Opinión Nacional

El país que se asoma

En los últimos años hemos cambiado mucho. Abruptamente, pero creo que para nuestro bien aunque cueste reconocerlo y más aún darle crédito a sus autores. No sé si la afirmación es válida para el conjunto de la sociedad, sus instituciones y otras aldeas colectivas, pero estimo que sí para cada quien. Así debía al menos serlo y si de hecho no ha sido de tal forma, estamos a tiempo de subir al ascensor de la conciencia.

Porque de ello se trata. Pese a ser sin nuestro consentimiento, acorralado por las circunstancias, el país vomitó. Era un hueso atorado en la garganta que fue necesario expulsar para seguir respirando. Que los métodos hayan sido perversos, es verdad, mas era urgente salir de esa astilla en la traquea y en tales circunstancias, el cuerpo social no encontró otra vía que la que conocemos. La de un ensayo político que no es ruptura ni revolución sino etapa específica de la terapia intensiva en la que nos encontramos. Segmento de la crisis política y social de la Venezuela del Siglo XXI. Fase agónica de la democracia que se instauró en 1958 y sucumbe en los errores y óxido del tiempo.

¿Hacia dónde nos dirigimos? Aquí y ahora no hay más que epílogo del ayer y esfuerzo compulsivo por disfrazar de protagónico un futuro que es no es sino prólogo del pasado. Ojalá el gobierno tuviera perspectiva de su papel histórico. Ojalá que lo que llaman oposición también. Pero esto debe transcurrir así y no por determinismos o visión pesimista, sino porque las circunstancias no dan para más. El drama es el que estamos viviendo como tragedia. ¿Por cuánto tiempo? Quien sabe.

Mientras debemos enseñar el país que aspiramos construir. Si ha servido de algo la lección es para no repetir lo que vemos y es reflejo implacable de nosotros mismos. Oportunidad única para flexionar y discutir el porvenir. Providencia terrenal de hacerlo desde todos los ángulos ya que el gobierno impone una agenda y la oposición no tiene programa conocido. Paralelamente la sociedad construye lo suyo. No me pregunten dónde, cómo o cuándo. En todas partes, de inimaginables maneras posibles, a cada instante. Los partidos políticos del pasado, que el chavismo imita irremediablemente, no tienen capacidad de convocatoria. Perdieron tenerla. Fueron el espinazo que el país rechazó y continúa repudiando, con la particularidad de que ahora incluye al chavismo. Pregunten si no a las encuestas. El presente es periódico de ayer.

Uno de los imperativos que tenemos es el de romper el cerco que también ha impuesto el lenguaje. La democracia tiene un diccionario, la dictadura su cartilla. Chávez se expresa en narrativo, en tanto la vida política del futuro en Venezuela balbucea. Siente pero no sabe decir. No tiene medios para explicarse. Se equivoca, tartamudea, murmura, repite, conspira, calla o llora por impotencia. Hay gestos pero no hay todavía voz. Se sabe pero no cómo decirlo. Es más que una intuición aunque no se ha convertido en idioma. Pero para allá vamos, salgamos de la duda. Despertemos en el esfuerzo por crear ese lenguaje que es anterior a la realidad. Que la provoca, apura, inventa. Hagámoslo en el ejercicio cotidiano donde aprendemos las palabras con las cuales vamos a nombrar el país que llevamos por dentro y ya se asoma.

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