro el concepto de populismo. Para ello se toma la definición del respectado politólogo español, Ignacio Molina: “Bajo esta denominación puede aparecer englobadas diversas ideologías políticas de carácter normalmente autoritario pues, al reclamar para sí la encarnación de los deseos mayoritarios, rechazan la necesidad de más intermediarios y deslegitiman por obstaculizador el pluralismo que representa el resto de la oposición.”. El populismo, en si, es antidemocrático; aunque juegue con instrumentos democráticos

En la tierra de fuego todavía falta mucho para implantar una sociedad programática. El canto al héroe, la visión cristiana y la fe mesiánica como filosofía de vida, son internalizaciones de unos pueblos dominados por unas elites, que les impiden irrumpir con bríos a la sociedad postmoderna; al punto que entramos en el siglo 21 con mentalidad del siglo 17. El populismo, por desgracia, es cultura en la América latina. El discurso predomina antes que el trabajo creador; en esa realidad, se esfuman característica como competencia, producción, creación de riqueza con productividad y sólo asoma la tarima del político y su elite como triste espectáculo.

El populismo no es un fenómeno únicamente latino, el mismo ha hecho presencia en sociedades como la griega, la romana; si nos adentrémonos a la modernidad, allí se tiene la historia con Mussolini, Hitler y Franco, caudillos y mesiánicos, variantes del populista. En América latina, el fenómeno se ahonda desde las gestas independentistas, y si haber vamos a Bolívar, delirio de grandeza, es el choque con ese hombre organizado y fin en mente, que fue Don Francisco de Miranda. Mas la trípode del populismo en esta América, se resume en tres personalidades: Juan Domingo Perón, Jorge Eliécer Gaitán y Hugo Chávez Frías.

Los doctores del populismo hicieron, no por casualidad, de sus sociedades caldo para la violencia y la destrucción de sus fuerzas productivas. Allí se desdibuja la Argentina, que a principios del siglo pasado despuntaba entre las economías con mayor crecimiento económico y daba indicadores para seguir la ruta del desarrollo. En el caso de Colombia, ese orador de la emoción que fue Gaitán; prendió el fuego para que ese país todavía hoy viva en un cuadro de violencia. El caso venezolano es emblemático: atrás quedaron las figuras de un José Antonio Páez, Carlos Andrés Pérez en su primer gobierno y al parecer tiene su delirio del chimborazo en el actual presidente; quien lleva un septenio de gobierno en permanente destrucción de las fuerzas productivas y lanza a más de medio país a la sinrazón.

El país presencia un autoritarismo creciente. Las instituciones públicas son una entelequia. El juego democrático se encuentra cerrado. Los poderes públicos- ya es vox populi- no gozan de autonomía real en sus decisiones; se observa sí militares en pleno activismo político junto con hordas de militantes. El desdesarrollo económico como herencia populista, latiga la esperanza fallida de calidad de vida del venezolano. Todo se resume en aquella expresión del Luis XIV: El Estado soy yo; que en nuestra vivencia se sintetiza en el manejo personalista de la hacienda pública vía presupuesto; que hace el ciudadano presidente del tesoro nacional. Se equivocó ese rancio marxista- que siempre ha sido Don Domingo Alberto Rangel- con aquello del Fin de Fiesta, no, el país por desgracia presencia El deliro de una Fiesta.

El populismo es la expresión de pueblos adorante del hombre del poder, que, por lo general, no han emergido al desarrollo económico y ante todo de una cultura para la muerte; la cual se manifiesta en su tradición, costumbres, en sí, en la ideología cotidiana. A menos crecimiento y desarrollo económico, más populista una sociedad; a menos educación y sobre todo a menos cultura entendida como discernimiento, recto pensar y lógica de las acciones, el populismo encuentra su caldo de cultivo. Los pueblos pacatos, enfermizos y como diría el olvidado escritor colombiano Vargas Vilas: “Nunca escalarán el cielo con la antorcha redentora de sus manos”; ese es un pueblo eminentemente populista. El populista no existe sin el populacho. No se desconoce que el poder económico, cultural, religioso, sindical y político, en primer término, trabajen en pro de diseminar su ideología populista; mas los mecanismos de compensación también operan en el ciudadano y no precisamente sólo por ignorancia. Existe una dialéctica entre el populista y el populacho; de ese modo se disgrega cualquier análisis serio y se finaliza en el canto de epopeya, bien independentista, de resistencia o de liberación.

