El necesario retorno de las “virtudes”
Los países que han logrado, para sus pueblos, el más alto nivel de calidad de vida, han reducido mayormente las desigualdades económicas y de “status” y han obtenido el mayor grado de libertad, enmarcada en el “imperio de la ley”, son aquellos que han adoptado la Democracia , con D mayúscula, que está compuesta por la democracia política propiamente dicha, – el sistema político en el cual se seleccionan los gobernantes mediante el sufragio universal, directo y secreto, en elecciones limpias, periódicas y competitivas -, el Estado de derecho y la economía social de mercado. Esta Democracia debería ser la obvia meta de los países en vías de desarrollo. Sin embargo en América Latina, para lograr esa meta es necesario, entre otras cosas, enfrentarnos a ese mito falso y deletéreo de que somos países ricos por tener abundantes recursos naturales. Los Estados más exitosos, en el proceso del desarrollo, a partir de la segunda mitad del Siglo XX, han sido países sin recursos naturales: Japón, Taiwán, Sur Corea, Singapur, Italia, España y más recientemente, China e India, después de su apertura a la economía de mercado. Lo básico es el ser humano y su educación, conjuntamente al modelo económico seleccionado. Evidentemente, no hay que caer en un vulgar y primario determinismo cultural. El éxito socioeconómico de los “tigres asiáticos” es explicado por algunos, casi exclusivamente, en términos étnicos y culturales. Sin embargo, en 1949, los chinos de Hong Kong y Taiwán no se diferenciaban, culturalmente, de la población de Cantón y Shangai. La abismal diferencia en el nivel de desarrollo humano que se mantuvo, hasta que la revolución de mercado de Deng Xiao Ping en China logró reducir las diferencias, se debió al modelo económico seleccionado. Lo mismo podría decirse de los alemanes occidentales y orientales, y de los coreanos del sur y del norte. Pero, a paridad de circunstancias, es el “yo”, la persona humana y su formación, que hace la diferencia.
Es necesario que palabras como valores y virtudes retornen al vocabulario de los jóvenes. En estas breves líneas, quisiera resaltar algunas virtudes que, en mi opinión, los latinoamericanos debemos adquirir y/o profundizar, para lograr la Democracia y el desarrollo. Es necesario fortalecer una nueva ética del trabajo. Hay que acabar con el clima cultural antiempresarial y anticomercial, que nos viene de la España de Isabel I y Felipe II, la España militarista de la Reconquista, que cometió la enorme torpeza histórica de expulsar a la mayoría de sus ciudadanos más productivos, los judíos, que después contribuyeron grandemente a crear la riqueza de Holanda. El desprecio al comerciante y al productor, por parte de la elite dominante española de esa época, explica, en buena parte, la acelerada decadencia económica de la España de los Austrias, a pesar de las ingentes riquezas, en oro y plata, que provenían de América. Es fundamental desarrollar las capacidades de iniciativa y espíritu emprendedor, particularmente, pero no sólo, en la esfera económica. El orden, la disciplina, la diligencia, la perseverancia, la sana competencia y el orgullo de hacer las cosas bien y obtener la justa recompensa. La honestidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la puntualidad y, en general, la valoración del tiempo, el recurso humano no renovable más escaso. El aprecio por el ahorro y el rechazo de la ostentación. La cooperación, la solidaridad social y el asociacionismo para no esperarlo todo de “Papá” Estado.
La responsabilidad individual y cívica. El fomento de una cultura en la cual se respeten más las enseñanzas de los humildes hechos, del método científico de prueba y error, y
menos las elucubraciones abstractas de un racionalismo teórico que privilegia un ideologismo, en disonancia con la realidad. El empirismo debe dejar de tener esa equivocada connotación despectiva, que se ha afirmado en la “vulgata” iberoamericana. El respeto estricto por la ley y no sólo cuando se ajusta a nuestra individual concepción de la justicia o, peor aún, a nuestra conveniencias. Sobretodo, es necesario fomentar una cultura del diálogo, del entendimiento, de la comunicación, de la tolerancia, donde las palabras, diálogo y compromiso no se confundan con chantaje y componenda. Donde se pueda negociar sobre temas prácticos, sin hacer concesiones en los principios. Donde se respeta la persona del adversario, aún cuando se está totalmente en desacuerdo con sus opiniones.