El Partido Estatal
Unicamente las circunstancias, prolongadas en lo posible por su
dirigencia de origen civil, convierten al MVR en el principal partido
oficialista, pues, sabido, el mandatario nacional ha insistido en la
recreación del MRB-200, cuando no en sincerar la situación de acuerdo
a su vieja inspiración (y aspiración) cerosoleana. El juego
institucional de fachada, incluyendo las relaciones con los otros
partidos (subsidiarios), permiten una pequeña constelación de
organizaciones que administran importantes, mas no decisivas, cuotas
de poder.
La fusión entre los intereses y dirigentes del partido oficialista con
el Estado, es un proceso que se ha verificado lenta e
irrefutablemente. No sólo por la preservación de los cargos
partidistas, aunque se ejerzan altas responsabilidades de gobierno, ni
por el uso de las instalaciones públicas para el más descarado
proselitismo: ontológicamente, el poder es una suerte de «botín
histórico» que jamás abandonarán, por el riesgo de una inevitable
extinción, ya que el liderazgo deriva de sus vastos e incontrolados
recursos materiales y simbólicos.
Cualquier coincidencia con lo que acaece en la Cuba actual o acaeció
en la Unión Soviética o la Alemania Nazi, es exactamente eso:
coincidencia, porque frecuentemente la realidad es muy parecida a la
ficción, de parafrasear el inicio de la vieja novela «Palinuro de
México» de Fernando del Paso. De modo que de nada extraña ver a un
ministro, gobernador o jefe civil en funciones del régimen, declarando
desde la sede partidista, aunque –como es el caso del señor William
Lara- hagan del cinismo su mejor bandera, quejándose de la
partidización de los problemas del país para evitar que se piense en
la remota posibilidad de un renunciante por la muy evidente
comprobación de sus ineptitudes (¡ni pensar en un intento de moción de
censura en el parlamento!).
No todo fue perfecto en los años inmediatamente anteriores a 1999, mas
recordemos que la condición de partido oficialista no significaba
automáticamente confundir sus cuadros de conducción con los del
Estado. Digamos, por ejemplo, de la liberación de la disciplina
partidista o –para no ir más lejos- de las hoy impensables diferencias
que el comité nacional de COPEI o el CEN de AD podían tener con el
jefe del Estado: instancias que sesionaban ordinaria e
independientemente fuera de Palacio y, a través de sus más importantes
voceros, se reunían con el mandatario en fecha aparte, por no citar
aquella renuncia presidencial de 1993 en el marco de unas condiciones
democráticas mínimas: ritmos distintos para una clara diferenciación
de roles.
Entonces, la aparición del ministro Lara ante la prensa el domingo
próximo pasado, mientras el resto del gobierno disfrutaba del largo
asueto (excepto Hidrocapital, según creemos), es reveladora de un
proceso –no otro que de consolidación- de la fusión del Estado con el
Partido que, reiteremos, sólo circunstancialmente oficia como el
principal en el universo de los seguidores y cooperadores del jefe del
Estado, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, jefe de la Hacienda
Pública Nacional y, entre otros títulos, jefe del Partido mismo. Los
ataques al embajador estadunidense, con la Convención de Viena en
mano, o la preocupación por los «graffitis» políticos mientras sean
ajenos, forman parte del conocido libreto.