El populismo venezolano tiene su expresión en esa tradición nefasta que significa la visión judeo-cristiana. El martirio de un neurótico, crea por toda una ideología y de miedo un ser timorato; quien vive de la esperanza y más que pensar, cree fervientemente. Este país, por desgracia, ante semejante afrenta fue diezmado y poblado al son de la sotana y la bota militar; quienes a diestra y siniestra pulverizaron vaginas indias y negras para loas de los Amos del Valle. El populismo se expresa en nosotros en una veneración. La sumisión de la imagen sangrante del Cristo se traslada al hombre de la gesta, el héroe, al caudillo, la reciedumbre del caballo y la lanza. El lancero cual Don Quijote que lleva el diablo, es decir, sus hordas; quienes sedientos de sangre llegaban a pueblos, quemando sembradíos, violando mujeres y hasta destruyendo sus propias imágenes religiosas; ese es el macho, los Puros Hombres de Antonio Arràiz. Desde ese gran populista que fue Páez, pasando por el adocenamiento populista de Bolívar, la larga siesta de Guzmán Blanco y la hegemonía andina sintetizado en Juan Vicente Gómez; este país no descansa en musitar su silencio cómplice y dulce de adoración con infinito respeto taimado al Mesías de sus sueños.

Desde el azote a la racionalidad, que significa la visión judeo-cristiana; el canto al héroe de la independencia, la claudicación ante el hombre de la bota con espuela y las versiones modernas de populismo democrático, magistralmente, escenificado por Carlos Andrés I; la nación entra al siglo xxi con mentalidad del siglo diecisiete. Una dirigencia religiosa venerando un madero para incautos; un empresario amamantado por el erario público; una intelectualidad trasnochada manejando categorías de pobreza y un político, suma de la demagogia, autoritarismo y megalomanía; dibujan al parecer, tal vez, más de medio siglo de pérdida a futuro. El populismo llegó para quedarse…, triste decirlo; pero Venezuela sigue anclada en la veneración amañada de caudillos, jefes y patoteros en el poder con asiente en la Ciudad de los Techos Rojos.

Da risa con sarcasmo oír conferencistas con tinte de catedráticos, al estilo de Steve Ropp y Manuel Suzarini en torno al populismo. Entre la racionalidad flemática del gringo y la picardía del nativo, se llega a sentencia tan bellaca como su pretendida definición: Es un déficit democrático. Para estos agentes de la mentira, el populismo sería sólo una cuantificación en negativo que sepulta el proceso democrático. El enfoque funcionalista se enmarca en una supuesta racionalidad, que debe tener el sistema de economía liberal. Olvida Ropp y compañía- que sin entrar en consideraciones en lo económico con la profundidad que lo amerita- las llamadas economías liberales son mercados controlados, donde las políticas- entendidas éstas como grandes lineamientos- finalizan, en lo operativo concreto, en medidas para administrar el conflicto; que impone el manejo de las variables macroeconómicas. El catire de ese modo sustituye la categoría de clase social por el de ciudadano; como igualmente el líder populista le trasmuta en la abstracción pueblo. En su línea de pensamiento, el intelectual nos lleva a una contraposición absurda entre democracia liberal y populismo; muy a lo Giovanni Sartori, adjetivación que sólo busca afianzar la hegemonía en el imaginario social mundial, de las instituciones a lo Occidental. Para el gringo la representación sería el único mecanismo para la participación del individuo en la contienda por el poder.

