El poder de los idiotas
La comedia de los idiotas comenzó cuando Carlos Andrés Pérez decidió buscar una segunda oportunidad como presidente de los venezolanos después de haber dejado un reguero en su primera presidencia. Quería enmendar lo que había hecho para no pasar a la historia como el presidente saudita de los venezolanos.
Acción Democrática, que por la muerte de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Juan Pablo Pérez Alfonso y otros personajes de primera línea y el retiro forzoso de Gonzalo Barrios (que murió en mayo de 1993) había quedado en manos de los menos capaces, se opuso a lo que llamó la relección de Pérez, pero no pudo evitarla y asumió una posición absolutamente idiota: fingía apoyar a Pérez pero lo adversaba, al extremo de permitir y hasta alentar la acción de uno de los grupos más perjudiciales que ha conocido Venezuela: los mal llamados “Notables” (Ramón Escovar Salom, José Vicente Rangel, Manuel Quijada, Domingo Maza Zavala, José Muci Abraham, María Teresa Castillo, Ernesto Mayz Vallenilla, José Antonio Cova, Miguel Ángel Burelli Rivas, José Melich Orsini, Luis Vallenilla Meneses, etcétera), clara demostración de que es cierto aquello de que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
Todo el mundo llegó a creer que la cabeza de aquel bolo-bolo de pintones era Arturo Uslar Pietri, sin darse cuenta de que Arturo ya había perdido las facultades y se había convertido en un muñeco de guiñol sin mano. El verdadero jefe era Rafael Caldera, cuya única ambición era igualarse a Pérez en eso de ser elegido presidente dos veces. Todos ellos lograron su propósito de sacar a Pérez del poder (para que así sólo Caldera pasara a la historia –triste historia– como el único que pudo completar dos períodos, etcétera, etcétera, etcétera, bla, bla, bla y compañía, hasta inclusive, pues). Caldera logró su propósito e hizo uno de los peores gobiernos que ha conocido Venezuela, a pesar de contar en su gabinete con tres o cuatro personas excepcionalmente valiosas. Y entonces la comedia de los idiotas se convirtió en tragicomedia, cuando gracias a los errores de los idiotas subió al poder, en 1999 el peor gobernante que ha conocido el país, y uno de los peores del mundo.
Amoral, demagogo, carismático, lleno de resentimientos y de odios, el militar Hugo Chávez se dedicó a destruir a Venezuela, y lo logró. Pero entonces hicieron su entrada apoteósica los únicos que no son idiotas en toda esta tragicomedia: los cubanos, que se aprovecharon de los idiotas y empezaron a robarse el presente y el porvenir de los venezolanos, tal como en menor grado lo han hecho los argentinos, los brasileros, los ecuatorianos, los uruguayos, los nicaragüenses y otros que descubrieron aquello de que todos los días sale un idiota a la calle y el que lo descubra que se lo apropie. Y todo eso con el aplauso de los millones de idiotas que le entregaron el país a los chupasangre cubanos dejándose hipnotizar por la balumba de idioteces de Chávez y los suyos, que se han reído como les ha dado la gana de la inmensa mayoría de los venezolanos.
Y hasta han permitido que un enfermo terminal desde su agonía y su inconsciencia siga burlándose de los venezolanos y acabando con Venezuela, mientras la masa inmensa de idiotas se extasía ante el espectáculo que dan dos grandes idiotas, uno chofer de autobús y otro teniente de idiotas, que se abrazan y casi se dan besitos de boca para seguir engañando a los idiotas y hacer creer que ambos son capaces de sacrificarse por el bien de la revolución y por seguir los lineamientos de un moribundo, cuando lo único que buscan es el poder.
El poder de los idiotas.