Opinión Nacional

El Pandemonium

«Alertamos al país porque el Presidente se las juega todas y es capaz de cualquier cosa.«

Eduardo Manuitt, gobernador del estado Guárico

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Nos acercamos al momento de las definiciones cruciales. A Chávez se le agotan todos sus recursos. Y su margen de maniobra se estrecha hasta límites insoportables. De allí su intolerable desesperación, que bordea la psicosis. La crisis económica y la brutal caída de los precios del petróleo – ya ronda los $ 50, cuando necesita un piso de $ 80 para mantener su desquiciada maquinaria en movimiento – le impiden reeditar el expediente que le aconsejara Fidel Castro para enfrentar el Referéndum Revocatorio: postergarlo tanto como le fuera posible, montar misiones, manipular el Registro Electoral Permanente y comprar conciencias. Usando de paso el tiempo arrancado gratuitamente a una inerme e inexperta oposición – un año, con sus meses y días – en ahondar sus contradicciones internas y debilitar sus sectores más radicalizados. Todo lo cual, sumado al control del CNE y al manejo arbitrario de sus maquinitas electorales le permitieron salir airoso de esa gran prueba. Y dejar a la oposición en el peor momento de su no muy gloriosa trayectoria política.

La situación se ha invertido dramáticamente a favor de esa misma oposición, hoy unida, experimentada, fogueada y fortalecida. Que haciendo gala de un instrumento de combate tremendamente eficaz y poderoso: la espera, ha terminado dominando el terreno. Recurriendo a todos los medios que la constitución y las leyes le permiten. El escenario en el que se combate es el suyo: la democracia. Y mientras el régimen sufre el desgaste de diez años de desastres, ella se ha ido rejuveneciendo y adecuando a las difíciles circunstancias. Profundamente asentada en la sociedad civil, de raigambre democrática ella misma y contrafuerte inexpugnable para los intentos totalitarios del régimen. Una oposición que florece en universidades y colegios profesionales, en academias y medios de comunicación y encuentra su máxima expresión en el movimiento estudiantil. Restableciendo su conexión con un pueblo llano que se abre a las nuevas propuestas, cansado de promesas y desengaños.

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Esta asimetría queda de manifiesto en las preferencias electorales. De librarse la próxima contienda en condiciones normales, justas y transparentes, respetando las normas estatuidas universalmente, la oposición conquistaría la inmensa mayoría de gobernaciones y alcaldías. Y controlaría los gobiernos de los estados y ciudades más importantes, desarrolladas y pobladas del país. El oficialismo, por su parte, podría obtener cinco o seis gobernaciones en las que mantiene un férreo liderazgo. Y la disidencia de PODEMOS, el PPT y el PCV obtener otras cuatro gobernaciones. Con lo cual el país mostraría su naturaleza plural y multicolor. Y transitaría sin mayores quebrantos y desajustes hacia la normalidad de un estado democrático y de derecho. Un desiderátum.

Esa es la situación objetiva. Ante la cual el presidente de la república no tiene más que dos opciones: resguardar y mantener el poder que detenta sobre un importante sector del país, plegarse al nuevo escenario político y gobernar hasta el fin de su mandato buscando el consenso y el equilibrio. Para enfrentar mancomunadamente la grave crisis que vivimos y de la que es principal responsable. Lo cual supone reconocer el fin de su proyecto totalitario y la imposibilidad histórica de imponer su reelección vitalicia, así como prepararse para un futuro de convivencia democrática. Reclamo que hoy le plantea la oposición en su conjunto, desde partidos y sindicatos, hasta ONG’s y movimientos de grandes proyecciones como el M2D y su Parlamento. O insistir porfiadamente en sus trece, desconocer la realidad y pretender violar todas sus determinaciones a mandarriazos. Lo cual implica imponer un gobierno de excepción y lanzar al país por la aventura dictatorial y el riesgo de una guerra civil.

¿Cuál será el camino que escoja? De esa decisión depende nuestro futuro. Pues de preferir el enfrentamiento brutal y directo zanjaría una divisoria irreparable entre las fuerzas democráticas, hoy mayoritarias, y su proyecto hegemónico, de imposible realización objetiva. La razón de los hombres sensatos, que tanto reclamara el Libertador en presencia del pandemónium que devorara a las repúblicas recién independizadas, debía ser la consejera presidencial. ¿Será capaz de atender a sus requerimientos?