Bien se le califique la democracia de burguesa, popular y hasta socialista; nada agrega al análisis del populismo como realidad. Despejado ese economicismo democrático al que Ropp alude al entender la democracia liberal  como competición, igualdad de oportunidades y organización de grupos; se da un salto para no decir que el populismo es entre otros un mecanismo que opera para el control social; al igual que la democracia como se práctica en nuestras realidades: torneos electorales, sensiblerías por colores y consignas vacuas para enajenar mentes; y seguir tramando la plusvalía ideológica de los Amos del Valle y sus gestores desde Palacio. Ni democracia liberal, pasticho antiquísimo; ni populismo, son los caminos para emprender la construcción de un modelo socialista. La discusión sesgada para hacerle cola a Plinio Apuleyo Mendoza en Colombia; Mario Vargas Llosa y su hijo allá en Madrid y Miami; y Emeterio Gómez aquí en Venezuela, lanza al olvido que la confrontación es entre el poder y las diversas expresiones políticas, que ese poder usa de modo superlativo y con máscaras múltiples, con el fin de mantener la enajenación de los sectores mayoritarios. Ropp y Suzarini en ningún momento aluden al conflicto social en función de las apropiaciones de hecho y de derecho del plus producto nacional. Se diluye en estos intelectuales acomodados la idea de asumir la democracia como mecanismos para ejercer o delegar el poder en un contexto determinado en la dinámica societaria; que si no es objeto de la enajenación y manipulación simbólica, podría generar un alcance productivo en el colectivo participante o afectado por las consiguientes ejecutorias

El caso de América latina es emblemático en la realidad. Una ola de populismo nos asalta, en ese escenario los llamados liberales abogan por la democratización, la apertura y la competencia; en contraste con el totalitarismo, la economía socialista supuesta y la corrupción de los nuevos amos del poder. No obstante, el panorama se dibuja de otro modo: Los supuestos regímenes populista de izquierda, que azotan la región; no son más que tigres de papel, que en ningún momento han afectado la estructura económica y, por consiguiente, las relaciones económicas de producción; mientras los banqueros siguen haciendo su agosto, las industrias básicas no presentan desarrollo aguas abajo y la manipulación entre el hombre cotidiano y los gestores públicos prosigue, por lo general, al amparo de un erario público rebosante, que agrava la violencia social a través de soluciones dadivosas de las demandas mayoritarias.

El profesor Ropp, hijo de intereses identificados, llega a asociar la política como un mercado racional, juego de ofertas y demandas donde priva la soberanía de consumidor elector. Su lógica de discurso en ningún caso podría asumir categorías fundamentales para un análisis histórico como son: clase social, plus producto, democracia, poder y hegemonía. El mareo con el populismo de estos catedráticos les hace molesto plantearlo como un mecanismo para tratar de represar el conflicto social, y mantener con menos fricciones aparente el modo de producción imperante.  Los dos profesores lanzaron otras mentirillas, como aseverar que el populismo gobierna sin instituciones; cuando el análisis plantea que, al contrario, se crean otras, que refiere una estática, la inserta en el texto constitucional; y otra operante para el manejo político partidista, la mayoría de las veces mediante un supuesto ejercicio directo del gobierno y los recursos por el pueblo en nebulosa.

El populismo como rémora histórica y enajenación cultural deber ser desplazado del imaginario social; mas también, esos enredos para incautos cual la mencionada democracia liberal, para entrar de veras a la construcción de un poder creativo y productivo por parte del colectivo social; que se asuma con conciencia, no ideológicamente, en función de lo programático, lo humanístico y el disfrute del plus producto societario. Los pueblos que viven de su pasado, por lo general, fenecen… La tierra de fuego capitaneada por caudillos, populistas y demagogos, permanece en el sueño de una grandeza añosa: El canto a Bolívar de un Neruda o ese reclamo poético de Rubén Darío a Franklin Delano Rooselvet; no pasan de ser quijotadas en un mundo globalizado y siempre en proceso de cambio, como lo apuntó desde hace más de una década Alfin Tofler en su libro El Impacto del futuro. 

