El odio como materia
Hace dos o tres años estaba almorzando con unos familiares en el Café del Museo y salí a la terraza para fumar un cigarrillo. Mis ojos fueron atraídos por un par de zapatos deportivos en unos pies masculinos: nunca había visto unos así, debían costar una fortuna. Levanté la mirada para ver al dueño de los zapatos y me encontré con un tipo de contextura atlética sentado ante una mesa del lugar y de espaldas a mí, que tapaba la mitad de su rostro con una mano mientras hablaba con su acompañante. Tuve la certeza de que el susodicho no quería que lo viera: nunca se quitó la mano de la cara hasta que apagué el cigarrillo y regresé al restaurante; fue entonces cuando dejó de ocultar su cara y pude verlo sin problemas a través del ventanal: era Eliézer Otaiza. Aquella conducta me dejó impactada tanto que la comenté con mis familiares. ¿Por qué ese tipo tan poderoso -uno de los consentidos del jefe único- se ocultaba de mí? ¿Acaso representaba yo algún peligro para él? ¿Lo iba a cacerolear, golpear, pitar, insultar? Fue la primera y última vez que lo vi de cuerpo presente.
Ya no recuerdo qué cargo desempeñaba en ese entonces el señor Otaiza, han sido muchas y muy diversas las tareas que le ha encomendado su pana Presidente, por lo que debemos suponer que se trata de un genio. Solo alguien con un talento sobrenatural puede saltar de la DISIP o policía política a un instituto educativo como el INCE, dirigir la misiones Robinson destinada a combatir el analfabetismo y la Identidad, que ya sabemos cómo, a quiénes y con qué fines ceduló, y ahora el Instituto de Tierras cuyo objetivo es hacer justicia distributiva en el campo venezolano. Es evidente que un personaje con tantas aptitudes y por añadidura revolucionario cabal, no puede quedar encasillado dentro del nuevo cargo burocrático que le ha sido asignado. Su angustia debe ser mucha ante las amenazas de invasión norteamericana estilo Irak o más bien Noriega, y las de magnicidio, y como ya no está en funciones militares le toca afincarse en lo que parece ser su fuerte: lo educativo. La asignatura que ocupa y preocupa a este insigne pedagogo quintorrepublicano es el odio, pero no un odio cualquiera y disperso como el que practican tantos de sus compañeros de ruta, sino uno específico y especial: el que debe enfilarse contra los EEUU mejor conocido como el Imperio.
Sorprende un poco la trascendencia que distintos sectores han concedido a las declaraciones del académico del odio y más aún la coincidencia entre ellos. Como cosa rara el gobierno y la oposición las rechazan por igual y ni qué decir del embajador norteamericano en Caracas quien se manifiesta preocupado. Creo que se exagera la importancia del personaje y mucho más el eco que puedan tener sus prédicas. No sé si un señor que usa unos zapatos de evidente procedencia gringa y de muchos más dólares que los que están al alcance del vulgo, puede ser el mejor ejemplo para encabezar la epopeya del odio. Y es que aunque parezca un argumento frívolo, la afición por los bienes de consumo made in USA o producto de la globalización dice mucho de los verdaderos sentimientos de una persona. Por ejemplo, después de cuarenta y seis años predicando el odio contra el imperialismo yanqui y de haber formado a varias generaciones de cubanos en esa dirección, Fidel no ha logrado impedir que una parte importante de sus súbditos quiera emigrar a Miami y hasta arriesgue la vida con ese fin. Tampoco que los jóvenes cubanos sin diferencias de sexo, vendan el suyo por un jean. Pero es que él, el mismito Comandante Castro, no podría sobrevivir sin los dólares que envían a la Isla los miles de cubanos exiliados y sin los que le regala Chávez gracias a que le sobra de lo mucho que paga EEUU por el petróleo.
Odiar a los EEUU es la cosa menos original del mundo, Thomas Sowell, un profesor de economía de Harvard, con el mismo color de piel del chavista Danny Glover, ha dicho: “muchos pueblos encuentran más fácil odiar a Estados unidos que confrontar la verdad sobre sí mismos”. Nada más cierto y comprobable, especialmente en América Latina, donde los países en los existe más odio anti norteamericano son aquellos en que el populismo de izquierda o fascistoide (que terminan siendo lo mismo) han sumido a sus pueblos en la miseria y la frustración. En el fondo de ese odio y de cualquier otro hay precisamente eso: frustración, fracaso, resentimiento, envidia, complejo de inferioridad y demás emociones de individuos con baja autoestima. Incluso miedo como el que pareció mostrar el Summa Cum laude del odio cuando se encontró con ésta que escribe, incapaz de matar a una cucaracha.
Por otro lado, debemos acostumbrarnos a oír al solista y olvidarnos del coro. Chávez dice jota y los corifeos repiten tratando de exagerar la nota para ganar indulgencias con el caudillo lo que no significa necesariamente que éste les de pelota, como diría Maradona. Mucho más preocupante que incitarnos a odiar a los EEUU es el odio a la inteligencia que propugna y promueve nuestro Millán Astray tropical, el ex amigo Aristóbulo. Aunque esa sea también una forma de guindarse, parece mucho más encaminada a tener éxito.