El otro protagonista
La realización del referendo revocatorio depende en gran medida de la actuación del Consejo Nacional Electoral, el Tribunal Supremo de Justicia y las Fuerzas Armadas.
El CNE tendrá que decidir si existe el número suficiente de firmas válidas para convocar la consulta electoral, alrededor de dos millones cuatrocientas mil. Se entregaron en perfecto orden tres millones cuatrocientas mil. Estadísticamente resulta casi imposible que un millón de tontos incurran simultáneamente en la misma falta: equivocarse al escribir su propio nombre, cédula de identidad y fecha de nacimiento. Si la pregunta hubiese sido sobre la Teoría de la Relatividad de Einstein, cabría entender y explicar tamaño error. Pero tratándose de datos tan simples, no podría ofenderse la inteligencia de los venezolanos descalificando el esfuerzo realizado en esa memorable jornada. Así es que con altísima probabilidad los rectores del CNE admitirán las firmas y dirán que hay lugar para el revocatorio del Presidente. Seguramente Chávez dirá, y sus seguidores repetirán como loros, que el CNE cedió a las presiones de los “golpistas” y, en consecuencia, acudirá al TSJ durante el período de impugnaciones. Esta instancia tendrá que resolver si la decisión del Consejo se ajusta a derecho. La Sala Constitucional, a pesar de los bandazos que ha dado, avalará la medida del órgano electoral. La validez de las firmas no será objetada por el Máximo Tribunal, en vista de lo cual Chávez tendrá que acatar el dictamen de los dos poderes involucrados en la decisión: el Electoral y el Judicial. Si pretendiese desacatar el mandato tendría que contar con el apoyo irrestricto de las Fuerzas Armadas. Esa posibilidad luce remota. El control del jefe supremo de la Fuerza Armada Nacional sobre el componente militar no parece tan marcado como él cacarea. De serlo, habría acabado con la Mesa de Negociación y Acuerdos y habría evitado El Reafirmazo. Así es que el referendo se hará en la fecha establecida por el CNE.
Una vez realizado el referendo, existe la posibilidad de que Chávez se juegue la carta de desconocer los resultados, con seguridad adversos, de esa consulta electoral. Las posibilidades de que los militares lo acompañen en semejante aventura, igualmente lucen lejanas. No se ve la razón por la cual, si se han mantenido con una neutralidad institucional durante las fases previas, podrían darle la espalda al pueblo una vez éste se pronuncia en las urnas electorales. Entonces, si Chávez pierde el referendo tendrá que ir a buscar consuelo con la morrocoya.
Hasta aquí todo luce perfecto. Cada institución cumpliría su responsabilidad en el proceso de materialización de la salida pacífica, democrática, constitucional y electoral que la inmensa mayoría del país exige ante la grave crisis nacional. Ocurre, sólo, que esta novela tiene como uno de sus protagonistas a un antiguo golpista, autócrata de vocación, y, para más señas, empeñado en proyectarse como aliado y sucesor de Fidel Castro en ese sueño imposible y quimérico de construir una fuerza antioligárquica, antinorteamericana y subversiva en América Latina. No es fácil que ese zángano vuele lejos de las mieles del poder. Hace falta la presencia de la gente. La Mesa de Negociación y los acuerdos a los que allí se llegaron, el principal de ellos, la realización del revocatorio, son hijos legítimos de las gigantescas marchas que se hicieron en Caracas y las principales ciudades del interior. Esos ríos de gente señalaron la ruta para salir de ese hijo de Barinas. Sin esa presencia entusiasta y masiva del pueblo (y, desde luego, sin el apoyo de los medios de comunicación y de las policías estadales y municipales, entre otros factores), Chávez estaría más atornillado que nunca en el poder. Su proyecto hegemónico y caudillesco se habría entronizado. Hasta veríamos el año 2021 más bien con cierto alivio.
El revocatorio no puede confinarse a los límites del CNE, el TSJ y las FAN, pues no es un proceso exclusivamente jurídico burocrático. En la Venezuela posterior a 1999 las instituciones suelen reaccionar ante la movilización popular, y acomodarse a los moldes que ésta les traza. Esto no fue así en el pasado un poco más distante. Carlos Andrés Pérez salió de Miraflores en medio de un proceso casi exclusivamente político jurídico. Su falta de legitimidad y de representatividad popular la reflejaban las encuestas y el poco entusiasmo que despertaba entre los militantes de su propio partido, AD. Sin embargo, las enormes marchas y paros, además de la caída en los sondeos de opinión, que se han visto a lo largo de estos años de oposición al régimen de Chávez, nunca ocurrieron en el mandato de Pérez. Lo que determinó su salida de la presidencia fue la conjura que fraguaron sus enemigos políticos y personales. El pueblo vio con simpatías su remoción, pero no participó activamente en el aquelarre.
Chávez se parece en mucho a Pérez, pero no en el respeto a la democracia y a las instituciones. Su salida a través del revocatorio será factible si el CNE, el TSJ y las FAN perciben con claridad que el costo político y humano será muy alto, en el caso de que decidan torcer la voluntad popular, expresada con tanta contundencia en El Reafirmazo. Convocar concentraciones y marchas, organizar caravanas, foros, reuniones públicas, asambleas de ciudadanos, son maneras de permitirle a la gente que se exprese después de haber estampado su firma. La gente quiere seguir en la pelea.