La tesis del determinismo geográfico, mezcla de darwinismo y maltusianismo, con aquello de la condena eterna de los países ubicados al sur del ecuador; se impuso por largo tiempo, desconociéndose que las grandes civilizaciones comenzaron en la India y Ceilán.  Darwinismo, maltusianismo, determinismo geográfico, teoría de las grandes civilizaciones de Toynbee; dibujan el panorama de la lucha o justificación del crecimiento y desarrollo económico en la tierra de fuego, hasta mediado de los años cincuenta. Esas ideologías- con una que otra variante- se proyectan en América latina. Aquí hubo grandes civilizaciones, que al enfrentarse con el guerrero español y portugués; fueron diezmadas como proceso inevitable en las luchas por la hegemonía de unos pueblos contra otros. El imperio español se consolidó, España lideraría con creces la idea esbozada por los mercantilistas. El corolario de esto fue el saqueo en gran medida de las minas de oro y cobre. Nacería la leyenda negra, capitaneada por los marxistas de la época como Salvador de la Plaza. A esa leyenda negra se le opondría otra en contrario; así en materia económica se montaría en nuestras universidades a mediada de los años 60 la Teoría de la Dependencia, con toda esa mezcla de marxismo, estructuralismo, nacionalismo y demás ismos; justificativos  del descrecimiento de la región hecho cultura… La caída del Muro de Berlín lanzó por la borda el misterio de la planificación económica centralizada. Las categorías del socialismo marxista cayeron como el muro y viejos y superados esquemas económicos tomarían la batuta: El neoliberalismo y el monetarismo.

Vuelve la América Mestiza a imitar ciegamente. La ideología neoliberal se trasmuta en la moda de los mercados abiertos, cero restricciones portuarias y la gerencia como aglutinador de los procesos empresariales. La era Reagan y Tacher se puso en escena en México y Argentina. El resultado se notó en quiebras espectaculares de la banca, privatizaciones a granel y disminución drástica del gasto social. La década perdida hizo su aparición con una deuda eterna; que aún pesa en las economías latinoamericanas. Regreso a un supuesto nacionalismo; ideología trasnochada, sacada de las gestas Independentistas y de los movimientos de liberación nacional. Sólo hay crecimiento económico en algunos casos; mas no desarrollo económico al Sur de Río Grande hasta la Patagonia; a excepción de un nuevo imperio que se perfila en Brasil. Entre estatismo y liberalismo ortodoxo se mueve el aparato económico.

El poder político sigue con su discurso de tarima. La postmodernidad se irá y el músculo económico de la región flácido se nutrirá de nuevos demagogos al poder, en una especie de fatalismo; cual los viajeros de India que relató Herrera Luque. La alternativa es clara: Ni socialismo seudo-marxista ni estatismo corporativista, menos ideología neoliberal; se plantea el desarrollo de las fuerzas productivas, quemar procesos económicos y avanzar en: La producción y productividad, camino a la competencia y la excelencia en función de la calidad.    

La utopía vive un largo sueño. En la actualidad, una ola en América latina nos vende un supuesto modelo socialista; que no es más que una versión más que Light, un edulcorante que se mueve entre viejas gestas negociadas, caso de Chile; mitos amparados por los años, realidad cubana y rememoranza de supuestas glorias inmaculadas de los mal llamados padres de la patria, en el contexto venezolano. Un ropaje de izquierda, que en el fondo no es más que un populismo; modelo típico en gran medida de sociedades aún ancladas en el subdesarrollo y el más grave: El mental.

Si se levanta el lente en cada uno de esos países, ahora, denominados patrias liberadas, gobiernos progresistas y humanistas bendecidos por la Teología de la Liberación; se notarán unas constantes, que nos pueden servir para desenmascarar lo que en esencia no son más que nuevos mecanismos de control social. Un discurso montado contra el bipartidismo aparece en primera escena; aunque en honor al rigor del análisis, ésta fue la fundamentación de la otra ola anterior: la de los neoliberales. No obstante, usada hasta el cansancio por el izquierdismo hoy ganando terreno en el subscontinente.

Al resquebrajamiento institucional de los gobiernos bipartidistas se le contrapuso la panacea definitiva, especie de elixir maravilloso: La constituyente. Había que arrasar contra el aparato administrativo y jurídico, en si, con la institucionalidad de los opresores, los mandamases de la burguesía y el imperialismo; a decir, de los nuevos líderes en el poder. Adosado a esto se vendió hasta el cansancio el discurso de la lucha contra la corrupción administrativa. En Venezuela se habló, en función de ese principio revolucionario, de freír las cabezas de los adecos y copeyanos, sin que eso impidiera que Sucre Figarella muriera de viejo, cual  Zar de Guayana, y los Doce Apóstoles sigan disfrutando sus haberes desde el Lagunilla Country Club y sus destinos preferidos Miami y Madrid.

