El pensamiento de Frankestein
No tiene ningún sentido leerse Más allá del capital o cualquier monserga
de Itsvan Meszáros No tiene ningún sentido leerse Más allá del capital o
cualquiera de las monsergas de Itsvan Meszáros, ni siquiera para quienes
hayan cometido la avilantez de estudiar sociología o afines.
Además de su discreto papel en el ranking de los grandes pensadores
marxistas (Cerroni, Horkheimer, Colletti, Marcuse, Sartre, Althusser)
hasta que la caída del muro de Berlín barrió tales supercherías, hoy
parece que su única importancia es que nuestro capataz lo menciona. No es
el caso de sus paisanos Luckács o Agnes Heller, cuyas exploraciones sobre
el arte y la cultura son imprescindibles para cualquier interesado en la
historia del pensamiento.
El ingreso petrolero venezolano ha dado electricidad al cadáver del
comunismo, que camina torpe y ridículamente por el mundo, como
Frankestein, fingiendo una vida que está destinada rápidamente al colapso
cuando se fundan sus precarios y aberrantes circuitos.
Meszáros es uno de los pocos sobrevivientes de esa secta, y como la
realidad demolió sus dogmas, declaran que no existe la realidad.
Ciego
Falsedad, candidez y error. Dramáticamente ciego ante la naturaleza real
de la sociedad abierta que lo rodea en la primera década del siglo XXI, la
analiza con la óptica de los clásicos que estudiaron la Revolución
Industrial. Cognoscitivamente fuera de una realidad que se parece en muy
poco a lo que Marx viviseccionó. La contradicción entre pauperización de
las
mayorías y concentración de la propiedad -decía Marx- conduciría a un
mundo de fábricas automatizadas rodeadas por muchedumbres famélicas, al
que llamó y denigró como «capitalismo». Allí explotaría en la revolución.
Hay que
tener la inteligencia interferida por el fanatismo para desconocer que
siglo y medio después el mundo es lo contrario y que la pobreza sólo crece
en los países influidos aún por el pensamiento colectivista. Poca sal en
la mollera se requiere para decir que la tierra es cuadrada.
¿Neuronas?
Nuestro paleomarxista dice que «la destrucción del ambiente por el
capitalismo» hace necesaria la «nueva sociedad» para «salvar la vida». Hay
que hacer un uso muy prudente de la neuronas (o de la honestidad
intelectual) para no darse cuenta de lo que ocurre en los países
democráticos avanzados, donde la nueva religión es la ecología. Ese
ambiente distópico que pintaba Marx (y el trasnocho de Meszáros) se parece
a Corea del Norte, Cuba o los restos del socialismo africano y no a
Francia, Alemania, Inglaterra, mientras que donde se quebranta la
naturaleza y se destruye el ambiente, es en los cementerios del comunismo
y los demás colectivismos, Rusia, China, la India, África.