El plan B es ganar la Asamblea
A menos de un mes de la fecha fijada para las elecciones parlamentarias, ¿qué podemos esperar los demócratas venezolanos? Con toda seguridad, un recrudecer de las desatinadas y fallidas provocaciones de Chávez que buscaban hacer perder la paciencia a quienes ya inocultablemente son la mayoría, y fabricar pretextos para suspender las elecciones.
No habrá ya, sin embargo, guerra con Colombia y el magnicida volverá a embarcar a la reencarnación de Bolívar; habrá, en cambio, elecciones. Reñidas, reñidísimas, rodeadas de un clima de ventajismo e intimidación sin precedentes. Pero habrá elecciones.
Felizmente, entre la masa opositora ha prevalecido una intuición de las celadas cuyo logro mayor ha sido no perder la calma ante los desafueros y perseverar con serenidad en el camino electoral.
Otro gran logro, acreditable del todo a la conducción política, es haber logrado una concertación de partidos, grupos de acción electoral e individualidades de todos los sectores y de todas las formas de pensamiento en torno a la unidad electoral. Desde luego, muchísimos electores no quedamos del todo satisfechos con las listas, pero ello es, no sólo cosa natural en un debate público y democrático, sino también expresión del espíritu que mueve a la oposición y que no es otro que la recuperación del talante plural característico de una verdadera democracia.
Así, el momento de hacer reparos a la fórmula unitaria ya pasó: ahora se trata de consolidar la voluntad mayoritaria de hacerse presente en la Asamblea Nacional. Llegados aquí, es forzoso responder a quienes piensan todavía que asegurar una mayoría en la Asamblea es una futilidad.
«Chávez y los suyos se argumenta volverán a desconocer los resultados si les son adversos». Ello es posible, quién lo duda.
Ha ocurrido en el pasado, pero ello no ha dejado de tener sus consecuencias en el plano político. Ni Ledezma ni Ocariz ni Capriles, valgan lo que valiere su actuación desde noviembre de 2008, están fuera de juego. Todo lo contrario.
Todo indica, más bien, que el designio de gobernar indefinidamente, por decreto y con la ignominiosa aquiescencia de una asamblea obsecuente viene topando desde hace tiempo con la firme decisión opositora de ponerse en el camino de ganar, no solamente las parlamentarias, sino de plantar ante Chávez, llegado el momento, una candidatura presidencial que exprese el consenso de la mayoría. Visto así, el 26 de septiembre es mucho más que una cita electoral.
Vendría a ser, en verdad, la primera escala hacia una amplia concertación nacional en torno a los problemas que, chavistas y opositores por igual, identifican claramente con el fracaso de Chávez como gobernante: inseguridad, costo de la vida, arbitrariedad y corrupción.
La idea de una amplia concertación nacional no debería ser, a partir de esa fecha, algo descabellado o ilusorio. Por supuesto que los nuevos asambleístas serán objeto de todo tipo de agravio intimidatorio y, conociendo al adversario, debemos prepararnos para presenciar mayores desafueros que los ya vistos. Sin embargo, no se pierda de vista que una de las consecuencias inescapables de la derrota electoral que se avecina será la crisis política que afectará el liderazgo hasta ahora indiscutido de Chávez sobre los suyos.
Hablo de derrota electoral y, créame el lector, que no es recurso retórico: Chávez ha puesto las cosas para todos para él mismo, para los boliburgueses, y ni hablemos de los cubanos en el terreno del «todo o nada». Y siendo así, perder tan sólo un escaño entraña para él un estrepitoso descalabro. Ni más ni menos que el principio del fin del mito de invencibilidad y de consenso en torno a su persona.
Y el hecho es que va a perder muchísimos escaños.
Al día siguiente de las parlamentarias, esa derrota no tendrá más padre que el propio Chávez ,y de entre sus desconcertadas filas, infaltablemente, más temprano que tarde, se alzarán voces de desafío a su jefatura. Así es el mundo, amigo; así es la vida.
Así ha sido siempre tratándose de caudillos megalómanos derrotados.
Se escucha todavía, sin embargo, que Chávez no se avendría a convivir con una asamblea que no esté por completo a su mandar. Bueno, a eso sólo se me ocurre responder que el país no ha estado nunca del todo a su mandar y esta es la razón de que, justamente a estas alturas, una mayoría se apreste a disputarle y ganarle el escenario por excelencia del debate político: la Asamblea Nacional. Será esto último, sin duda, una bienvenida novedad, en especial para los más jóvenes, porque desde hace más de una década no hemos tenido debate; tan sólo vociferaciones y atropellos.
El tema primordial del debate político que va a instaurarse en el país a partir del día 27 de septiembre es el de si el actual estado de cosas hampa, Pudreval, etcétera debe prolongarse más allá de 2012. Y ese debate arrancará con una clara ventaja para quienes muchos chavistas incluidos piensan que no debe ser así. No será poca ganancia para los demócratas.
Quienes insisten en que aspirar a ganar la mayoría en la AN es una futilidad quienes lo hacen de buena fe, quiero decir no advierten que disolver la asamblea, e incluso el gesto vicario de recurrir al llamado «parlamentarismo de calle» es, a estas alturas, sencillamente inviable.
Mas bien, ello sería lo verdaderamente fútil. Para decirlo en castellano: Esteban va a perder y tendrá que afrontar, quiéralo o no, todas las consecuencias políticas de esa derrota.
La argucia de reconfigurar muchos circuitos para obtener más diputados con menos votos es, ciertamente, un obstáculo considerable, pero solamente si se piensa que el objetivo es hacerse de una aplanadora. El objetivo, sin embargo, es muy otro. El objetivo es hacer patente con el número de votos absolutos que, haga lo que haga después, Chávez, sus delirios, sus desafueros, sus desmesuras, su ineptitud, su chocarrería y su desverguenza no cuentan ya con la mayoría.
Para alcanzar ese objetivo el 26 de septiembre sólo hace falta la diferencia que hace un solo voto vigilante.
El suyo, amigo lector.