Críticas efectistas contra el bipartidismo y la corrupción sirvieron en gran medida para hacerles el traje a los jefes de gobiernos de tendencia izquierdista en América latina. Pero también estas nuevas versiones del populismo en el área necesitaban satanizar instituciones; más allá de los mares, buscar el expediente central, típico del populismo: El enemigo exterior Allí caló, entonces, la virulencia contra el llamado neoliberalismo y, por consiguiente contra todo lo que huela a gobierno norteamericano y en menor medida europeo.

Una especie de mesianismo político irrumpió. En la Tierra de Fuego, los líderes de estos procesos llegan al poder desde organizaciones nuevas y en alianza de amplia base en algunos casos. Por lo general, tienen un origen popular o de clase media desvencijada; unos se acrecentaron con su participación en sus gestas contestatarias de los años sesenta, setenta y ochenta; y después de reflexiones, reconversiones y pasantías por escuelas de negocios, nos hablan de una nueva lógica de las relaciones suramericanas; otros más ortodoxos siguen anclados en los movimientos de los titulados héroes de la patria.

¿Mas que sucede a lo interno de esos países sinceramente? El caso de México es emblemático; allí los zapatistas con su legendario Marcos no ha impedido los brotes de violencia en los Estados de Oaxaca y Michoacán, donde la corrupción política de gente afecta al Partido de Acción Nacional (Pan) y los narcotraficantes imponen su ley; en tanto, el populismo izquierdista de Obrador no reconoce al gobierno panista conservador y declara una presidencia alterna. Una lucha por el poder sin una clara visión revolucionaria, de sustantiva transformación y de urgente calidad de vida, no abre camino para un verdadero México lindo.  En República Dominicana, el economista gobernante mantiene una gestión de dinámica sin cambio. Tratando de nadar en dos aguas, el zambo mira al norte por formación y al sur sólo por el acuerdo petrolero de San José. La nación del legendario Chapita no duerme sin el recuerdo de Balaguer y se mantiene en el columpio de las necesidades con el apoyo de viejos políticos y Amos del Valle venezolanos; como de los campings adquiridos por modistos y faranduleros a lo Oscar de la Renta y Julio Iglesias.

El Salvador es un ejemplo de una izquierda más que derrotada, de una izquierda sin rumbo. Después de haber recibido los embates de los escuadrones de la muerte; representados por el partido Arena, posterior al conservadurismo democratacristiano, también suicida de Duarte, apoyado por los copeyanos venezolanos; resulta que al entrar en el supuesto juego democrático; que no es más que el nuevo bipartidismo, la violencia social sustituye la violencia política y militar. En la misma Centroamérica, Nicaragua, la del legendario Sandino, comienza a ser gobernada por el otrora presidente Daniel Ortega. El hombre de plana trata de disipar el miedo transnacional y la experiencia le dice buscar alianzas múltiples para enfrentar la pobreza ciudadana. El gobernante nada dice de los privilegios de castas, pues, la jerarquía sandinista tuvo tiempo para crear su propia oligarquía y ahora tiene esa chequera loca, que desde Miraflores en Caracas, Venezuela, le extiende sin contraprestación alguna sus cheques en blanco.

Si se sigue bajando, en síntesis, se nota un Chile, Argentina y Brasil, gobernados por una izquierda de nombre, donde predomina lo institucional, lo programático y la visión de negocios para una imperio suramericano que emerge; una economía que exporta capitales originado en los fondos sociales; y otra que necesita un flujo de caja, auxiliada también por la chequera loca de Miraflores; mientras el conflicto social sigue mostrando su cara en favelas, corrupción política y dominio de bandas armadas; que asumen el liderazgo popular, en el peor de los contrasentidos, para fundamentar un proceso verdaderamente revolucionario: El lumpen organizado gerencia la violencia social y algunas de sus necesidades. Más abajo asumen gobiernos de tinte populista izquierdista en dos países de marcada influencia de población aborigen; donde en apariencia el conservadurismo quiere ponerle frenos al cambio. Por cierto, que al igual que el blanco oligarca, los descendientes de Aymaras y Quechuas, desde hace rato formaron su burguesía aindiada.

