El patrón de la lucha contra la corrupción
Que la corrupción administrativa, y todas las formas de disolución ética en la vida pública, no se combaten con palabras ni con discursos sino con acciones y con buenos ejemplos lo demostró el caraqueño Enrique Chaumer, de quien pocos venezolanos saben hoy quien fue. Esta semana se ha cumplido el primer siglo de su sacrifico heroico.
Fue Enrique Chaumer un héroe si su vida la seguimos en el sentido que dio Augusto Mijares(1897-1979) a ese término al escribir: “La humanidad ha dado siempre el título de heroísmo no al combatir vulgar, sino a una íntima condición ética, que es lo que pone al hombre por encima de sus semejantes: héroe es el que resiste cuando los otros ceden; el que cree cuando los otros dudan; el que se rebela contra la rutina y el conformismo; el que se conserva puro cuando los otros se prostituyen”(Lo afirmativo venezolano. Caracas: Ediciones Dimensiones, 1980,p.32-33). En estas palabras está pintado Enrique Chaumer.
La vida límpida de Henrique Chaumer se cuenta en pocas palabras. Esta figura, quien escribió con su testimonio y con su propia vida una de las más hermosas páginas de la historia de la honradez y el decoro público, nació en Caracas en 1854.
Tuvo inclinación por la literatura. Fue autor de algunos poemas insertos en el volumen Ahora y siempre(1938). Interesado por el teatro escribió el diálogo Amor y celos, el cual fue estrenado en 1881 por un grupo infantil dirigido por nuestro actor Teófilo Leal. En este montaje actuó Ignacia Villasana, famosa actriz venezolana de la época. Ignoramos si esta pieza llegó a imprimirse.
En la vida pública Chaumer tuvo diversas actuaciones: fue presidente de la Cámara de Diputados(1897-1898). En 1909 era director de la “Asociación de obreros y artesanos del Distrito Federal” y miembro del Concejo Municipal de Caracas.
Fue en este último cargo que testimonió su actitud sobre la forma como debían manejarse los bienes municipales. En la sesión del 24 de septiembre de 1909, el Concejo analizó el “estado desastroso” de las rentas municipales. En ese momento el “Administrador de Rentas” era Vicente Marturet, quien había sucedido en el cargo a Eleuterio García, pariente del general Juan Vicente Gómez(1857-1935), hacía pocos meses llegado al poder. Eleuterio García había ejercido el cargo en forma inescrupulosa. No llevaba las cuentas como se debía sino que lo hacía de forma arbitraria y sin control alguno. A García lo había sucedido Marturet, quien se dirigió inmediatamente al gobernador para informarle que al tomar posesión no había encontrado dinero ni libros en los cuales se asentara los gastos. Era, por lo tanto, comunicó Marturet al gobernador, imposible formular en que estado se encontraban las cuentas.
Al comprobar estos hechos, el Concejo designó una comisión de la cual formaba parte Chaumer. Al darse a la tarea de esclarecer la situación, los concejales sólo encontraron un libro de contabilidad del cual habían sido arrancadas varias hojas. Al rendir el informe de tan inauditos hechos, Chaumer pidió que se hiciera una investigación alrededor del asunto. Fue así como se demostró que el responsable de la situación había sido el antiguo administrador. Sucedido eso, Chaumer salió del Concejo esa tarde y se dirigió hacia su casa situada en la esquina de Amadores.
Al día siguiente en la mañana, es decir el 25 de septiembre de 1909, Chaumer salió de su casa. En la esquina de Salas se detuvo y cruzó unas palabras con un niño, Andrés Eloy Blanco(1896-1955), quien relataría el hecho y haría su elogio veinte y ocho años mas tarde, en 1937, después de la muerte del dictador Gómez. Al llegar Chaumer a la esquina de Carmelitas fue asesinado por Eleuterio García, el ex director de Rentas a quien Chaumer había pedido se investigara. El límpido Chaumer cayó sin vida al lado de los niños y las niñas que en ese momento se dirigían hacia la escuela.
Al día siguiente, en el entierro de Chaumer, tomó la palabra J.M. Olivo Martínez, quien por este hecho fue detenido por orden del gobierno gomecista. Olivo debió pagar, durante treinta y nueve meses, en el “Castillo” de Puerto Cabello, su elogio de la actitud de Chaumer.