El paradigma necesario
La semana santa en nuestro mundo cristiano, es efectivamente la semana mayor de todo el año. Es un tiempo que nos invita a reflexionar, a repensar en lo que se ha hecho, a valorar en su exacta dimensión la compleja existencia humana. Pero es un tiempo tambien de siembra espiritual, de germinación de inquietudes por el bienestar no solo propio sino también de los demás.Es un tiempo que nos llama a no ser indiferentes, es un tiempo que nos invita a actuar en una orientación positiva, que nace de la comunicación fraterna entre los seres humanos.
Este oasis que tenemos en el calendario para la meditación, nos lleva a pensar en una extensión de esta actividad, la cual concebimos usualmente con características individuales o personales. Abriendo las posibilidades conceptuales del término, encontramos que la semana santa nos invita a una meditación social, donde nadie se autoexcluya de la sana reflexión en torno a los temas que plenan nuestra cotidianidad.
Uno de los temas que en profundidad debemos tratar es el tema de la violencia y de la agresión física y verbal. Hoy en día, el comportamiento agresivo, una anormalidad en la conducta humana que revela la necesidad de tratamiento psicológico, se ha extendido a la mayoría de la población. A tal punto que el mundo político, el llamado a liderar a la sociedad en la solución de los problemas comunes, obsesionado en su interés supremo de mantener o de lograr el poder, está obviando el principal problema que confronta el colectivo: una disminución visible de su calidad de vida, no solo en términos materiales, sino tambien espirituales e intelectuales. Así vemos como el individuo tras el volante exhibe las características agresivas de un ser ausente de educación, de cultura, de aprecio familiar, en cuyo ejercicio ha debido aprender que el respeto hacia los demás es la primera fase del respeto hacia si mismo. Agrede a los demás conductores, les grita e insulta sin detenerse en calificativos denigrantes e improperios, exhibiendo una precaria formación ciudadana, que termina en la ausencia absoluta de las normas elementales de convivencia. Nadie concede el paso, los vehículos que transitan por la vía secundaria invaden intempestivamente la principal, haciéndose del paso a la fuerza, mostrando una conducta propia de un reptil y no de un ser humano con corteza cerebral. El colmo llega en el irrespeto extendido al semáforo. Cada vez más aumenta el número de conductores que insultan al que les antecede por no “comerse” el semáforo. Generalmente, los insultos son precedidos por un alarmante corneteo, lo cual nos revela que el individuo se encuentra fuera de su equilibrio emocional. Estas agresiones llegan a ser tan letales, que en oportunidades terminan en enfrentamientos fatales entre sus protagonistas, bajo la mirada complaciente de un público circense que se complace en el denigrante espectáculo de ver reducida la condición humana a su ausencia casi absoluta. ¿Por qué somos tan agresivos? ¿A que se debe este incremento inusitado de agresiones y falta de cortesía? Pero si creemos que el problema se reduce a la conducción de los vehículos en la vía pública, nos equivocamos. Es usual hoy en día que la gente no diga buenos días, buenas tardes al ingresar a un ascensor. Ocurre con frecuencia que los que se encuentran dentro del ascensor usualmente tampoco responden el saludo.
¿En que momento perdimos nuestra habitual cordialidad? En el momento en que en la familia y en la escuela, dejamos de enseñar urbanidad. En el momento en que en la familia y en la escuela, se dejó de exigirla y de inculcarla como un valor personal.
Si la cortesía ha sido la lección cuyo saludo hemos omitido ¿Qué podremos decir del perdón y de la compasión? No solo los hemos borrado del mapa de las discusiones en educación básica y media, sino que tambien los hemos borrado de las Universidades, de los programas comunitarios, de los programas de extensión. Fuera del ámbito exclusivo de las religiones, las grandes virtudes humanas no son motivos de promoción ni por nuestras instituciones de formación, ni por nuestros medios de información tanto del sector público como del sector privado ¿Desde hace cuanto no vemos una campaña cívica en la televisión, en la radio, en el cine, en la prensa? Pero nos quejamos de la violencia, de la agresión, de las groserías. De la falta de educación en todos los sentidos. En Venezuela, es más grave el analfabetismo familiar que el escolar. Tenemos una gran cantidad de familias infuncionales, donde el nivel de la comunicación es muy bajo, donde la calidad de tiempo compartido es muy pequeña, insuficiente para formar a partir de ellas auténticos valores.
¿Por qué hemos dejado solas a las madres adolescentes, solos a los niños de la calle, solas a las madres solteras, a los padres sin trabajo, a los niños sin tutores, a los ancianos sin compañía y empleo remunerado, a los jóvenes sin deporte, sin educación y actividades constructivas?. A todas las edades las hemos dejado solas, al no promover actividades conjuntas, al reforzar la creencia de que forman grupos independientes los unos de los otros, que están mejor estando aislados. Pudiéramos pensar que quizás la solución de dos problemas humanos artificialmente separados, sea justamente su encuentro. Por ejemplo, si proyectáramos la vida económica de la tercera edad manteniendo la condición del trabajo al ciudadano pero con una transformación al servicio social y orientáramos esa experiencia, esa sabiduría, esas emociones maduradas por las vivencias obtenidas hacia la atención de quienes no tienen padres, ni maestros, ni orientadores, como es el caso de la infancia y la juventud abandonadas, si reabriéramos las viejas escuelas de artes y oficios para rescatar el saber y la tecnología populares ¿ No tendríamos una sociedad y una población mas felices, mas plenas, superando los problemas y permitiendo la auténtica evolución y desarrollo culturales? ¿No serán la delincuencia y la inseguridad en todos los órdenes un problema social que se origina en la falta de afecto, de cariño, de comunicación y cooperación sincera de los seres humanos? ¿Acaso no estará en nosotros en primer lugar la solución que tanto pedimos al Estado? ¿Cuándo entenderemos que el Estado refleja solo una parte de lo que somos, una parte de lo que pensamos, una parte de lo que queremos, pero que no puede sustituirnos por muy eficiente que sea? Hasta que no sembremos en nosotros el paradigma necesario de la utilidad, del servicio, de los valores activos, de la cortesía, de la urbanidad, de la cooperación y la solidaridad, del perdón y de la compasión, no tendremos el Mundo y la Sociedad que tanto exigimos merecer a los demás pero que tanto cuesta comenzar a construir en nosotros mismos.