Este panorama de retroceso para la concreción de la utopía, debe servir para precisar que no hay diferencias sustantivas entre la década pérdida gestada por la ola neoliberal en los años noventa y estos cantos de sirenas del siglo veintiuno, que quiere santificar como padre de la revolución a Fidel Castro, summa cum laude del nepotismo político, y su pichón disloco, el presidente venezolano Hugo Chávez Frías. La América latina está cautiva del populismo izquierdista, nueva modalidad del control social, en medio de las balaceras, muertes de esquina, droga en el barrio y coca en las majestuosas urbanizaciones de la subregión; con la ficción que da un crecimiento económico pero no desarrollo económico; que vive por ahora una población adormecida y cansada, hasta que se conjuguen las condiciones subjetivas y objetivas para irrumpir hacia el sendero tortuoso y nada fácil de la utopía socialista en esta tierra de fuego. Las naciones iberoamericanas es triste decirlo, pero aún arrastran un estado, síntesis del oligárquico y populista. Tímidos intentos de modernización han chocado con intereses varios, que traspasan la mera categoría de clases sociales en el poder, y que se refleja en haber llegado al tiempo postmoderno, con un socio-cultura anclado en concepciones y modos de vida, reñido con el concepto de República y Ciudadanía.

Uno de los requisitos para entrar a la modernidad, sin lugar a dudas, es el desplazamiento de la figura del Gendarme Necesario: El Gran Jefe en sus modalidades de cacique, caudillo o Mesías. Nada de eso, al parecer, se vislumbra en la tierra de fuego; al punto, que muchas veces el Gendarme se asoma con visos de civismo, pero en la práctica resulta ser una versión del pasado. El subscontinente sigue dominado por una elite política; bien con o sin el correaje del partido político. El ejército con sus siempre cambiantes modalidades de represión, todavía, infunde terror al hombre y mujer de a pie. La religión, en esa realidad, es la evasión y no la sincera constricción de los pecados; en tanto, que la burguesía vive una concepción de casta desde su papel comercial, financiero, especulador y rentístico.

Asoman en la región modalidades aparente de progreso humano. Un populismo que se tilda de socialista irrumpe con fuerza y se alimenta del chorro petrolero. El concepto de pueblo o masa hace presencia en el debate político y de ese modo se desfigura el análisis concreto-real. Una sociedad moderna implica el imperio del ciudadano- más allá de la clase social a la que se pertenezca-, una verdadera autonomía de los poderes públicos; una rendición de cuenta de los gobernantes, en que prive la minimización de actos de corrupción administrativa; una sociedad productiva, en la cual la educación para el trabajo se exprese en un crecimiento y desarrollo económico y que tenga como mira la necesaria redistribución del ingreso nacional en función de la productividad de los actores económicos, no es lo que se visualiza. Lejos, aun vive la tierra de Bello, de la emersión de una sociedad proyecto, idealista, oligárquica, conservadora y populista a una sociedad programática, competitiva, centrada en el trabajo y de verdadera integración social.

El objetivo meta de una sociedad moderna contrasta con la realidad de calle, que se vivencia en el subscontinente. La hegemonía de caudillos, ahora, llamados líderes de la revolución; un asistencialismo social no amparado en el trabajo productivo, innovador y creador. El gran jefe proviene bien del área rural o de las grandes universidades, en ambos casos, sigue controlando a través del gasto público las expectativas de las clases sociales sin acceso real o potencial al ingreso nacional. La filosofía del conuco sigue predominando en la América latina. Una dirigencia, seudo elite revolucionaria montada en la cúspide de mando y en el otro extremo una atomización de clases sociales, naufragando en las dadivas, que a bien tenga prodigar el jefe de turno; es el cuadro del poder en la América Mestiza. Sin modernidad y menos postmodernidad, con un activo humano que cada día emigra al norte; esa es la herencia dejada a los herederos de Bolívar y Martí por los supuestos demócratas, militaristas y demagogos, que gobernaron y siguen gestionando el estado latinoamericano. 

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