El partido militar
Siglos enteros de luchas sociales alrededor del mundo, en la noble búsqueda de las anheladas libertades civiles, convergieron en la necesidad de crear un modelo organizativo que permitiera articular y encauzar la voz de las masas, que pudiera llevar a cabo la voluntad del pueblo. Así nace el partido político, que es sin duda alguna la máxima expresión de la vida civil, cuyo potente motor debe ser alimentado por el sano debate y la discusión. Los partidos son el instrumento de la democracia, el vehículo de las ideas.
El gran problema que vivimos desde 1998 (y tiene origen un par de décadas atrás), esta crisis de los partidos, es en parte consecuencia de la carencia de renovación en el campo de las ideas y de los liderazgos. Los postulados ideológicos permanecieron inertes durante momentos de dinamismo social en todo el mundo, quedando desfasados. No fueron los partidos los que nos fallaron, sino los dirigentes. Esos añejos caudillos que cercenaron a todo lo que oliera a renovación. Además, la estructura leninista de los partidos, bastante vertical, contribuyó al apoltronamiento de ese rancio liderazgo, creyéndose amos y señores de la nación, indispensables para el funcionamiento del país. Que diferencia entre esos caudillos de poca monta y verdaderos demócratas como Betancourt, que cumplió su palabra y dejó el poder “ni un día más, ni un día menos” al concluir su período Constitucional.
Lo que vino después, es otra cosa. El PSUV es una organización con una estructura netamente militar, con una cadena de mando autoritaria, rígida y jerarquizada, donde uno ordena y los demás cumplen. Y la evidencia está en como el Presidente, durante sus peroratas dominicales, comunica a sus vasallos sus más recientes disparates que son llevados a la realidad de manera expedita por sus subalternos de la Asamblea Nacional, sin ninguna discusión, sin ningún debate. ¡Ordene comandante!. Eso no es un partido político, es otra cosa. Eso es un partido militar.
El PSUV es muy distinto de los antiguos partidos Venezolanos, que tenían una marcada estructura leninista (ya hoy desfasada, por su escasa catadura democrática) y a pesar de todos sus defectos y la existencia de líderes definidos, estos eran en todo momento un “primus inter pares” y no dictador absoluto. Si las propuestas del jefe eran rechazadas, primaba la decisión de la mayoría.
El ascenso del chavismo al poder significó la muerte, o mejor dicho, el estado comatoso de la democracia partidista, a la que los sectores más reaccionarios se encargaron de enterrar viva, de minar la confianza en el modelo creyendo que un milagro restablecería el orden. Creyeron que los partidos eran la enfermedad y el antipartidismo la cura. Craso error, en ninguna parte del mundo ha existido ni existirá una democracia sin partidos. Y lo que vino en su sustitución fue un engendro social que estos sectores no vieron venir, el partido militar. Estamos a tiempo de renovar el modelo partidista, de demostrar que estos son la mejor herramienta para organizarnos como civiles. Porque como ciudadanos queremos decidir nuestro destino. Bien lo expresa un graffiti que leí hace tiempo ya: No existe tamarindo dulce ni gobierno militar bueno.