“El Pasajero de Truman”, una elegante narración histórica
De manos de un buen amigo recibí, en Virginia, un bien diseñado volumen escrito por Francisco Suniaga, autor a quien no conocía, llamado “El Pasajero de Truman”. En forma de narración o, si se quiere, de un largo diálogo entre dos ancianos, Román Velandia y Humberto Ordoñez, el libro describe el episodio central en la vida del abogado tachirense Diógenes Escalante, diplomático y político venezolano, quien por tres veces estuvo cerca de ser nombrado presidente de la república, sin lograrlo. La tercera vez fue cuando estuvo más cerca y la que ha despertado mayor perplejidad por parte de los venezolanos. Era Embajador de Venezuela en Washington, un hombre formado en el exterior y alejado del país por casi toda su vida adulta, cuando fue llamado por Isaías Medina Angarita para ocupar la presidencia de Venezuela en su reemplazo. Logró el apoyo un tanto reticente de Rómulo Betancourt, principal líder de la oposición y, por supuesto, el del gobierno de Medina Angarita. Todo parecía estar sellado y refrendado, a pesar de las objeciones de Eleazar López Contreras, quien deseaba regresar al poder. El Dr. Escalante llegó a Caracas rodeado de un gran entusiasmo popular y comenzó a recibir visitantes, casi todos empeñados en obtener sus favores, como siempre ha sido el caso en nuestro país. A los pocos días de haber llegado, algunos manerismos y actitudes poco usuales, confundidos al principio con un natural agotamiento producido por el trajín, comenzaron a tomar cuerpo. Un día que debía desayunar con el Presidente Medina no se presentó a la cita, alegando que “sus camisas habían sido robadas”, aunque estaban allí, donde debían estar y aunque él ya se hallaba elgantemente vestido para la cita. Los examenes médicos hechos al candidato, casi presidente, por petición de Medina Angarita, revelaron una demencia senil. Con la mayor discreción posible el Dr. Escalante retornó a Washington, en un avión enviado por su buen amigo, el Presidente Truman. Viviría Escalante unos 20 años más en USA, con altibajos en su condición mental, hundiéndose lentamente en la silenciosa oscuridad de la locura.
El texto de Suniaga se centra en Escalante y en su atractiva personalidad: educado, elegante, fisicamente atractivo, caballeroso, muy cortés con todos, los poderosos y los humildes. A principios del siglo XX ir a pedir favores al poderoso era tan frecuente como ahora. Aún jóven, Escalante fue a pedirle una posición a Cipriano Castro y obtuvo el consulado venezolano en Liverpool. Sirvió a Castro y, luego, sirvió por largos años a Gómez. Fue gomecista leal, aunque sabía lo que Gómez representaba para el país. Tan leal fué que Gómez pensó seriamente en nombrarlo presidente (“el minúsculo”, ya que Gómez era llamado “el mayúsculo”) ) en reemplazo de Juan Bautista Pérez, pero decidió conservar la presidencia para sí, practicamente a última hora. Muchos venezolanos, incluyendo a los más ilustrados, sirven a un déspota de quien han recibido favores o buen trato. Recuerdo a un amigo, a quien quise mucho hasta que se reveló como chavista, quien me decía que él no podía hablar mál de Jaime Lusinchi “porque le había hecho instalar un teléfono en su finca”. El autor del libro pone en boca de Escalante una contradicción similar: “dejé de ser gomecista en cuanto a lo político…[pero] mantuve mi amistad y lealtad con él. Estaba persuadido de que Gómez era nefasto para el país pero no podía dejar de reconocer que había sido mi benefactor….”
El largo diálogo entre los dos ancianos, Velandia y Ordoñez, es rico en interesantes atisbos acerca del quehacer político, con sus buenas y muchas malas cualidades. En relación con el ejercicio de la presidencia Truman le dice a Escalante: “Es muy dificil ser presidente y seguir siendo el hombre que has sido”, comentando sobre la deshumanización implícita en el puesto. Al comentar sobre el éxito social y político estadounidense y el fracaso venezolano, Escalante dice que los pobladores originales de Estados Unidos eran gente religiosa, buscando libertad. En cambio, agregaba, nosotros, los venezolanos, venimos de una tribu caribe cuyo credo central era “Ana Karina Rote”(solo nosotros somos gente). Luego llegarían los conquistadores, la hez de España y los negros africanos. Escalante remataba diciendo: “Venezuela tiene una falla de origen…”.
En otros pasajes del libro Rómulo Betancourt sale bien parado, al resaltarse su convición democrática y su apego a la alternabilidad en la presidencia, ejemplo que no termina por contagiar a quienes han venido después.
Los venezolanos salen bastante mál. Desde Castro, pasando por Gómez y Pérez Jiménez hasta hoy han sido aduladores, pedigueños,hasta rastreros, en realidad mientras más educados más rastreros. Carlos Escarrá, Francisco Arias Cárdenas y Alfredo Toro Hardy se hubieran movido como peces en el agua en los salones de Cipriano o de Juan Vicente, sin el menor rubor.
Los dos ancianos de ficción, quienes dialogan durante el libro parecen ser, en la realidad, una sola persona, Ramón J. Velasquez [Román Velandia], pués no he encontrado ninguna referencia al Hugo Orozco [Humberto Ordoñez] quien fue, según el libro, el secretario privado de Diógenes Escalante por mucho tiempo. Las conversaciones entre los dos ancianos constituyen la vía utilizada por el escritor para desarrollar las reminiscencias de Velazquez, quien fuera el secretario de Escalante en Caracas por breves días y quien tuviera a su cargo notificarle al Presidente Medina el problemita que se le había presentado al candidato de improviso.
Un libro sabroso, escrito en una prosa limpia, elgante y sencilla, reflejando con acierto el agradable hablar de los venezolanos de antaño, un hablar ya perdido y reemplazado, en una muestra de hororosa involución, por la logorrea escatológica y procaz del líder actual.
Con este volumen Suniaga hace un valioso aporte a la novela política venezolana, descuidada desde hace décadas, practicamente inexistente en un país carente de cronistas.