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A juzgar por las persecuciones en curso, las difamaciones al liderazgo opositor, la creciente agresividad y la amenaza contra los candidatos con mayores opciones a triunfar en la contienda del 23N, que no son precisamente los suyos, incluso rompiendo todo lazo afectivo con sus aliados más leales – el PCV y el PPT – el presidente de la república todavía cree posible y provechoso jugar la carta de la polarización y la radicalización de las posiciones. Echando por la borda todo respeto a las reglas del juego se entromete en todas las regiones, desplaza de un manotazo a sus propios candidatos, desenmascarados así como simples marionetas de sus ambiciones personales. Y parece dispuesto a perseguir, encarcelar e ir todavía más lejos con tal de impedir el triunfo de la oposición, que hoy por hoy parece cantado en Carabobo, en el Zulia, en Miranda, en la Gran Caracas, en Nueva Esparta incluso en Aragua, en Sucre, en Mérida, en Táchira y Bolívar, de resolverse las diferencias que enfrentan a los dos candidatos opositores. Y eso por mencionar lo menos.

Desde diversos círculos de gobierno se filtra la información confidencial de que el presidente de la república no está dispuesto a encajar una derrota prácticamente definitiva de su proyecto estratégico. Y de que impediría por cualquier medio el triunfo opositor en el Zulia, en Miranda, en Carabobo y la Gran Caracas. Es una hipótesis nada descabellada, que ya se manifiesta en el sistemático enrarecimiento del clima político, las infundadas y rocambolescas denuncias de golpes de estado y magnicidios, la persecución a algunos dueños de medios, y ahora, fracasados todos esos expedientes, la amenaza de proceder judicialmente contra un candidato a alcalde, como Manuel Rosales acusándolo de supuestos hechos de corrupción. El colmo del absurdo: el ladrón detrás del juez.

¿Qué pretende Hugo Chávez y qué estrategia de su sala situacional – en manos de especialistas del G-2 y otros expertos en desestabilización continental – es la que se perfila hacia el 23N? ¿Está dispuesto Hugo Chávez a jugarse el todo por el todo y ser capaz de utilizar todos sus medios, sin escrupulosidad alguna, para impedir su desbarrancamiento? ¿Enturbiando, entorpeciendo y hasta impidiendo el proceso electoral para evitar que se consuma la inevitable catástrofe que se le avecina?

La opinión generalizada es que Chávez se prepara a desatar el pandemónium. Brincando desde un fraude descomunal a la imposición de una reforma constitucional que le permita reelegirse cuantas veces quiera. Ese y no otro sería su proyecto. Los ataques desaforados a Rosales, a la hija del gobernador Manuitt, a la disidencia del PPT y del PCV y simultáneamente el deseo de engullirse a Miguel Otero Silva, a Alberto Federico Ravel y a Marcel Granier irían en esa dirección: darle un soberano palo a la lámpara y patear la mesa del juego político, frágilmente mantenido al precio de una sistemática pérdida de legitimidad a nivel nacional e internacional. Son demasiados los indicios como para no prestarles atención. ¿Estamos ingresando a una zona de graves acechanzas? ¿Nos adentramos en un pandemónium?

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Ni una sola de las iniciativas asumidas por el presidente de la república forma parte de un proyecto de alternancia democrática. Todas ellas – desde las suculentas compras de armamento a Rusia hasta el montaje de un satélite «bolivariano»– se insertan en una concepción hegemónica totalitaria y de muy largo aliento. Son parte de un juego de estrategia global, que requiere de un régimen vitalicio como base de sustentación. Chávez procede como si fuera a gobernar por los siglos de los siglos. ¿Delirio, esquizofrenia o autismo? Inescrupulosidad, ambición y desfachatez.

Hace bien la oposición en no comprarle ese discurso prepotente y autocrático, dictatorial y atrabiliario. Es imperativo esquivar todas sus trampas y provocaciones. Dejarlo hundirse en su desesperación y asistir al derrumbe manifiesto de su proyecto. Llamando y movilizando a la participación masiva del pueblo democrático en el proceso electoral así como a la defensa irrestricta del voto. Lo cual no implica cerrar los ojos ante los graves peligros que se ciernen sobre el proceso electoral mismo. Mientras mayor sea nuestra participación y más activos los mecanismos de autodefensa y control, menor y más lejana es la posibilidad de la consumación de un fraude como el que tendría que ser necesario para burlar la soberana voluntad popular.

Chávez se juega el todo por el todo, ante lo cual se hace manifiesto que no tendrá empacho en los peores recursos para impedir su derrumbe. De la fortaleza unitaria de la oposición, de la lucidez de nuestros liderazgos, de la tenacidad en la prosecución de nuestro máximo objetivo – la reconquista de nuestra democracia – y sobre todo de la templanza y la cordura de nuestro proceder depende que el país no se nos desbarranque. En aras de este magnífico objetivo es deseable que termine por consolidarse la unidad y que en todos los estados, sin excepción ninguna, se vaya al proceso electoral con un solo candidato opositor. El caso de Bolívar es paradigmático: es esencial superar la actual división y lograr el consenso en torno a uno de los candidatos en lisa. No es Bolívar nuestro objetivo. Ni es el Zulia: es Venezuela.

Unidad, unidad y más unidad. Y una masiva participación electoral que exprese el inmenso poderío que radica en nuestra tradición democrática. El futuro espera por nosotros.

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