El paquetico bolivariano
Si el teniente coronel hubiese manejado los inmensos ingresos petroleros que ha recibido desde 1999 con criterios eficientes y probos, a pesar de la profundidad de la crisis económica mundial, el Gobierno no se hubiese visto afectado, ni hubiese tenido que aplicar un programa de ajuste como el que comenzó a instrumentar desde el sábado 21 de marzo. Algunos países de la OPEP, por supuesto con mandatarios más sensatos que ese que se aloja en Miraflores, no han tenido a recurrir a medidas de ese tipo. Tales son los casos de Qatar, Kuwait y los Emiratos Árabes. Sin embargo, el comandante no logra la sinapsis entre la lengua y la acción. La incapacidad genética del comunismo para resolver los problemas reales de la gente se ha puesto de manifiesto de nuevo: el comunismo del siglo XXI ha dilapidado la gigantesca fortuna de la que ha disfrutado, y ahora se ve obligado a recurrir a un ajuste fiscal que está comenzando por aumentar los impuestos y reducir el gasto público, dos medidas de claro corte neoliberal.
Cuando Chávez, movido por la fuerza de las circunstancias, se vio obligado a admitir que la crisis internacional sí afectaría a Venezuela, mucha gente pensó que el Gobierno anunciaría un conjunto de medidas que pondrían de manifiesto la preocupación del jefe de Estado por los sectores populares. Cayeron por inocentes. El primer mandatario optó por sacrificar a “su” pueblo para favorecer su proyecto de expansión hegemónica con vocación continental. Prefirió mantener el anacrónico esquema del estatismo comunista y seguir beneficiando la dictadura de los hermanos Castro, el régimen decadente de Daniel Ortega, el oportunismo de Rafael Correa y el servilismo de Evo Morales, a costa de autorizar un aumento escuálido, meter la mano en los bolsillos de los venezolanos, disminuir el ingreso real y seguir alimentando la pira de la inflación.
Con el barril a $ 40 -cifra que probablemente se mantenga como promedio a lo largo de 2009- el Gobierno no tendría por qué estar asustado, ni sentirse nervioso. 40 dólares representa un incremento de 300% con respecto al precio que el crudo tenía en febrero de 1999 cuando asumió la Presidencia. En aquel momento el precio era de $10. Durante estos mismos diez años el crecimiento de los habitantes sólo ha sido de 22%. La población pasó, en cifras redondas, de 22 millones a 27 millones de personas. Esa abismal diferencia entre el crecimiento de la población y el precio del crudo hubiese sido suficiente para amortiguar cualquier desplome o retroceso en la cotización del petróleo. Ahora bien, cuando se pretende colgar de los hombros de los venezolanos el destino de la revolución comunista continental, no hay ingresos altos que valgan. Para colmo de males, Chávez estaba convencido de que los hidrocarburos alcanzaría los $200 por barril en los próximos años. Semejante desvarío lo condujo a secar el Fondo de Inversión para la Estabilización Macroeconómica (FIEM), a chuparse el FONDEN y a dejar en la inopia al BCV. La voracidad del gasto público ha sido una constante a lo largo de la década reciente. Por alto que se sitúe el barril, no hay forma de aplacar esa avidez.
Si el 21 de marzo Chávez hubiese escogido la alternativa de beneficiar a los sectores populares habría tenido que anunciar un conjunto muy distinto de medidas. Habría dicho que se suspende de inmediato la compra de armas, cuyo presupuesto alcanza la bicoca de 30 mil millones de dólares para los próximos años; que se paraliza la estatización de empresas en manos del sector privado con el fin de que la Nación se ahorre una buena cantidad de recursos; que los puertos, aeropuertos y autopistas permanecerán bajo la conservación, administración y aprovechamiento de las gobernaciones (tal cual lo establece el artículo 164 de la Constitución), con el propósito de aliviar los gastos del Gobierno central y favorecer a los estados. Habría anunciado medidas en favor de la modernidad y la democracia.
No obstante, ninguna de estas sanas disposiciones se adoptaron. El comandante Chávez Frías no hizo ningún acto de enmienda, ningún sacrificio. Su modelo estatista, autocrático, militarista y derrochador, se mantiene intacto. Quienes salen seriamente lesionados son los trabajadores y la clase media, que ahora tendrán que pagar 33% más de IVA y conformarse con un raquítico incremento salarial; los gobiernos regionales y locales, que tendrán menos por Situado Constitucional y por la Ley de Asignaciones Económicas Especiales; el sector privado de la economía, que tendrá aún más restricciones para ponerse en los dólares de CADIVI; y, en general el país, que seguirá financiando ajuro los devaneos comunistas del teniente coronel, que quiere exportar a toda costa su modelo.
El paquete bolivariano, combinado con las amenazas a los sindicalistas, a los trabajadores, a los dirigentes sociales y, especialmente, a los líderes políticos de oposición, representados en Manuel Rosales, indican que Chávez apretó el comando que dice “radicalización”. La alternativa frente a ese ataque es la resistencia democrática organizada. Hay que prepararse.