El Papa maximísimo
Escribir sobre Juan Pablo II y no dejar el corazón en cada letra, es difícil. Ordenar ideas cuando sentimientos de admiración y afecto profundo nos invaden, nos lleva a ser personalmente subjetivos. Pero los últimos días, las demostraciones de cariño profesado por gente de países enteros, católicos o no, a la persona del Papa, permiten que el alma se nos vaya en cada frase y desechan la probabilidad de ser empalagosos. No ahorramos agradecimiento por el regalo que recibimos durante veintiséis años de pontificado de un Papa que fue, como dicen los jovencitos de hoy ‘lo máximo’.
De mis hijos escuché que era un Papa ‘demasiado bello’. Y esa expresión la he oído en muchas ocasiones de jóvenes con distintos orígenes. Así hacen referencia a alguien que es excepcional, único, fuera de serie. Alguien que es ‘lo máximo’. Y el Papa fue, ciertamente, maximísimo.
Juan Pablo II fue sin duda alguna, el Papa de los jóvenes. No en vano les dedicó numerosas alocuciones exhortándoles siempre a vivir con rectitud y amor a Dios. Lo consideraron su amigo. Fue el Papa Amigo.
Un ser solidario y bondadoso. Al extremo de visitar en la cárcel al hombre que atentó contra su vida.
El Papa viajero. El Papa Peregrino de la Esperanza, brindó aliento en tiempos en que falsos valores amenazan con cambiar el rumbo de la verdad. En su peregrinaje nos visitó para abrazarnos en la persona de un niño cuya canción no ha dejado de emocionarnos un minuto a partir del día en que el Santo Padre la escuchó.
El Papa polaco, que dondequiera que fue llevó siempre consigo a su Polonia del alma, fue un Papa universal. Luchó por unir en el respeto y la tolerancia a seres de distintas religiones del mundo. Abrazó al Dalai Lama, visitó por vez primera en la historia una sinagoga en la ciudad de Roma y se acercó a líderes musulmanes. Con razón en muchos lugares que visitaba era recibido con voces que a su paso gritaban: ¡Juan Pablo II, te quiere todo el mundo!
Se opuso repetidamente a las guerras. Sus entrevistas con personajes de las más diversas tendencias políticas hicieron que le llamaran el Papa de la paz.
Una fuerza sin duda sobrenatural, producto de su entrega al Señor, le impulsaron a afrontar posiciones sobre temas que le colocaron en contra de la opinión de miles de personas. Condenó la eutanasia, el aborto, la contracepción por medios artificiales, la muerte en todas sus formas. Fue pues, el Papa de la vida.
El Papa estadista exhortó a los gobernantes del mundo a la lucha contra la exclusión y la pobreza. Invitó a los países más prósperos a impulsar el desarrollo de los más desfavorecidos respetando y cimentando valores fundamentales como la familia, la libertad y la justicia social.
El Papa humilde y espontáneo que rompía el protocolo para acercarse a
la gente.
El Papa tierno. Así lo sentimos cuando salió al balcón de la Nunciatura Apostólica en Caracas para escuchar las canciones que le ofrendábamos un grupo de jovencitos una noche de su visita a Venezuela, y nos dio la bendición y las buenas noches como haría un padre con sus hijos pequeños.
Si existe algún otro nombre que podríamos dar a Juan Pablo II, es el de Papa del Amor. Durante toda su vida regaló amor, amor y más amor. Amó intensamente a toda la humanidad. Y lo demostró con creces. Nos amó sin medida. Con todo su corazón, con toda su entrega, con todo su Amor. Con ese amor de mirada dulce y esperanza tierna.
Con el Amor infinito de Dios.
Juan Pablo II fue un Papa entrañable e inolvidable.
Como dicen los jóvenes que tanto amó, ‘demasiado bello’, ‘lo máximo’.
Un Papa maximísimo.